Ana Baron, Revista Somos, 02/09/1983
“La invención barroca de Abel Posse es inagotable. Amor, sarcasmo, ironía, humor, alternan y se conjugan para reconstruir un relato fascinante, expresión veraz de una América desmesurada y auténtica. Sin dudas, la última novela de este escritor argentino, Los perros del paraíso, corresponde a aquella descripción. Remontándose a la época del descubrimiento de América, el autor nos invita en este libro a interpretar nuestros orígenes, nuestras raíces hispanoamericanas a través de un lenguaje barroco y un estilo que, como él afirma, es “lo que más cuenta en una novela”, escribió el crítico Claude Couffon en Le Monde.
Durante la charla con SOMOS, Posse confesó que había descubierto lo americano en el exterior. Cordobés (nació en 1936), estudió en París y más tarde vivió en Tubinga, Sevilla, Moscú, Lima y Venecia para volver de nuevo a París, donde hoy dirige el Centro Cultural Argentino, y fundó una colección bilingüe de poesía argentino-francesa.
¿Cómo nació la idea de escribir Los perros del paraíso?
En realidad, forma parte de un ciclo anterior que es un intento de volcar mi estilo literario sobre los orígenes de nuestra América. Yo como argentino vivía alejado de la idea de que era americano. Tampoco pensaba que era francés. Después de haber vivido en países de América latina, sobre todo en Perú, mi literatura cambió. Eso se reflejó por primera vez en mi libro Daimón, que era un análisis del conquistador. Y luego vino Los perros del paraíso, el análisis del descubrimiento de ese mundo americano que ya está en la primera España, en la España de Femando, de Isabel. Digamos que yo hago un juego farsesco con esos personajes, trato de que la novela en lugar de ser histórica refleje el presente.
Se ha escrito mucho ya sobre el descubrimiento de América. ¿Por qué insistir entonces?
Porque en la literatura no hay temas. Hay estilos y hay interpretación de la vigencia de un tema pasado en el presente. Si uno quiere analizar la situación de América latina tiene que buscar el acta de nacimiento de toda esa realidad sociológica e histórica.
Así se llega a la raíz hispanoamericana, de la cual no podemos fugarnos, aunque ese deseo exista en la cultura argentina.
¿Pero hasta qué punto su libro es histórico y hasta qué punto de ficción?
Es un libro de pura ficción. El hecho histórico es respetado en lo esencial, pero deformado literalmente con mi estilo. Vuelo de la realidad histórica a lo surreal, pero vuelvo siempre a un esquema de referencia básico y verdadero.
En general, cuando los escritores eligen el pasado como tema es porque quieren encontrar algo que sirva para el presente. En ese sentido, ¿cuál es su mensaje en este libro?
No hay mensaje, en todo caso, quisiera que el lector lograra una interpretación de nuestros orígenes, de nuestra particularidad frente al mundo, de la presencia de la metafísica judeocristiana y, fundamentalmente, cómo esa metafísica nos llega a través de la dominación española.
Usted dice siempre que cuando vivía en la Argentina todavía no había descubierto lo americano, que necesitó viajar para descubrirlo…
Sí, creo que comprendí una frase que dijo Güiraldes cuando lo acusaron de haber escrito sobre los gauchos en París: «La distancia revela». Buenos Aires, mucho más que el resto del país, es un mundo que nos hace sentir menos americanos. Sin embargo, creo que en los últimos años hay una conciencia distinta sobre lo americano en la Argentina. La dolorosa experiencia de las Malvinas nos ayudó a tomar conciencia de quiénes somos, quiénes son nuestros amigos y quiénes no lo son. Esta experiencia la obtuve por haber vivido en Perú, por haber viajado mucho por América. Así comprendí que una parte mía se consustanciaba mucho más con eso que con lo urbano, costumbrista, psicologista, que son entre otras las dimensiones del escritor argentino.
Hay otros escritores argentinos que viven en París: Soriano, Bianciotti, Rabanal, Cortázar. ¿Se puede hablar de una literatura en el exilio?
Exilio es una palabra que tiene demasiadas connotaciones. Por otra parte el exilio de Cortázar en el año 52 es distinto al de Soriano o al de los demás. Yo prefiero hablar de una literatura argentina en el exterior que, por distintos motivos, se salva de los límites tremendos que ha tenido la cultura argentina. Es más libre y logra expresarse mejor. Esto prueba que la Argentina padece una enfermedad muy grave: los escritores argentinos están viviendo una especie de exclusión del mundo.
¿En qué sentido?
En la revista Sur, de Victoria Ocampo, una mujer esencialmente conservadora en las cuestiones políticas, colaboraron los escritores más virulentos de la República Española y Waldo Frank, un escritor comunista norteamericano. Eso se ha perdido en la Argentina de hoy. El miedo a nuestro tiempo, a las ideas, a la sensualidad libre, incide tremendamente en los escritores. Buenos Aires, que era un gran centro cultural, ahora es la capital de la gran frustración cultural. Y por eso en las dos últimas décadas los escritores se han encontrado mejor afuera, en muchos casos. No los hombres como Sábato, como Borges, como Mujica Lainez, que ya tienen su vida hecha, sino los escritores más jóvenes, que hemos encontrado siempre un mecanismo de expansión literaria viajando, independizándonos de un medio castrador.
¿Cómo se explica el fenómeno de la censura?
Es una involución cultural. A partir de los años 30 el liberalismo desaparece y surgen los miedos, que tienen un peso tremendo en la vida cultural. Esa mutación tiene una explicación de carácter político.
Comenzó la represión y la autorrepresión, que es la peor forma de censura.
¿Cómo analiza los procesos políticos que se viven en la Argentina, donde a un gobierno democrático le sigue un golpe militar, como si fuera un fatalismo?
Pienso que el esquema del miedo a vivir republicanamente nos lleva necesariamente a un clima político que no es constitucional. Creo que la forma de reencontrar el camino es la tolerancia, la comprensión de los otros, la falta de miedos.
En la Argentina siempre hubo un movimiento cultural muy importante. Sin embargo desde años se observa la ausencia de una élite civil capaz de detentar el poder, y gobernar. ¿Cómo explica esto?
Por desesperación, los mejores hombres no se han dedicado a la política. Si uno compara, es fácil descubrir que los políticos argentinos son ramplones, simples, con ideologías elementales. En la Argentina, en la década del 30, la clase dirigente delegó todo el poder en la fuerza.
Usted editó en París una colección de poesía argentina que ha tenido mucho éxito. ¿Cómo surgió la idea?
Al llegar a París comprobé que los poetas argentinos no entraban en el circuito comercial. Comprendí que había pocas esperanzas de que un editor francés los publicara. Entonces me pareció un aporte útil y positivo que todas las bibliotecas de Francia, los estudiosos y las universidades pudiesen contar con una colección bilingüe de libros de poesía argentina. Y se conociera a Girondo, Molina, Molinari, Lugones, los mayores poetas argentinos.
¿Cuál fue su objetivo al publicarla?
El objetivo es que los franceses tengan una idea de conjunto del espíritu de los poetas argentinos. La poesía no es un adorno exterior, un adorno social, o un juego. En la degradación social que vivimos se ha olvidado que la poesía es el acto más refinado, es en donde los hombres más sensibles, más cultos, han tratado de rescatar a través de las palabras la dimensión anímica de un pueblo. Nosotros nos olvidamos que cuando Rilke habla en las elegías, en realidad, está haciendo una investigación de gran carácter filosófico. De la misma manera cuando Enrique Molina habla de la Argentina y la América latina, con su lenguaje barroco y poderoso nos está dando la visión de un alma argentina frente a la realidad con su desolación. Cuando Lugones canta significa la esperanza, una esperanza que a veces los argentinos hemos perdido. La poesía es el acto de conciencia nacional más importante. Por eso publicar esos libros, no es un acto gratuito ni un heroísmo. Es simplemente una necesidad.