Beatriz Iacoviello, Periódico Público, Guadalajara
Espéculo, Madrid, n°10, 10/01/1999
Abel Posse escritor de los llamados de culto, diplomático de carrera, pero sobre todo gran humanista, no es profeta en su tierra, Argentina. Su talento es apreciado en España, Francia y Estados Unidos más que en su país. En una entrevista realizada en Buenos Aires dijo con cierta amargura: » Literalmente siempre fui valorado sólo por una minoría en Argentina. A mi regreso me he encontrado, con satisfacción, con mucha gente ha leído en secreto mis libros, lo que permitido que la editorial que me publica los reedite todo el tiempo. Creo que en eso consiste la verdadera vida de un autor: que sus libros se lean al margen de los sobresaltos propagandísticos, de la noticia fabricada. Me siento maltratado por la Universidad de Buenos Aires, donde no hubo jamás un mínimo interés por conocerme. Los premios no bastaron e hice una vida sospechosa. Me han atribuido posiciones políticas y vinculaciones con la dictadura que nunca tuve. Soy diplomático desde el gobierno de Illia (1963-1966) y si no abandoné las funciones fue porque era mi profesión. Si hubiera sido farmacéutico tampoco hubiera cerrado mi local. He temido las mejores relaciones con la Unión Soviética donde viví tres años, he sido invitado dos veces por el gobierno cubano… Mi vida es paradójica. Mi independencia se parece a la de un gato. Mi gran satisfacción ha sido la respuesta que han tenido mis libros». (El cronista 1-10-1996 )
La historia ha sido una de sus pasiones y sobre ella regresa una y otra vez en sus libros. La que concierne al choque de dos culturas contrapuestas, como la europea y la indígena en los tres continentes de América, se ve reflejada en una trilogía que comienza con Los perros del paraíso, Daimón y El largo atardecer del caminante. Otras dos se ocupan de la enfermiza visión del mundo nazi: El viajero de Agartha y Los demonios ocultos. Tampoco escapa a su reflexión la idiosincrasia rioplatense y el poder en: La Reina del Plata y La pasión según Evita, una pseudo biografía novelada de la controvertida Eva Perón.
Actualmente Abel Posse se encuentra en Lima, donde desempeña funciones como embajador argentino en Perú. Fui a verlo un mediodía a la residencia, luego de recorrer las calles de la capital peruana. Tras diez años de ausencia, fue como si nos hubiéramos internado en otro país. La señorial Lima con sus casonas y jardines y, ese perfume que aterciopelaba la tarde se había diluido, borrado, para dar paso a una ciudad de juego y luces de neón. Ante mi asombro Lima se había convertido en Las Vegas de Sudamérica. Desde que se sale del aeropuerto, camino a Miraflores o San Isidro, el viajero se encontrará con cientos de carteles indicando el lugar exacto de las salas de juego. También allí verá apostados en puertas, ventanas y terrazas, con sus metralletas listas para disparar a los «guchimanes», como se dice en Perú a los guardaespaldas o policías que cuidan edificios, comercios y personas. Los hoteles, casi todos, poseen una sala para máquinas tragamonedas y en los más sofisticados es posible incursionar en las mesas de póker, dados o ruleta. El neón ha suplido las pálidas luces de las farolas. Sólo Barranco conserva algo de lo que fue la Lima intelectual y bohemia de otras épocas. En esa Lima que ha reciclado su malecón para darle una presencia más moderna y acorde a la era neocapitalista, fue donde dialogamos con Abel Posse, el escritor, sobre su último libro Los cuadernos de Praga y otros temas de América Latina.
—Utilizo la historia del Che Guevara en un sentido literario, y cultural más que histórico. El Che, es un personaje novelesco por excelencia en nuestro continente, posee un espacio propio que permite crear a cualquier escritor un lenguaje literario distinto. En mi caso ha sucedido eso. También creo que es una de las curiosidades con las que se enfrenta un escritor al tropezar con esos personajes extraños, que son capaces de modificar la realidad histórica en una época en que el político está por debajo de la historia. Antes los políticos engendraban, o representaban, a los grandes poderes, ahora son un grupo de lacayos internacionales al servicio de otro tipo de grandes poderes. Entonces estos elementos grises, terribles, que son los políticos y que ya no responden al demos, representan la gran crisis de nuestra época, que por otra parte es la crisis de la democracia. El político está traicionando el demos, el pueblo elige al político para que lo defienda no para que lo traicione, o trance con los grandes intereses internacionales. Por lo tanto en todo el mundo se está produciendo una ruptura del poder de la clase política, que en cierta forma evoqué en La pasión según Evita y ahora en Los cuadernos de Praga. El enfoque no parte desde la dimensión política en que les tocó vivir a ellos, sino desde la humana, como condotieros.
—Guevara es una figura controvertida, para algunos fue un asesino, para otros un soñador, y para la mayoría un revolucionario…
—Es un viejo tema Guevara. Estuve en Cuba tres veces, y en una de ellas casi cinco meses, para investigar sobre su vida y por supuesto siempre encontré antes que nada la admiración y luego el mito. Pude estar en su casa que ahora será un museo, conocí a sus comandantes, a su mujer, amigos. Y ellos me han facilitado todo lo que necesitaba para darle esa dimensión humana que creo alcanzó mi personaje. Sobre todo me interesaban los matices profundos que son los que me permiten trabajar a mí sobre una biografía.
—¿Por qué hacer ficción de personajes históricos?
—Las biografías son extraordinarias, pero son como monumentos o lápidas que sobrevienen sobre los personajes famosos. El único que le puede dar vida a la historia y a la biografía es el novelista Pero no porque imagine una ficción, sino porque ficcionaliza a la vida misma, a la realidad, respetando la historia. Detesto al escritor que utiliza o modifica a la vida para agregar o torcer la historia a su favor, considero que es un acto pueril y de corto alcance. Yo traté de llegar al Guevara más íntimo, al Guevara de la muerte. La verdadera vida de Guevara es un largo diálogo con su propia muerte, que comenzó a los tres años con su asma. Mi novela no en vano se centra o se sitúa en Praga en la ciudad donde Guevara pasó cinco meses, que fueron decisivos en su vida, antes de saltar a Bolivia. Eso fue un secreto hasta hace muy poco. Yo tuve la suerte de vivir en Praga y me informé sobre su estancia allí. Después del Congo se fuga y llega a Praga vestido de mujer, un tema que facilita muchas cosas novelescas. Por la mañana tiene que disfrazarse de mujer para poder salir a la calle, sentarse en un café o caminar. La novela se llama Los cuadernos de Praga y está basada en ese momento decisivo en que su vida y su muerte confluyen. Él ya sabe que está tentando a la muerte de alguna manera. Guevara es un personaje fascinante, de una grandeza moral insólita. Sobre todo es que es un guerrero, un combatiente, y no en el sentido romántico de la izquierda. Lo curioso en él es su imagen de guerrero que comprende la victoria como acción. Me entusiasmó escribir sobre él porque es un personaje muy complejo.
—¿Cuál fue la semejanza entre Eva Perón y el Che Guevara, qué motivó que escribieras sobre ambos?
—Son distintos. Pero ambos lucharon por lo que creían justo y murieron en aras de su pensamiento a los 33 años. Fueron seres de tal magnitud que creo perdieron el sentido de la realidad El Che es más universal, dio su vida por sus ideales que involucraban a todo el planeta y por eso lo respetaré eternamente. Albert Camus dijo: » El único que es testigo de un ideal es el que se deja matar por él». Evita fue más un fenómeno regional y político. Por eso el pueblo aún hoy vota ese recuerdo moral que ella dejó. Por eso el peronismo todavía consigue sus votos, porque significa, en virtud de Eva Perón, una esperanza de justicia. No se lo vota por ninguna reforma económica moderna, ni para entrar en el primer mundo. Se vota el partido de Perón por la pasión de amor que heredó de esta notable mujer… Para mí Evita es un ser excepcional que alcanzó el rango universal de un modo extraño, gracias a la ópera –rock
—Es curioso que, una actriz de relativo éxito en vida, hoy esté en todas las pantallas del mundo gracias a Madona y Alan Parker. Lo que no alcanzó en sus treinta y tres años de vida, y tal vez haya sido lo que más deseaba, lo obtiene de muerta. En eso los filósofos medievales tenían razón, lo más importante era alcanzar la tercera vida, la de la fama ¿no te parece?
—Ella fue una mujer admirable que logró sólo una gran actuación en su vida, que el pueblo se enamorara de ella. La admiro como mujer, porque ella encarna el ideal femenino en un mundo machista e ineficaz, de villanos y pícaros, que no posee ese elemento femenino de la pasión, y que Evita tuvo. Pienso que Evita es el motor que nos recuerda esa otredad de la que hablaba Octavio Paz. Para ella el otro, el semejante, también existía.
—¿Quiere decir que a través de todo este siglo la conciencia del otro se fue perdiendo?
—Por supuesto. Estamos frente a una sociedad cínica, eficientista, que ha perdido todos sus valores y cuyo dios es el dinero. En ella se echan miles de obreros a la calle y es un hecho sin consecuencias, a nadie le importa. En estos momentos en que la corrupción, la cobardía, de figuras límites presidenciales que dejan a sus países con las arcas vacías, recuperar los ejemplos de aquellos que han luchado por la vida de los otros y se han inmolado por ellos es importante. Me parece por otra parte muy fascinante y el mejor de los modelos.
—¿En tu próximo libro que tema abordarás?
—Los Jesuitas del Paraguay. Me interesa por las dos visiones del mundo, la europea y latinoamericana, por la muerte de los dioses americanos como origen de la enfermedad de todo un continente que está quebrado, que es eternamente adolescente, que tiene poder y no nace. Pienso que América Latina es una especie de monstruo histórico, adorable, pero que todavía no alcanzó esa transformación de su cultura en una forma de civilización. Mi obra es diversa, pero hay un motivo constante: la ruptura entre la sociedad judeocristiana de la culpa, en la que nos han criado y la nostalgia por los dioses y el paganismo que se observa en el hombre americano primigenio. Mi obsesión está en revisar la cultura de la prepotencia que se impuso desde que los españoles llegaron a nuestras tierras. El choque entre el hombre de la conquista y el aborigen aún hoy persiste, aunque bajo otros códigos. Latinoamérica es un continente donde todo es contradictorio, incluso su desarrollo económico que se expande sobre capas de miseria, Se produce un desarrollismo parcial como el de Perú que desconoce lo que está sucediendo en los Andes, en toda esa cultura andina que no acepta. Lo mismo está pasando en México con Chiapas que es un episodio decisivo en la vida de América. Es la cultura de una nación de desarrollo, muy pujante y muy verdadera, frente a una imposibilidad cultural de adaptarse a otro medio y ser tan verdadera como la otra, pero diferente. Chiapas demostró a México que debe haber una armonía entre cultura y nación, entre economía y sociedad. México tiene que entenderlo y Chiapas sirvió para eso, aunque en la historia sea un episodio mediático falso o verdadero. Lo mismo sucedió en Alemania después de la caída del muro. Desde la reunificación existe una crisis enorme en Alemania. La cortina de hierro o el muro aún perviven en la nueva Alemania. En ella se miente tanto que la gente que vive en el este, «del otro lado», no acepta la forma de vida a la que fueron obligadas por las nuevas circunstancias, pese a la generosidad de Alemania occidental, como se llamaba entonces, para solucionar los problemas de la otra. Esa crisis moral que azota el mundo no sólo fue acelerada por la caída del muro. Es una crisis de valores que lo deja a uno muy descolocado, porque afecta tanto al mundo capitalista como al socialista.
—¿Como en el caso de Cuba?
—Es muy difícil vivir con el orgullo de la revolución y las realizaciones sociales, educacionales, y médicas, cuando todos esos logros se ven empañados por una realidad económica y social que pone a veinticinco jineteras (prostitutas) en una esquina, Esa es la contradicción que pone de relieve la crisis de Cuba, la adaptación a la realidad entre una apertura al economicismo que hay que hacer para sobrevivir, y la realidad revolucionaria que sabe que ya no tiene espacio. Existe una crisis profunda en Cuba, porque se encuentra en la encrucijada entre el logro de la verdad revolucionaria y el resultado de su política y su economía que es un fracaso por las circunstancias históricas y el bloqueo. En todo caso los pueblos no se suicidan, la muerte de los pueblos está solamente en la mente de los intelectuales que pretenden ver la salida de los problemas desde la utopía. Uno mata a un pueblo o cree que un pueblo va a vivir de acuerdo a una ilusión absolutamente personal: Los pueblos poseen una ideología como pueblo que es mucho más importante que la visión nuestra como intelectual.
—Lo hemos visto en nuestro país
—Cuando subió Menem al poder se creyó que sería la destrucción de Argentina, la guerra civil, un nuevo fascismo, o lo que es peor el retorno del golpe militar. Los intelectuales piensan cosas. El pueblo es mucho más prudente. Reverenciar a la historia y a los pueblos en una forma más profunda es lo que hemos olvidado. La visión de toda la izquierda Latinoamericana sigue siendo una visión intelectual y europeizante y por lo tanto utópica. Ese utopismo de América se repite como si no sirviera la experiencia de tanta muerte y el derramamiento de sangre inocente. Lo que en realidad sucede en Argentina es que nos encontramos frente a un país enfermo: social, política y culturalmente. En Argentina hay que utilizar la táctica para sobrevivir. Es muy difícil tener ideas propias y poder expresarlas. Como dije una vez es «el país de los poetas muertos», porque si analizamos los textos de Lugones, Quiroga, Arlt, por decir algunos y los enfrentamos con las nuevas generaciones de escritores, éstos no alcanzan la riqueza conceptual de aquellos. Creo que en Argentina más que en ninguna otra parte del mundo el escritor debe transformarse en un estratega para salvar su lenguaje.
—Pienso que Argentina no escapa a la mediocridad general de América y el mundo, mientras mantenga en todos sus niveles un discurso que ya no funciona…
—Hubo una estética latinoamericana de gran importancia que generó su propio lenguaje expresivo. Basta ver la novela en América Latina para darse cuenta que efectuó una revolución en la literatura mundial. Pero en el campo del pensamiento abstracto, la filosofía política y en la sociología América Latina en su conjunto fue un sirviente ideológico del conceptualismo y la cosmovisión europea y en cierta forma también de Estados Unidos. Esa es la cultura actual, estamos repitiendo vidas en lugar de nacer. Nos sentimos obligados a hacer, a nacer y permanecer cobijados bajo las alas de otros países. Baudrillard habla de ese «marsupio», de ese monstruo mundial que nos cubre con su calor. La vida del latinoamericano, si es que existe, es una vida de marsupiales, incluso los países más evolucionados intelectualmente, como México con su diversidad, y el nuestro, Argentina. A pesar de todos los logros en diversas áreas aún no lograron romper la barrera del colonialismo intelectual. Aquí hay que recrear las grandes ideas políticas. Hay que pensar la realidad con coraje y no repetir el esquema del Estado y la revolución de Lenin o del ejército trotskista, o del capitalismo siniestro que está acabando con el hombre. La gente no quiere comprender que llegó la etapa de la creatividad. No podemos seguir con el idealismo del siglo pasado, continuar con Marx y Lenin, porque ya estamos al borde del 2000 y eso nos debe proponer otro salto en nuestro pensamiento, no seguir anclados en 1870.
—¿No existe una salida?
—Mientras estemos frente a la generación de la nostalgia, no lo creo. En otra época el revolucionario, hasta el punto final que fue la muerte de Guevara, miraba hacia el frente, lo inspiraba una idea de futuro parta crear una sociedad nueva. Hoy el grave problema es que esa misma idea en los universitarios progresistas es una nostalgia. Es la nostalgia de querer ser revolucionario en una sociedad que tiene otros intereses, lo cual es ya un episodio perverso. Si no salvan la ruptura metafísica que creó todo ese pensamiento y ese estilo de vida, es como querer pasar una pared sin abrir la puerta. Para salir hay que romper la pared o abrir la puerta. La metafísica que creó el pensamiento socialista, el pensamiento revolucionario o el pensamiento capitalista están absolutamente superadas. En la actualidad estamos creando un mundo monstruoso porque sencillamente no queremos darle dirección humana y creativa al universo en el que nos toca vivir. Estamos esperando que el subcomandante Marcos, como un nuevo Guevara, pero con otra estrategia, nos salve la vida, como dijo una vez Fuentes que era la primera revolución postmoderna, quisiera saber en qué, ¿que utilizó los medios de información como estrategia?, no lo creo porque la gente continúa en la misma pobreza que antes de 1995, o tal vez más. Me parece ridículo hablar de capitalismo o socialismo y hacerlo con una vigencia y visión del siglo XIX. Para mí mantenernos con los valores de cánones de otro siglo representa la gran crisis del pensamiento político, social y cultural de nuestra época. Esta es una crisis terrible de la política y de las políticas del capitalismo, o del socialismo, o cualquier expresión democrática o antidemocrática frente a la realidad. Lo que sinceramente creo que lo único que nos puede salvar ante esta decadencia es la creatividad.
Publicado en Arte y Gente, dominical del periódico Público
( Guadalajara – México) 10-1-99
* Beatriz Iacoviello nació en Buenos Aires.
Es Licenciada en Pedagogía Teatral, egresada de la Escuela Nacional de Arte Dramático (Argentina). Estudió Letras en la Universidad del Salvador (Compañía de Jesús). Cursa Maestría en Literatura Iberoamericana en la UNAM. Es escritora de poesía y teatro, guionista, crítica teatral y cinematográfica, y docente.
© Beatriz Iacoviello 1999
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
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