Joaquín Arnaíz, Diario 16, Madrid, 8/11/1992
Tenía un despacho en la Casa Rosada, recuerda Abel Posse, que era pequeño y donde escribía los discursos de Alfonsín. Las caras de los otros funcionarios eran un poema al ver los «recursos literarios» que solía emplear este novelista-diplomático, de mirada aguda, palabra amable y sonrisa contenida.
Y es que, de alguna manera, Abel Posse, como buen diplomático de carrera, tiene un punto de flexibilidad y elegancia, pero, atención, y ahí radica quizás su talante literario, junto a un sabio escepticismo, mantiene también un grado altísimo de pasión soterrada, como un vendaval interior.
Todo ello se percibe, incluso, en sus movimientos, que le asemeja en cierto modo a un felino, a un predador que sabe esperar a sus presas, pero que no duda cuando emprende la acción. Acaso porque en ésta, como intuían Pío Baroja o Nietzsche, se encuentra la única verdadera tentación para un hombre de pensamiento.
Así mientras camina lentamente por los jardines casi secretos que existen a la espalda del Banco de España de Madrid, recuerda su nacimiento en Córdoba (Argentina), y su vida transcurrida en Tubinga, Sevilla, Moscú, Lima, Venecia y Tel-Aviv.
Siente, todavía, aquel ruido que producían las pequeñas olas en los escalones de piedra del Consulado de Argentina en Venecia, a flor de agua del Gran Canal.
Escribe, ahora, desde su residencia de embajador de Argentina en Praga. Allí, en el que fuera lugar de orgías de un productor de cine y, posteriormente, cuartel general de un general nazi, Abel Posse, el autor de “Los Bogavantes”, “La boca del tigre”, “Daimón”, “Los perros del paraíso” y “Los demonios ocultos”, ha escrito “El largo atardecer del caminante”, un relato histórico sobre la figura de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que ha obtenido el premio de novela Extremadura-América, dotado con 15 millones de pesetas.
“Viviendo en Praga, aprende uno –afirma- que Kafka es un escritor de costumbres. Todo allí es opresivo y una joya al mismo tiempo.”
Sobre su personaje, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, señala que «es la visión íntima que ningún héroe de la conquista ha dado en su versión de América: “es el español derrotado, que llega como náufrago desnudo a la costa, aprende a sobrevivir y se instruye en conocimientos secretos. Después, naufraga con Pánfilo Narváez y vuelve a aparecer en una playa. Al fin, está en Sevilla, envejecido, «ninguneado», rememorando, melancólico, aquellas tierras e imperios ya tan lejanos…”
Abel Posse, que siempre ha estado intrigado por ese simbólico «camino real», que a través de la sangre y del espíritu, une más allá de los discursos y las conmemoraciones, España e Iberoamérica, desarrolla aquí su idea de que «la realidad es el mestizaje».
Para él existen aspectos culturales que los de allí y los de aquí han de compartir: «Hay que incorporar estos pequeños orientes perdidos que tiene Iberoamérica, la poesía náhuatl, la organización inca, el misterio de los mayas. Son riquezas fabulosas que no tienen por qué perderse. Tenemos que integrar todo.»
Y como sumo ejemplo de esta total incorporación está el mestizaje, que le lleva a mostrarnos a Cabeza de Vaca descubriendo en un jaulón a su hijo, entre los indios que traían de América, vendiendo sus últimas riquezas para recuperarlo y enterrándolo, a su muerte, en su propia tumba. Como una última y dolorosa reencarnación de los pueblos que se encuentran en la soledad, la sangre y la muerte.
«Cuando se cuenta la epopeya de la conquista de América, parece enceguecedora, pero yo creo que es la vida cotidiana la que es siempre la verdadera epopeya. Escribí sobre el conquistador más horroroso, Lope de Aguirre, y ahora escribo sobre el otro extremo, el conquistador bondadoso, el más noble y caballeroso, el español profundo.»
Cuenta Abel Posse que, un día, escuchó decir a Caballero Bonald que Cervantes pudo haber visto pasear por Sevilla a este viejo caballero, a un arruinado Cabeza de Vaca. Y esta imagen le impresionó intensamente.
«Es un libro bastante sentimental», explica Abel Posse, un gran indagador en los sentimientos, y que, como gran reflexivo apasionado, tiende a preocuparse y ocuparse de los «fenómenos interiores»: el esoterismo nazi, en «Los demonios ocultos», por ejemplo.
Y, siempre indagador de las venas más soterradas de la irracionalidad y del corazón oscuro de los hombres, suele narrar aventuras que, pese a transcurrir en diferentes países, ocurren en el interior del ser humano.
De ahí, quizá, que hablando de las recientes conmemoraciones del V Centenario, comenta que, con tal «industria», «sentí que el pasado quedaba como suspendido, que aquello que restaba no lo imaginaban los políticos: una conciencia de signo cultural que unía España e Iberoamérica. Porque hemos de comprender que son, en verdad, los espacios culturales la mejor base para la acción en un mundo escondido y demediado».
«Es importante –precisa- que todo sea entendido a la manera de los alemanes, es decir, como una riqueza real y verdadera, y no como una fantasía de parientes pobres. España puede cobrar así conciencia de su responsabilidad. España tiene un toro bravo en el ruedo y no sabe muy bien qué hacer con él, pero lo importante es que ahora ya es al menos consciente de que está lidiando.»
Desde ese mirador privilegiado sobre el centro y los flancos de Europa que es Praga, Posse observa que todos tienen allí mucho miedo. Hubo una interpretación tan frívola del fin del comunismo, que ahora sólo se percibe una sucesión de cotidianos males. Creían que todo el cambio iba a salir gratis. Todo aquel mundo es un universo en descomposición, que no encuentra nadie que pueda y quiera recomponerlo. No se trata tanto de tener capitales, como creen los cretinos, sino de una idea de humanidad y libertad».