Blanca Escudero de Arancibia
En enero de 1991 se le envió al escritor, por entonces reciente Embajador argentino en Checoslovaquia, el cuestionario que sigue. Posse lo contestó con generosa prontitud, humor y hasta el fino sarcasmo que caracteriza su escritura, accediendo a que fuera incluido en el presente libro.
Pregunta: ¿Cuál es el papel de la literatura en los países latinoamericanos?
Respuesta: En pocas partes del mundo la literatura cumple un rol tan decisivo como en Latinoamérica. Nos da conciencia de existir, nos legitima como estilo, como ritmo, como una calidad humana excepcional en un mundo que más bien nos descalifica sistemáticamente, La literatura ha sido un puente de unidad, de reflexión y de conciencia continental que corre por delante del pelotón de políticos mediocres o de esos filósofos que piensan como para dar examen en la Sorbona.
Heidegger decía que la palabra es «la casa del ser». Si es así, la literatura latinoamericana es todavía la única casa que hospeda a ese gran pueblo paria, huérfano de intérpretes y carente de modelos propios, que es el pueblo latinoamericano.
P.: ¿Qué es la literatura hispanoamericana? ¿Hasta qué punto tiene entidad e identidad? ¿Hasta qué punto independencia respecto de la literatura europea y norteamericana?
R.: Basta observar panorámicamente nuestra literatura desde el Martín Fierro hasta Rulfo, Lezama Lima y Guimaraes Rosa, para comprender que es un panorama autónomo, un nuevo mundo literario que gira como un planeta independiente en el orden literario universal.
Como todo fenómeno literario universal, tiene relaciones con otros mundos literarios, pero el carácter, la particularidad, el ritmo y el estilo de nuestra literatura son inconfundibles. Es un hecho -y un hecho triunfante- en el panorama literario mundial. Cuando existen poetas como Neruda o Enrique Molina y prosistas como Borges o Arguedas, no caben ya dudas. El origen europeo y la leve influencia norteamericana (en parte de nuestra novelística) son aportes asimilados, y sublimados muchas veces en creaciones mayores (Faulkner y su presencia en Rulfo, por ejemplo).
En un panorama mundial de decadencia (de la literatura francesa, inglesa, norteamericana, española, rusa), la literatura latinoamericana es una estrella viva y pujante. Es una bocanada de aire fresco ante el decaimiento que fue maleando las literaturas de los países materialmente más avanzados.
P.: ¿Qué es la literatura argentina? ¿Cuáles serían sus rasgos distintivos frente a la de Hispanoamérica?
R.: La literatura argentina es una provincia (de las buenas) de ese gran continente verbal y espiritual de la cultura hispanoamericana.
Tiene rasgos diversos, particularidades idiomáticas y un acento diferente porque somos una etnia preferentemente europea dentro del panorama general del Continente. Tenemos una propensión a la literatura conceptual. Vivimos lo folclórico o la relación hombre-naturaleza desde cierta nostalgia de hombres de dos culturas, especialmente en lo que hace a la creación urbana de Buenos Aires -o del Río de la Plata, mejor-.
Nuestra literatura nació ligada a la tierra, a la América profunda (bastaría recordar a los grandes genios Sarmiento/Facundo y Hernández/Martín Fierro. Pero cuando Buenos Aires se adueña del país con su sueño europeista y antilatinoamericano, se produjo una literatura que olvidó su relación con aquella América de siempre, la madre original. Pero en todo caso es también un episodio de la realidad, tan legítimo como la literatura urbana de los Estados Unidos.
P.: ¿Qué líneas de fuerza cree advertir en la futura literatura argentina?
R.: Es una pregunta verdaderamente interesante. Hablemos de líneas que podrían definirse positivamente: 1) la fuerza poética de muchos escritores, sobre todo del interior, para salvarnos de la narración decadente, burguesa y sicoanalizante de Buenos Aires. 2) En lo que hace a la literatura dominada por Buenos Aires sería esperable que la desdicha de lo conceptual pueda sublimarse en estilo, en inventiva, en perplejidad filosófica, en apertura al misterio; como en la obra de Borges: un escritor conceptual salvado por el talento.
Se escribe, hay insistencia, eso es fuerza también. El panorama actual está muy maleado por la mediocridad que ocupa espacios de prestigio. Los eternos tontos de izquierda y de derecha de los que hablaba Ortega. Izquierdistas muy enfermos, que más que el poder tienen una morbosa atracción por la nostalgia de persecución, exilio, palos, y que producen una literatura rencorosa, complaciente, dominada por la angustia de los temas más que por el estilo; y una derecha provinciana, refugiada en cuevas de poder, sacristías, universidades o suplementos literarios. Hoy muy poca gente es libre y tiene su personalidad. Por eso, cuando uno se topa con un gigante como Enrique Molina, se puede sentir inclinado a pensar que no todo esté perdido en esta Argentina cipaya, pequeña, sin sentido de heroísmo. Es el ombú Enrique Molina…
P.: ¿Cómo debería ser una literatura que respondiera a la Argentina total? ¿Podría existir?
R.: Podría existir. Pero un autor no debería proponerse esa idea de «cubrir la totalidad». Yo nunca escribí pensando en Argentina como totalidad, como quien pinta y tiene que cubrir toda la superficie de la puerta (o de un ataúd). Seria un torneo para el libro de records de Guiness. Irrelevante. La patria del escritor es su ser, el mundo, la existencia y también su barrio, su tierra natal. ¿Se imagina a un escritor angustiado por dar la totalidad de Bolivia o de Zaire? ¿Para qué? ¿Nos interesarla por eso? Esas son cosas que perdían a hombres como Mallea o David Viñas (para ser simétrico con la oposición política de ellos…)
P.: ¿Qué es una novela?
R.: Un diálogo con las posibilidades de vivir, como dijo Gide. Una reescritura de «la historia oficial”; una crónica del yo profundo de cada hombre y de la sociedad; la repetición del mundo , tal cual es (ejercicio éste retórico y fracasado), o la reinvención del mundo. Puede ser crónica de la grandeza humana (el Quijote) o de la miserabilidad (Balzac, Zola). Puede ser despliegue del lenguaje hacia lo siempre nuevo (etimológicamente novela-nuevo-novedad) o repetición ramplona del lenguaje periodístico (Hemingway) .
Avenidas de palabras. Lenguaje abierto para que entre el lector y ponga con su propia imaginación y fantasía la otra mitad necesaria para que la palabra escrita renazca, reviva.
Es el género de nuestro tiempo. Puede incluir la poesía o el pensamiento abstracto. Como admite mucho, es una trampa para el más estrepitoso fracaso.
P.: ¿El ensayo argentino ha ayudado a pensar la identidad? ¿En qué autores?
R.: En algunos casos sí. Pero muchas veces la reflexión sobre Argentina pecó de negatividad. Es el caso de Martínez Estrada que pensaba que todos los males de la condición humana se concentraban en Argentina. o de Murena que pensó en un «pecado original» argentino en relación con un supuesto equilibrio de los pueblos europeos de nuestro origen. Me parece que en Argentina el único pensador que se acerca a las raíces, pensando con razón en todo el Continente latinoamericano y no sólo en la provincia argentina, fue Rodolfo Kusch. América profunda es un libro fundamental por las puertas que abre. Pero en general los pensadores no han pensado al servicio de nuestras realidades. La mayoría de ellos fueron negativos, descalificadores, sean Mallea, Martínez Estrada o Murena. Era como si partiesen del pecado original (personal) de ser argentinos, sudamericanos, en relación con un mundo mejor, de primera… Los poetas y novelistas encontraron los valores humanos, creyeron más, amaron más, fueron más libres: crearon un lenguaje propio; los pensadores, no. Son bien sucursales latinoamericanas de la conceptualidad europea, salvo las excepciones y entre ellas Kusch.
Massuh considera que la reflexión localista puede ser, más que iluminadora, autocomplaciente y peligrosa. Es raro que los argentinos sigamos hablando tanto de nosotros mismos.
P.: ¿Es escéptico acerca del papel del intelectual en la sociedad contemporánea?
R.: Para nada. Todos nosotros, los «intelectuales»: críticos, escritores, profesores, lectores, periodistas, etc., somos quienes tienen la tarea de hacer vivible este mundo y rescatarlo de su entusiasta autodestrucción. Todos nosotros mantenemos esa «conciencia social reflexiva» de que hablaba el sociólogo Sorokin. Somos la conciencia del dolor, la única posibilidad de imaginar y modelar un mundo mejor. Ya podemos estar seguros que después de la fulmínea caída del imperio soviético estamos ante el peligro de una especie de paradójico liberalismo stalinista, que desconoce toda moral de solidaridad.
Comprobamos con tristeza que el sistema vencedor -o mejor, sobreviviente- es tan nefasto y grosero como el vencido. América Latina, incluida nuestra rica Argentina, está en un proceso de miserabilización por causas económicas externas. En pocos años llegaremos al grado de genocidio silencioso como el que padece África negra.
Ante el silencio cómplice y/o la estupidez de los políticos, no quedan más que los hombres de fe y los intelectuales, los hombres de la reflexión y de la fantasía, los que impulsarán la reacción salvadora.
Somos los guardianes del espíritu divino de la infancia. Los guardianes del Principio de Fantasía.
P.: ¿En qué «familia literaria” inscribirla su nombre?
R.: Entre los que buscan las palabras para iluminar el texto. Entre quienes no creen en un lenguaje sirviente sino amo, hacedor. Lezama Lima, Borges, Rulfo, Guimaraes Rosa, Nabokov, Flaubert, son hombres que cumplieron con los tres mandatos esenciales del toreo de muleta: parar, mandar, templar. Los únicos libros que viven, viven por su lenguaje, por el ángel/demonio de las palabras. Y estas palabras vivas son las únicas que, además, pueden hacer germinar ideas válidas.
En Los perros del Paraíso y en Daimón he tratado de contar la historia de una forma personal y diferente.
P.: ¿Por qué no ha publicado aún volúmenes de ensayos, o cuentos?
R.: Nunca tuve facilidad ni atracción por el peligroso género del cuento, tan cultivado en Argentina. En cuanto a los ensayos, me gustaría; tengo muchas ideas, pero las voy desgranando en artículos. Escribo con mucha frecuencia en ABC, El país, Diario 16 y a veces también en esa especie de noticieros para escolares que son muchos diarios argentinos, salvo contadísimas excepciones. (Sin irreverencias y coraje, no puede haber periodismo…)
P.: ¿Cuál es su mecanismo de escritura?
R.: Imagino, veo escenas, anoto palabras, en los textos históricos encuentro el absurdo o lo delirante como adelantándose a mis fantasías. Soy ocioso, pero continúo mi deuda con el hacer, con la creación. Trato de aprender a parar cuando la pluma quiere correr. Sé que es una historia de palabras y no de cosas para contar…
P.: ¿Quiénes son sus lectores?
R.: Gente insospechada. Gente de buena fe que llega al libro, a mis juegos malabares y se sorprende. Gente que llega sola al diálogo que propone mi libro. Entre yo y el «público»-más bien no hay publicidad alguna.
En Argentina, mis colegas y los críticos más bien me han marginado. Hablé en la Biblioteca del Congreso de Washington, en la Complutense de Madrid, en las Universidades de Nuremberg, Sevilla, Utrecht, México, pero nunca en la de Buenos Aires… Me acostumbré a que mis libros sean como gatos solitarios que cuando se hacen amigos de alguien es por una razón pura y valedera de compatía, de coincidencias profundas.
P.: ¿Que biblioteca personal mínima elegirla?
R.: Seis libros: Tao Te King, Don Quijote, La Biblia, Paradiso de Lezama Lima, Ada de Nabokov, Nietzsche.
Pero quiero a los libros; leí muchos libros. Leer ayuda a sentir, a gozar. No es sólo placer, como descubrió Barthes hace veinte años entre los aburridos críticos de Europa. La literatura conlleva la conciencia de existir. Enseña a sentir más la vida. Vive más el que lee, porque ve más y porque aprende a gozar el placer y el dolor.
P.: ¿Qué es, para usted, la posmodernidad? ¿Se considera un escritor posmoderno?
R.: Una palabra prestigiosa que algunos críticos aplican a Daimón y a Los perros del Paraíso. No entiendo bien su contenido. Hace diez o quince años tampoco entendí bien eso de «estructuralismo”. Siempre aparecen estas palabras.
Sobre lo de «escritor posmoderno»… Realmente no podría decirlo yo, aunque alguna vez me explicaron convincentemente que yo lo era. Pero en realidad no podría, por mis propios medios, definir o calificar a un escritor como posmoderno. Nunca me propuse serlo…
P.: ¿Cree que el «lector medio» del interior acepta su «mitología de Buenos Aires», tal como aparece en Momento de morir y La Reina del Plata, como literatura «argentina»?
R.: No. No creo. En realidad, no tengo una idea clara de «lector medio». Creo que todo lector pertenece a una aristocracia. Como los felinos, son todos nobles.
P.: ¿Están Arlt, Bioy y Céline detrás de sus novelas «porteñas”?
R.: Sí. Hay un amor amargo por la ciudad; eso viene de Arlt. De Bioy tal vez la ironía acerca de los personajes y el habla de Buenos Aires. De Céline cierta furia. En todo caso he leído y estimo a estos tres escritores.
La primera parte de El sueño de los héroes de Bioy y algunos pasajes de Dormir al sol demuestran con maestría cierta enfermedad profunda, cierta alarmante e irritante bastardía del alma del porteño que tiene una influencia muy perniciosa en nuestra vida nacional.
P.: ¿Por qué sus personajes masculinos terminan perdiendo a la mujer amada o desinteresándose de ella?
R.: Esta pregunta apunta a esas determinaciones que están en uno y que aparecen cuando se escribe una novela o un tango. En todo lo que hace a la vida amorosa y afectiva hay en mí como una zona de falla. Debo tener una relación enferma con la mujer en general, como algunos personajes de tango. No lo busco. Creo que estoy demorado en el sadomasoquismo, como diría un psicoanalista. Pero sé que soy sincero. Continuamente me fugo de los dolores y responsabilidades del amor para caer en las alegrías del erotismo.
P.: ¿Por qué los personajes femeninos son en general tan vacuos? Veo que cuando entre los idealistas o revolucionarios aparecen mujeres, no son revolucionarias ni idealistas genuinas, sino especies de «tilingas”; si alguna se compromete, como en La Reina…, una vez fracasada la aventura vuelve al anterior estadio de inconciencia…
R.: Creo que la razón está ligada a la respuesta anterior. Más bien no sé tratar a los personajes femeninos pero, como en la vida, no puedo prescindir de ellas. Soy, literariamente, un homme à femmes. Abundan las tilingas, pero son siempre portadoras del fuego esencial, el sex appeal, el leitmotiv de la existencia y de la reproducción. Reconózcalo. Además, en algunos casos como el de la reina Isabel de Los perros del Paraíso hay un homenaje a la mujer…
P.: Bioy y otros escritores hablan del «fracaso» que significa el libro que han escrito respecto de las aspiraciones que tenían sobre él. ¿Qué grado de satisfaccíón/insatisfacción siente usted frente a cada una de sus obras?
R.: Tengo la suerte de no dramatizar la relación con mis propios libros. Raramente me releo. Me alegro cuando encuentro esos pocos logros. Creo que sé ver los defectos de varios libros, intuyo alguna página con ángel. Pienso más en el próximo libro que sobre, los logros o fracasos de los publicados. Hay escritores que viven atados a «su» libro como a un mal matrimonio interminable. No es mi caso. veo mis libros como gatos que dejé en las calles de una gran ciudad. Espero que les vaya bien, que hagan su vida.
P.: ¿Cómo fue tratado por el medio literario, critico y erudito?
R.: En este medio venido a menos, he tratado de salvarme de los rencores y pequeñeces. He andado solo, marginalizado. Sospechado por las beatas de ambos sexos y silenciado por una izquierda provinciana que desconfiaba de mi profesión y no comprendía que yo pudiese ser invitado a Cuba o editado en Rusia. Me abrí camino en Francia y España y ahora tengo mis lectores en Argentina y gente que me ayuda mucho al comprender lo que intento en mis libros. Diría que a mi me costó más que a muchos: vivo lejos por razones de mi trabajo, no tengo dotes publicitarias y digo muchas cosas inconvenientes. Suelo contar como anécdota de estás mínimas desdichas de la «carrera literaria» que, cuando me dieron el Premio Internacional «Rómulo Gallegos» (era el primer argentino que lo recibía, después de Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez y del Paso) mi discurso ante el Presidente de Venezuela fue publicado en una docena de diarios importantes de toda América; en Argentina no, pese a que soy frecuente colaborador de varios.
P.: Ana y yo creemos advertir por momentos un esencial escepticismo, muy abarcador, en su visión del mundo. ¿Es eso cierto?
R.: Tal vez mi voluntad de creer no sea muy verosímil. Mi inclinación es hacia ese «sentimiento trágico de la vida, del que hablaba Unamuno. Pero trato de escaparme de él. Me considero una víctima cultural de la pesadumbre judeo-cristiana que heredé, que heredamos. Mi rebeldía pagana se manifiesta a través del lenguaje, y en la exaltación del erotismo como fuente de vida, de la voluntad de poder y hasta de las buenas relaciones con Dios.
P.: Fue usted quien dijo Dios: ¿cuál es su relación con la religión?
R.: Algunos curas y señoras de sacristía se espantaron con mis desbordes pantagruélicos al relatar algunas escenas sexuales. Se me consideró subversivo. Pero los obispos y los buenos lectores, «esos que leen más allá de la irreverencia, pueden advertir en mis libros preocupaciones religiosas sinceras y de fondo. Me eduqué en la religión. Me rebelé contra la religión exterior,-pero soy profundamente religioso. En algún momento insoportablemente doloroso de mi vida sólo la religión, en el sentido mayor de esta palabra, me ayudó. Tengo una admiración total por la Iglesia Católica, pese a mis luchas contra el judeo-cristianismo ideológico y mi furia contra la Inquisición en América y su insensibilidad nazista hacia las creencias y civilizaciones precolombinas.
P.: ¿Cuál es el valor de la irreverencia, en todo orden?
R.: La irreverencia es un fuerte paso hacia la libertad. Es un ejercicio de rebeldía. Jünger decía (como Sartre) que sólo el rebelde llega a escritor. Toda la creación humana es una historia de sucesivas irreverencias, de insolencias sublimadas en obra.
Un escritor tiene que ser irreverente, insolente, buscador de lo marginal. Son condiciones del oficio.
P.: ¿Por qué precisa de la literatura? ¿Para qué escribir?