Resumen, Periódico Latinoamericano
Desde esta edición «RESUMEN» contará con la colaboración del conocido escritor argentino Abel Posse, actualmente embajador de su país en Praga. El presente trabajo fue realizado horas antes de que nuevamente el ejército mexicano desencadenara rana ofensiva contra los indígenas zapatistas de Chiapas. No obstante, el particular, enfoque del artículo le otorga plena vigencia en las actuales y dramáticas circunstancias que viven los indígenas chiapanecos.
Lo de Chiapas es sólo comparable a la rebelión de Jomeini en Irán: hacer trastabillar los poderes de la Tierra con casi nada. Casi nada: fe y verdad.’Aunque estos sean valores de segunda en la sociedad de mercado.
Debió haber sido desesperante que los mayas, lacandones ‑tan esqueléticos, desabrigados y olvidados‑ saliesen de la selva e irrumpiesen en pleno NAFTA, el mismo día en que el acuerdo transcultural entraba en vigor, el 1° de enero de 1994. Parecía una humorada premodernista.
Se ordenó la represión de ese grupúsculo insolente, armado con fusiles viejos o de madera, para hacer número. Pero desde los primeros muertos nomás, se sintió que México se estaba matando a si mismo. Se enviaba los bombarderos sobre su cabeza, su corazón, sus dioses escondidos.
Sabemos las consecuencias: el destartalado PRI ganó las elecciones (esta vez por miedo, no por fraude).y en diciembre soportó la crisis financiera que conmovió a todas las economías.
El presidente Clinton tomó medidas sólidas dignas de un gabinete de guerra. (Todo por esos fantasmas, los lacandones, los mayas). Pero se siente que hay algo de solidez terminal.
Solidez terminal porque ya se pone en claro la aporía, la imposibilidad, de esa aldea global donde los lacandones ocuparían el puesto de lavacopas o mucamas del Sheraton de Cancún.
Vivimos una insanable contradicción de la cultura (de las culturas, con un modelo desarrollista ajeno a la realidad humana. Las rebeliones de hoy más que políticas son culturales. Sólo sus autores creen que es visible el modelo universal audiovisual. Pero en el centro mismo del poder aparecen otros lacandones: drogadictos, jóvenes desocupados, aburridos, desdiosados, desfamiliarizados: Todo un Cuarto Mundo de gente herida por la agresión subcultural, por la falta de dimensión poético‑religiosa de estas grandes sociedades de las cosas.
Los dioses ocultos
Inesperadamente, irrumpen los dioses sepultados. En medio. de las redacciones computarizadas emergen los dioses del teocidio maya. (Porque en todo lo de esta crisis de México hay una historia de dioses muertos, una nostalgia de dioses abolidos).
Los mayas que se rebelan hoy son hombres de la selva, capaces de conocer el vuelo de los pájaros en cada estación, de adivinar la lluvia en la costumbre de las arañas, de imitar el silbido dejos papagayos. Son hombres del estar cósmico; agredidos por la prepotencia de la cultura occidental del hacer, la subcultura hoy mundializada, que pretende sustituir a Kukulkan por el ratón Mickey, y la cena ritual, por el fast food y la Pizza Hut.
Los mayas, los hombres del estar cósmico, se refugiaron del progreso, de la vacuna, de la instrucción pública, de la democracia blanca y de la máquina de vapor en el interior de la selva. Los hegelianos hombres del progreso no habían pasado esa barrera. España dominó las planicies y costes de Yucatán en el siglo XVI, con seres terribles como los Montejo y el trágicamente pintoresco obispo Landa, que ordenó la quema de miles de códices mayas ‑la Biblioteca de Alejandría de la América precolombina- y después, exiliado en España, pretendió reconstruir la cosmovisión de los mayas y rescatar su lenguaje e historia…
Durante los siglos coloniales, los mayas conservaron viva su relación cósmica y el recuerdo de sus dioses en las selvas. Se mantuvieron como hombres primigenios, del ser, negándose o sintiéndose incapaces para el hacer de los civilizados. La selva cerrada y tropical, con las arañas velludas más grandes del mundo y sus letales escorpiones, demoraron el conflicto de propiedad y el entusiasmo de los hombres del hacer por apoderarse de ese reducto final.
Hoy, el problema indígena es un tema cultural (como tantos otros problemas que se insiste en analizar exclusivamente a la luz de la escasa bimensionalidad de lo político‑económico). Esos mayas se rebelan para que no les llegue el mundo; este mundo de las cosas. Paradójicamente, su resistencia es la resistencia o reserva íntima de todos nosotros ante el actual desarrollismo sin progreso y está democracia sin hombres (con mayúsculas de hombredad; como escribía Unamuno). No es una discusión económica armada ni una mera expresión de voluntad de poder. Informaron no querer tomar el poder ni hacer una revolución. Sólo quieren su espacio, sus jefes, sus dioses, su vida. Es lo que se afirmó: nostalgia de dioses, voluntad de respeto de la naturaleza madre y de la hermandad con el medio natural.
Como en todo levantamiento de este género, habrá conjurados y aprovechadores ideológicos, pero el núcleo maya, la resistencia secular y cultural, la desesperada incapacidad de esos pueblos bucólicos para aceptar lo que le proponen como civilización y desarrollo, es lo que toca al fondo del corazón de quien haya recorrida esos lugares y observando esa gente. Es un tema callado, recóndito y hondísimamente americano.
Subestimar o ningunear las razones profundas de los mayas (más allá de todo zapatismo), es tan ingenuo como querer esconder el rinoceronte en el armario. Sabemos que urge cesar nuestro saqueo del planeta, que debemos respetar o reconstruir el medio ambiente, que nos estamos quedando sin mundo en sólo cinco décadas y que somos la primera generación de humanos que tiene que optar entre su propio fin o su sobrevivencia.
La rebelión de Chiapas, cualquiera que sean las deformaciones que tome en su desarrollo, en su interpretación, tiene una dimensión espiritual de significación universal. Todos los que estamos instalados en este fin de ciclo de un Occidente malversado por la maquinaria incontrolable de producción‑provecho sentimos que lo de Chiapas responde a una razón profunda. Sentimos que esos indios están representando la protesta mundial de nuestros propios hijos cuando se enteran, por ejemplo, de que esa magnífica selva prono‑amazónica de Chiapas está perdiendo cien especies vegetales y animales por día. Más allá de todo desvío ideológico y de nuestro corto realismo eficientista, sentimos un íntimo respeto por quienes parecen ser los anteúltimos que mantienen y pretenden continuar una pura y primigenia relación con el aire, con los animales de la creación, con la respiración de la tierra y con la luz de cada día.
Hoy la llamada política, hija dilecta de la modernidad, es un tuero pragmatismo al servicio de la acción del Estado. No hay proyección filosófica ni metafísica. Por eso cunde la desorientación, la impotencia y el triste recurso de ordenar un bombardeo aéreo ejemplificador. Pero lo grave es que todos pueden intuir en América la esencia de lo que pasa: la causa de los mayas en el fondo es la de Salinas de Gortari, de Zedillo, de sus militares y de todos los lacandones de África, América Latina y de ese mencionado Cuarto Mundo instalado ya en pleno corazón de New York o de Frankfurt.
Son esos pobres mayas quienes defienden hoy los principios de la Conferencia de Río de Janeiro sobre Medio Ambiente. Son ellos, los puros, los que todavía necesitan el rostro primigenio y veraz del mundo para vivir, los que nos demuestran un camino en medio del actual eclipse total de los valores de nosotros, los patrones de la civilización.
Ellos saben que los hombres de este Sol Negro perecerán por, la rebelión de las cosas. Así lo anota el libro sagrado de los mayas quichés, el Pop Wuj (Popol Vuh); que es el único libro sagrado que se conozca con ésta profecía que no se entendería fuera de este siglo XX: los objetos, las cosas se alzan por el aire y caen aplastando a los humanos transformados en hombres de paja. Estos mayas ‑lacandones son de la extirpe de aquellos que al aproximárseles alguna partida de curas y encomenderos españoles, les gritaban con desesperación: ¡Váyanse, que mi corazón es puro! (Lo cuenta fray Pedro de la Concepción).
No sólo hay que impedir que lleguen nuestros comerciantes con sus desmontadoras frenéticas. Hay que darles a los mayas más tierra. Todo el Yucatán, incluido el atroz negocio turístico‑edilicio de Cancún. Hay que premiarlos urgentemente, si sobreviven, algún día nos salvarán, nos salvaremos.