Nina A. Bruni, ASTERIONLINE 1999 – 2000, N° 2
El singular lenguaje poético de América se revela en la libertad creadora de Abel Posse cuyas novelas no son sólo búsqueda y definición del propio estilo literario sino también afirmación poético filosófica de la propia identidad Latinoamericana. Calidez, sensibilidad, agudeza y presición, en sus opiniones y aseveraciones.
¿Algún defecto que todos desearíamos tener? Aquel romano espíritu ciceroniano que se regocija en nuestro impecable escritor y orador.
– ¿Quién fue su primer entrevistado?
-Yo no hice una carrera de periodista. Siempre fui colaborador. Hice notas cuando viajé la primera vez a Europa, muy esporádicamente. Ahora bien, en un determinado momento a alguna gente que conocí la recordé haciendo notas: entre ellos a Martín Heidegger en 1973 y, bueno, a muchos más; a Pablo Neruda a Borges, sobre todos ellos escribí a Ciorán, el filósofo rumano que vive en Francia; a Manuel Scorza que es muy amigo mío, a Antonio Di Benedetto que era muy amigo mío. En tonces en esos casos, en el caso de la muerte de los dos últimos, yo los recordé en forma de entrevistas que publiqué en diarios de España y en Argentina. En el caso de Heidegger no. Yo fui especialmente por un interés que tenía de conocerlo y eso fue distinto y entonces, claro, me pareció que era interesante lo que se hablaba de un hombre de esa magnitud…
– ¿Qué le interesaba particularmente?
– Su filosofía, yo había leído muchísimo la filosofía de él. Me formé en gran parte de mi carrera leyendo filosofía. Estudié en la Sorbona ciencias políticas. Me interesaba la filosofía que leía, después fui a Alemania, viví un año, dos semestres practicamente.
Viví en la ciudad universitaria, pero independiente de todo eso, leía. He leído mucho a Nietzsche y toda la linea de los filósofos alemanes. Schopenhauer, Nietzche y Heidegger y tenía un gran interés por conocerlo y tuve la suerte que me recibiera en junio de 1973.
Después mantuve alguna relación con él porque yo formaba parte del centro de estudios Rilkianos. En esa ocasión de la entrevista fue para mí un momento muy emocionante porque era realmente uno de los grandes pensadores de los últimos dos siglos. En otro caso, en el diario “El País” en 1979 Borges cumplía 80 años y como yo lo conocía a Borges me pidieron del diario que lo entrevistase porque querían que lo entrevistara un escritor y no un periodista. Entonces grabamos en la casa de él un largo diálogo, dos largos diálogos y yo también hice en ese caso una entrevista, soy un colaborador de diarios y revistas.
– ¿Conoció a Rodolfo Kusch?
– Sí. Tenía una enorme admiración y amistad por él. Fuimos a Río Hondo en el año ‘71 o ‘72 a una reunión de escritores con Muñoz Aspiri…firmamos un manifiesto; me pareció que es uno de los pocos hombres que pensaron con independencia sobre América, con un pensamiento absolutamente individual.
– ¿Influye en Usted?
– Influye. Sí. Yo tomé mucho de él que es una idea de Canal Feijoó que él desarrolló brillantemente, sobre todo en un libro que se llama El pensamiento seminal de América, que editó en México, América profunda… y después fuimos amigos. Lo vi antes, cuando él estuvo en Buenos Aires, porque después yo viajé al exterior, seguí mi carrera de diplomático y él se trasladó a Salta. Después estuvo trabajando en Bolivia y murió joven, repentinamente y me apenó mucho. Teníamos una buena amistad y yo tenía una admiración enorme por el hecho de que siempre pensé que en América había un lenguaje de la poética absolutamente independiente de España, y de Europa.
Ese lenguaje que colacionó brillantemente la llamada novela latinoamericana. Es un lenguaje de una extraordinaria creatividad poética, de una integración de problemas ideológicos, de búsquedas poéticas, de conocimiento americano, que no se logró en ningún otro lenguaje y siempre pensé que la filosofía estaba en deuda. Y Kusch, para mí, fue el primer paso de un auténtico filósofo americano. Y que pese a que en su lenguaje -no es muy maduro- pudo haber errores, es un hombre que es como si hubiera empujado una puerta cerrada, no se le puede pedir mucha delicadeza de estilo al hombre que abrió un camino nuevo.
– Con este criterio, ¿podríamos decir que la narrativa latinoamericana es poesía?
– Sí. Está muy vinculada a la poesía. Supo capturar de la poesía esa capacidad de intimidad, de profundidad que le da el lenguaje a la prosa nuestra. En alguna medida toda la novela moderna europea se alejó de Cervantes. No pudo llegar a Cervantes. Renunció a Cervantes y se consolidó en torno al modelo de la novela francesa. Es una novela de la razón, de la destrucción, de la psicología, que excluyó un poco a la poética. A la novela latinoamericana le correspondió el retorno cervantino de la novela pero en un plano universal no solamente Latinoamericano; sino en el plano de la literatura mundial, de la literatura de Latinoamérica; devolvió a la novela el espíritu de fantasía que le había secuestrado la literatura francesa.
– ¿Qué reflexión le merece “los quinientos años” de la conquista de América?
– Los quinientos años es como una cifra mágica, pero que ayuda; ayudó con todas sus conmemoraciones a una reflexión. Esa reflexión se hizo en España, en América y en el resto del mundo sobre lo que significaba la inauguración de la modernidad, de los tiempos modernos; y esos tiempos modernos surgen de este choque tremendo, de este crimen histórico, de este episodio terrible que nadie podía juzgar -porque el pasado no se debe juzgar sino se debe integrar -que fue el Descubrimiento y la Conquista. Y, evidentemente, se creó una nueva realidad mundial, nueva etnia, unificada por el idioma español y con una característica muy personal: es una etnia europea pero también americana, con un ritmo propio, con una idiosincrasia particular, con un sentido de la vida y de la fantasía, digamos, distinto de lo europeo. Y es una especie de reserva espiritual del mundo, el mundo iberoamericano -yo creo en él- y creo que el gran espejo de esa riqueza ha sido nuestra literatura del siglo XX. -Yo creo que el siglo XX está en un nuevo Siglo de Oro. El Siglo de Oro originario de nuestra lengua se vivió en España, -siglos XVI y XVII, digamos. El Siglo de Oro actual se vivió desde Latinoamérica desde Rubén Darío. Pero constituimos sin duda, la literatura más rica del mundo. O sea que en Alemania, en el siglo XX, en Francia, en la literatura italiana, en la literatura norteamericana, no se logró un episodio tan completo de fantasía creadora que va desde los poetas -los grandes poetas de América- hasta el movimiento novelístico.
– Usted cree que Europa está un poco “muerta” en ese aspecto…
– Creo que hay una enorme crisis cultural en todo el mundo y que Europa la vive más que en otras partes porque fue más lejos en el camino de la decadencia. Pienso que América Latina no tiene que repetir un camino de decadencia, que tiene que hacer un camino propio -un tema complicadísimo y que desgraciadamente las clases políticas no lo ven-
– Ésa es mi inquietud. Dudo de que tengamos conciencia de ello. No veo claramente la voluntad de encarar un trabajo propio, un camino desde la educación, básicamente.
– No. Nosotros tenemos miedo de ser. Hemos vivido colonialmente y muy protegidamente, la protección de estar al margen. El protagonismo histórico lo hemos siempre temido. Pero ha llegado un momento en nuestra evolución en que ya no podemos escondernos de nosotros mismos. Las clases políticas están atrasadas en relación a las clases intelectuales sobre este tema. O sea: la inteligencia de América, la inteligencia poética de América, comprende a América como un UNICUM, como un extraordinario continente humano, unificado maravillosamente por el idioma, mientras que las clases políticas todavía, recién ahora, están al rastro de algo nuevo y que es provisorio porque en los últimos diez años, se han hecho cosas que no se habían hecho en un siglo: el hecho de que los presidentes se encuentren es nuevo absolutamente. Antes un presidente de Brasil vino una sola vez -Julio Vargas- a la Argentina. Es insólito lo que fue nuestro aislamiento entre nosotros; es la medida, casi, de nuestra dependencia ante los “otros”.
– Pero hoy en día hay una crisis de la clase política, pareciera ser un “juego”. ¿Se prevé una solución?
– Los políticos están por debajo de la realidad en todo el mundo. Nosotros necesitamos políticos que estén por encima de la realidad, y que la creen, porque llegó un momento en que sentimos que tenemos un enorme continente, una enorme responsabilidad, un mundo muy peligroso. No es un mundo de un nuevo orden, sino un mundo casi de un nuevo desorden. Tenemos que consolidar nuestra relación con Brasil los argentinos, tenemos que -como usted dijo- crear caminos en nuestra propia educación americana que es una forma de conciencia. Esa conciencia está en la gente pero todavía no la hemos legitimado en los planos educacionales, en el plano político. Por eso yo siempre dije que los escritores siempre habían sido pioneros en esta conciencia de América y que los filósofos y los políticos deben estar un poquito a la rastra. Esperemos que esto nuevo, que esta integración como Mercosur, estas nuevas relaciones que se están creando en los países de América Latina sea el origen también de una posición fuerte y de una posición definida.
– ¿Es lo que usted llama el mundo bidimensional?
– Sí.
– ¿Y cómo ve a la juventud dentro de este esquema? ¿Confía en ella?
– Confío. Lo que pasa que la juventud está adormecida. Estamos viviendo un tiempo peligrosísimo en el cual lo más grave, está pasando en relación a la juventud. La juventud no es convocada y tampoco interesa en el sistema; o sea: es muy difícil ingresar en el sistema, la vida se ha vuelto cerrada. Las sociedades a medida que se tornan más exitosas, -exitosas en el sentido este economicista, meramente exterior, en que el éxito se mide por el producto bruto interno- está dejando a la juventud un lastre terrible de carácter cultural. Eso se ve sobre todo en Europa; se manifiesta en la huida de la droga, en la huida de la estupidización rockera, en la huida de la alienación… Gravísimo tema es este porque a la juventud hay que convocarla a las cosas heroicas, en la vista del bien, en la vista de la solidaridad.
– ¿Qué modelos le dan?
– No hay modelos. Este es el vacío político mundial que estamos viviendo.
– Ante el planteo de la imagen instantánea enfrentada aparentemente al momento de reflexión, ¿cómo definiría a los medios de comunicación?
– Es también un problema mundial. No es exclusivo un problema argentino o latinoamericano. Pero en este momento nos hemos encontrado que la velocidad del crecimiento económico y tecnológico -lo que se llama el sistema económico comercial tecnológico-militar-, ha crecido más allá de la capacidad de control y la capacidad ética del que debiera controlar, el hombre, del gobernante, del estadista, de cada escuela… Los aparatos han crecido como por leyes económicas propias, no hay autoridad cultural que los ubique verdaderamente en un panorama
total. Le doy un ejemplo visible de esto, más allá de lo que pasó en la carrera armamentista: es en el campo de la audiovisualidad. Un maravilloso sistema que llega terminalmente a todos los hogares, a todas las casas que puede educar e informar a miles de jóvenes y personas de toda edad. Es un aparato que está en general en el más bajo y estúpido comercialismo: por ejemplo en Estados Unidos y en América Latina. Y es la prueba de en qué medida un extraordinario medio nos sobrepasa a nuestra voluntad, a nuestra conciencia, a nuestro poder político para conducirlo hacia un buen efecto y no un efecto idiotizador de masas o meramente distractivo. En la audiovisualidad se está produciendo uno de los conflictos mayores: se crea a través de este enorme poderío de la audiovisualidad una opinión creada por comunicadores que no tienen cultura. Por ejemplo es un caso corriente que la información es mala; la interpretación de la información tiene una influencia enorme en la gente y está hecha por un incapaz. Y esto que vemos en la Argentina se repite en toda América Latina, en Estados Unidos, -en muchos países del mundo. Es uno de los mayores conflictos y proviene de la confusión de libertad, olvidando las nociones de Estado, de Educación, de Pueblo y de Persona. Es un error gravísimo de que un medio de tanta importancia como la televisión en todo el mundo esté en manos de intereses que no son controlados en el buen sentido y crea un efecto dañoso como sabemos, por ejemplo, en la diseminación de la idea de violencia; en fin, los mecanismos de daño son mayores que los mecanismos del bien, positivos.
– ¿Cómo definiría a los argentinos?
– Es bastante dificil. Se ha roto la cabeza mucha gente con esta pregunta. Yo creo que el argentino es un producto emigracional, es un hombre que ha predominado en Argentina, como en cadena. Hay una especie de geología de los pueblos donde se pueden estudiar estratos de formación. En el estrato de formación originario, del hombre argentino no había civilizaciones poderosas, -por lo menos en la Pampa. Sobre eso se impuso el español, el mestizo de español, el criollo, la figura fugaz y poética del gaucho y luego, lo que forman verdaderamente la Argentina, que son las grandes masas inmigracionales que son convocadas a partir de los últimos treinta años del siglo pasado. Todos estos son estratos sucesivos que se fueron conjugando de forma positiva. O sea: de alguna manera hemos creado una etnia que tiene las cualidades europeas de velocidad, inteligencia, voluntad de vida, voluntad prometeica, de lo positivo, la voluntad del ser como diría Kusch. Y al mismo tiempo el choque con este substrato original y americano que es la voluntad del estar. Y entonces, tenemos una característica doble; somos un país ambiguo donde nuestros pasos, a veces, aparentemente, son contradictorios.Tenemos por un lado la voluntad europeista, que tuvo Buenos Aires incluso a través de la cultura argentina durante muchos años; tenemos la deuda americana y la deuda con el interior del país que es nuestra América. En tonces hay una continua dialéctica entre el episodio europeísta muy marcado, -como lo puede tener Estados Unidos o la cuenca de San Pablo en Brasil, por ejemplo-, y la realidad americana profunda.
– Este sería nuestro problema histórico…
– Problema, pero crea una vida muy interesante porque tenemos por un lado una dimensión de vida exigente culturalmente, cosmopolita abierta al mundo, -no somos campesinos, no somos provincianos, los argentinos tenemos cualidades extraordinarias y al mismo tiempo, los conflictos que trae lo vivido en la Argentina profunda. Hemos olvidado la Argentina. Por ejemplo en la literatura. Si uno piensa bien en los orígenes de nuestros grandes gigantes que son José Hernández y Sarmiento, uno en la prosa y otro poeta épico, son dos poetas americanos, dos hombres de la tierra. Después viene el impacto inmigracional y toda la literatura argentina va a ir mirando hacia una literatura culterana y urbana.Y recién ahora se va a producir una síntesis, ¿no? Es un momento de síntesis. Yo como escritor traté de huir de la determinación urbana, porteña. Pero eso se debió a que yo, primero, tengo familia en el interior, en Tucumán, y yo nací en la ciudad de Córdoba; y tenía como una deuda con esa Argentina criolla, campesina,… Y al mismo tiempo me crié en Buenos Aires como un porteño.
– Vivió, entonces esa ambigüedad.
– Claro. Tenía el recuerdo de mi familia provinciana y viajé a Tucumán. Vivía esa realidad distinta y al mismo tiempo una formación rigurosamente porteña. Yo conocí a América porque viajé a Perú, -fui diplomático en Perú- y después viaje por Brasil… Y sobre todo en Perú, tuve una especie de revelación de lo americano y me desvinculé del lenguaje porteño. Me constituí en una especie de marginal con los temas americanos, sean en mis búsquedas personales, que a veces plasmo en algún artículo, pero sobre todo en mis novelas, lo americano prevaleció totalmente sobre ese origen porteño de mi formación.
– El motivo de toda su obra -según mi punto de vista…
– De alguna manera mi obra -aunque yo escribí también sobre Buenos Aires en el caso de La reina del Plata- está seguida por esa… Yo creo que los que hemos hecho somos muy pocos en la Argentina, los escritores del interior, Enrique Molina, que también pretende zafarse del determinante porteño. Pero por ejemplo: yo, cuando hablaba con Borges de esto, me consideraba como un loco. Él no podía creer que siendo porteño me interese realmente en un lenguaje sobre el tema del Caribe o de los Andes, como en Daimón; todo eso con una síntesis de lo americano sin pasar por Buenos Aires. En ese sentido tuve como una reacción pero creo de carácter poético,…
– ¿El contacto con la tierra lo conmovió?
– Más que la tierra, la civilización precolombina viviente todavía. De ahí mi vinculación con Kusch. Yo me hice amigo con Kusch a lo largo de mi estadía en Perú, de los incas, Machu Pichu…
– ¿Usted se considera un rebelde?
– No quise ser nunca un rebelde, soy pacífico.
– Lo han definido como rebelde.
– Mi rebeldía es…
– ¿Positiva?
– Sí. Yo creo que es necesaria en la Argentina. Además yo me elegí, como escritor, una vida totalmente independiente de todas las presiones del grupo, de partido, de moda, de capilla,… Entonces soy un hediado total. Yo soy un hombre que jamás me van a ver por Buenos Aires pidiendo que me publiquen un artículo o promocionándome en la televisión. Creí en una cosa que me dijo Borges, ¿no?, que me llamó mucho la atención. Él hace muchos años me dijo un día: “Mire, Abel, nadie puede empujar un libro a ningún lado. Usted puede hacer toda la publicidad que pueda, puede crear una capilla, puede crearse un medio de difusión que diga que usted es un genio. Nadie puede hacer nada para promocionar un libro. En cambio nadie puede ocultar una página impresa de un escrito.” Y esto fue el fenómeno de él. Era un hombre timidísimo, sin embargo fue reconocido… A mí me pasó con Marechal. Marechal, por razones políticas, por la “tilinguería” argentina, lo excluyeron -Marechal era peronista- Pero durante diez años, ¡más!, no se lo podía nombrar a Marechal. O sea: los mismos colegas lo marginaban. Lo mismo pasó con Roberto Arlt. La gente que habla tanto de Roberto Arlt, se olvidó de que él publicó su libro en 1929-1930, las grandes novelas, Los lanzallamas y Los siete locos. Y, bueno, esas novelas se vendían en librerías de viejos hasta el año cincuenta y pico, sesenta que Fabril hizo la reedición de los libros. Pero yo me acuerdo cuando era adolescente que revolvía libros en las maravillosas librerías de viejos que todavía había en Buenos Aires; yo todavía encontraba la edición primera de Los lanza llamas y Los siete locos. En esa época se había hecho una edición grande. Era muy leído. Él era comunista y era muy leído por la gente que leía la editorial Claridad. Pero lo “ningunearon”. A Arlt lo consideraban un escritor sin importancia.
– ¿Hay quienes se molestan?
– Además, les molesta la difusión de mis libros en Europa y en España. Me han dado el premio Rómulo Gallegos y el premio del V Centenario. El público está muy contento. Yo nunca pretendí… Sé que mis libros no son para ser best sellers, son libros complejos, algunos de una extrema exigencia literaria -por lo menos como propuesta mía, no como logro por cierto-, pero mi propuesta ha sido esa en el caso de Los Perros del Paraíso y Daimón. Entonces, no pretendo que tengan difusión masiva pero tengo la satisfacción de estar traducido en muchas lenguas y que, en Argentina se venden continuamente y se reeditan…. Esas son las satisfacciones que me quedan a mí frente a esta especie de ninguneo… Una vez me dijo un crítico que murió, que era un gran crítico, una buenísima persona que era Delfín Garasa. Me dijo una vez, cuando yo vivía en Israel -estaba en la embajada de Israel- me vino a visitar y me dijo “vos en la Argentina sos como un escritor traducido.” Me ofendió enormemente porque toda mi obra es muy argentina y yo vivo todo lo argentino continuamente, en los menores detalles…
– No se olvida a pesar de la distancia.
– ¡No, jamás! Al contrario. Vivo en mi idioma, vivo con mis libros y eso me causó dolor; porque me di cuenta que era absoluta verdad .
– Pensé en nombrarle algunas personalidades acerca de quienes me gustaría conocer su opinión. Comencemos por Bartolomé Mitre, a quien a menudo nombra en sus artículos.
– Es uno de los hombres de la generación fundadora de la Argentina. Lo admiro cuando pienso que fue traductor de Dante, que escribió sobre Tilhuanaco porque se interesó cuando vió las ruinas de Tilhuanaco. Al mismo tiempo era un político porteño, pero tenía esa apertura, como todos los de su generación, de crear un gran país. Y en ese sentido lo admiro. Me parece que con un país con dos millones de personas diseminadas, desunidas… Todos ellos, Sarmiento, Mitre, Avellaneda, crearon una nación nueva.
– ¿ San Martín y Bolívar?
– Gigantes. Gigantes. Seres de otra… Cuando yo pienso lo difícil que es hacer algo en la vida, movilizar algo, pensar en convencer gente para cruzar los Andes como los cruza San Martín o como los cruzó Bolívar con cinco mil hombres que se murieron de frío -iban con un poncho y ojotas los soldados de Bolívar-; los soldados que llevaba Bolívar a Perú, cuando cruzan ahí los Andes, se le caen muertos de frío de las mulas… Gigantes, absolutamente descomunales, porque tenían una idea clara, tenían una idea noble, no solamente clara sino noble, generosa y al mismo tiempo el coraje de ir a la muerte, de matar y morir… ¡Lo pagaron caro todo! ¡Los dos pagaron muy caro!
– La generación del ‘98 española.
– Yo los quise. Pero ahora ya no los admiro.
– ¿Por qué?
– Los quise mucho porque yo me formé, -como todos los escritores un poco de antes en Argentina- nos formábamos de manera cosmopolita, conociendo todas las literaturas. Toda la literatura rusa, la literatura francesa, Proust, Flaubert, la literatura inglesa, los poetas alemanes, la filosofía china, la mística china,… esa pasión por la cultura que viví y, obviamente, el idioma nuestro, la casa nuestra era el idioma español. Y ahí, es claro, estaba la gran literatura española del Siglo de Oro, Cervantes, y después esta literatura cercana que por razones políticas de España, se difundió enormemente en nuestro país a través de la colección Austral, que era la generación del ‘98. Entonces ahí están, para un novelista, Baroja, Unamuno como novelista y pensador sobre todo, Azorín y, sobre todo, Valle Inclán. Para mí el gigante, el único gigante que hubo en el lenguaje fue Valle Inclán, que era un escritor antipático pero un creador del lenguaje, que tuvo un don con el idioma, que no tuvo otro escritor de su generación. Pero en general, si uno piensa, Pío Baroja, Unamuno, Valle Inclán, son contemporáneos de Federico Nietzche, de Rilke, de Kafka, de Joyce. La literatura española está un poco envejecida, como tímida, provinciana…
– ¿Cómo queda en el tiempo?
– …quedada en el tiempo, muy ibérica. Y yo creo que la literatura española, todavía no se liberó de sí misma, pese al relámpago de la literatura latinoamericana. Todavía hoy, a la literatura española le cuesta enormemente sacudir el cascarón de la generación del ‘98 que tenía algo como de olor a armario cerrado, armario español, de casa de provincia. Siempre yo he leído todo eso; mi padre era un ferviente lector de toda la literatura española de ese tiempo. Yo tenía la Colección Austral… Yo le puedo decir cuarenta títulos de Baroja, veinte de Unamuno, treinta de Azorín, los ocho o diez grandes libros de Valle Inclán, estaban delante mío desde que era chico. Y nunca dejé de sentir la presencia de algo, de ese olor de armario viejo, de madera noble de una casa de provincia, donde se oye el rumor de las mujeres rezando el rosario al atardecer…
– ¿Percibe pesimismo?
– Pesimismo no tanto, sino marginalidad del mundo, provincianismo. Al lado de lo que es El Quijote ¿qué es toda la literatura del ‘98? Nada. El Quijote lo retomamos nosotros: la grandeza de García Márquez, Guimaraes Rosa, todo el vuelo literario de Borges -las osadías de Borges son iguales que las de Góngora. Hay que tener mucho coraje. O sea: nosotros somos los nuevos, los verdaderos recreadores de la literatura.
– ¿Jorge Guillén?
– Jorge Guillén para mí es el más alto poeta español. Si yo pudiera admirar a alguien, así, como poeta pánico, panteísta, libre de las palabras y capaz de llegar a las sensaciones, casi, a la sensación de la brisa, es Jorge Guillen. los resplandores de luz sobre el mar, el sentido del mar, el sentido del espacio, la existencia tomadas más allá de las palabras y las situaciones… Me parece el más alto poeta español después de San Juan de la Cruz. Al ser despojado y nosotros estar acostumbrados a la noción dramática o de la poesía vinculada al mundo o al acontecer humano, nos costó mucho entender a Guillén. Guillén venía de la altura poética libre, de la lírica en estado salvaje. Y él es casi el retorno a un clasicismo perdido. Por eso me interesa.
– ¿Y de Umberto Eco?
– De Umberto Eco no tengo ninguna opinión importante. Yo escribí sobre Umberto Eco, cuando sacó su segunda novela, en el diario “El País” que me pidió una crítica, pero nunca me ocupé de él. Me parece un escritor… astuto. O sea que fabrica, fabrica con inteligencia. No, no me interesa. No logra el ángel de la vida de la novela. No alcanza a tocar la novela.
– ¿Cómo definiría en pocas palabras a la literatura?
– Me parece que la literatura sigue siendo la gran ciencia de la vida, o sea la suprema ciencia. Hoy día que estamos en un siglo de cientificismo agobiado y agobiante, me parece que la ciencia más viva sigue siendo la ciencia del Hombre. Porque la literatura es la que plasma todas nuestras dudas, nuestros sentimientos, nuestras búsquedas… El “yo” profundo tiene un sólo lugar que es todavía el libro o el poema. Que la gente no quiera leer libros -o episódicamente- o no quiera leer poemas -o episódicamente- no quiere decir que ahí no esté la realidad del Hombre; la realidad profunda, el sentimiento del amor, el desamparo, el miedo de Dios, el miedo a la muerte, el amor, las primeras sensaciones, las últimas sensaciones de la vida, la meditación y reflexión sobre la totalidad que llamamos vida,… el único lugar donde existe, más que en la filosofía, es en la poética. Para mí la literatura, capitaneada por la poética, es -digamos- la ciencia suprema.
– ¿Y la historia?
– Vi que la historia es un escándalo fascinante. Pero me interesa la historia en la medida en que puedo reflexionar sobre la realidad, sobre el mundo, sobre sí mismo, sobre mi tiempo.
– Tal vez sea la reflexión sobre la Verdad. De cierto modo eso usted lo propone en sus novelas.
– Pero en cierta medida eso existió siempre. La historia es una versión, una versión autorizada porque hay documentos y el Hombre más bien vivió a contra historia, reflexionando sobre la historia. El caso más ejemplar es, obviamente, el de Shakespeare. El uso de la historia para reflexionar sobre la vida es lo único que puede hacer el literato. Puede, además, en el caso de América Latina, redescubrir su continente. O sea: nosotros contra las carabelas que nos mandó España. Hemos mandado nuestros propios redescubrimientos del continente que hicimos con nuestra propia marinería poética y literaria. Nosotros hemos redescubierto América más allá de la versión del triunfador y le hemos devuelto, en lo posible, también la versión del vencido. En ese sentido y entendí la novela también como una actividad de reflexión histórica.
– ¿Usted se siente libre cuando escribe?
– Sí. Totalmente libre. Porque primero escribí siempre desde un punto de vista literario y entonces parecería que lo que uno hace y dice es como al margen del mundo. Después, claro, cuando vi mis libros impresos, vi que mi compromiso con lo que hacía y decía era más peligroso, más concreto. Entonces, casi he sido bastante libre con lo que escribo. Para empezar soy más libre como escritor que como individuo. La literatura, el hecho de escribir y el hecho de expresarme intimida generalmente a la gente. Yo he tenido un don como poético, infantil, que me llevó a escribir con mucha libertad mis ocurrencias, mis juegos, mis insolencias. Y puedo decir sí, que soy mucho más libre en los libros que en la vida.
– Su estilo tiene cierto desparpajo. ¿Es consciente de ello?
– Sí, sí, totalmente. Pero es un poco mi carácter. Yo siempre digo que a todo escritor, sus libros son como al cantante lírico su propia voz. A veces hay -yo me acuerdo que me explicaban hace muchos años- algunos cantantes extraordinarios que por no tener maestro que le indique dónde tiene que ubicar su voz en las cuerdas vocales, se va deformando y pierde su don o nunca se da cuenta de la posibilitación de su talento. En el escritor es lo mismo. La búsqueda del estilo siempre se entendió como un episodio externo, literario, voluntario, racional, autocrítico, y yo creo que la búsqueda del estilo es la búsqueda del propio carácter, de la propia idiosincrasia. Hay un momento de toque en que el estilo corresponde con la forma de ser, de las preocupaciones profundas, el escepticismo, o la capacidad de fe, o el humor,… Es muy raro.. y.. yo creo que me encontré a mi mismo en ese estilo, en Los Perros del Paraíso, en Daimón… encontré una cosa que era como natural.
– Se nota en las lecturas de estas novelas. Mientras que Los Perros del Paraíso es, si usted me permite el término, una novela “loca”, al pasar de lo sublime a lo grotesco provocando un quiebre inesperado e impactante, Daimón se destaca por la lectura costosa de sus primeras páginas. No así El largo atardecer del caminante, con un estilo muy diferente.
– Sí. El largo atardecer del caminante es un estilo distinto. Daimón es compleja. Son veinte páginas (las primeras) que rebotan al lector, sí. Es muy densa la trama. Yo quise hacer la selva. En vez de hacer un ingreso abierto a la novela, las primeras seis o siete páginas son tramadas. Lo hice a propósito.
– ¿Puede decirse que sus personajes sufren un proceso de iniciación?
– Sí. Hay ciertas líneas que se van repitiendo. El viaje: el viaje como iniciación y conocimiento.
– ¿Y el aspecto quijotesco?
– También, sí. Como una nostalgia de lo heroico continuamente pero viene más de Nietzsche que de Cervantes.
– ¿Qué opinión le merece la religión católica?
– Difícil opinar sobre una religión. Es un episodio humano tan grande, sea la musulmana, el taoísmo, el budismo…
– ¿Considera como una atadura a cualquier religión?
– Yo no me he revelado filosóficamente con la religión católica porque tuve una simpatía simple por lo panteista, por lo grecolatino, por lo oriental. En cambio debo reconocer al mismo tiempo que he vivido en un orden cristiano. De repente cuando quiero pensar en el mundo tengo una dimensión ética que tiene una raiz cristiana, cuando critico, por ejemplo, al mundo tengo una visión socialista. Hay una raiz totalmente socialista y eso emerge en mí cuando hablo de política y de América Latina. Ese odio hacia la prepotencia imperial no es el que puede tener un budista que se desentiende totalmente de ese tema; o un panteísta que lo que ve es solamente el elogio del triunfador -Cortés y no le importa más nada del indio muerto. En cambio en mí quedó siempre esa fibra cristiana latiendo en el fondo de mi voluntad pagana. Es una contradicción total… me pone… El punto ese es el más grave de toda mi vida, el más escandaloso de mi contradicción, de mi incoherencia y de mi unidad.
– ¿Alguna vez le ofrecieron filmar algunas de sus novelas?
– Sí. Daimón. Empezaron a filmarla en Colombia. Después se interesaron por El viajero de Agartha en Estados Unidos…Veremos qué pasa porque es una película muy especial.
– ¿Qué novela le dió más satisfacciones?
– Los Perros del Paraíso.
– ¿Por qué?
– Porque es la que yo más quise porque era mi propia liberación. Es muy difícil encontrar su voz; es muy difícil liberarse de lo que uno quiere en literatura, de lo que uno presiente, y de lo que uno… de la formación. Por eso la “deformación” fue para mí como un galope del Quijote personalmente. Daimón y Los Perros del Paraíso fueron mi propia liberación, en el sentido literal.
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NINA A. BRUNI. Profesora.Investigadora del Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad Católica de Argentina
* Realizada en Praga el 10 de agosto de 1994