Pedro Escribano, Culturas – Especialidad de Artes & Letras, 24/01/1999
Muchos pueden entender que escribir sobre el Che, sobre su figura, significa adhesión de su parte a lo que él representa en Latinoamérica.
‑En realidad, era una figura muy cercana y muy grande, una figura que todavía no está asimilada porque su actuación política es muy próxima y crea una extraordinaria ambigüedad para los contenidos políticos que puede tener una novela acerca de 81. En segundo lugar, los seis meses que estuvo el Che en Praga fueron meses de angustia decisiva, porque se sintió solo y más revolucionario que nunca, en el sentido de querer transformar el mundo. No pensaba sólo en el socialismo, sentía que la organización de la sociedad y el hombre estaba como en la Edad Media. Es muy curiosa la situación psicológica que vivía Guevara en ese momento. El creía que sólo una gran confrontación entre Occidente y Oriente era lo único que podía parir un mundo nuevo, así como una vez Marx dijo que la violencia era la gran partera de la historia, él creía eso; por este motivo, en mi novela, antes que nada he situado a Guevara como un guerrero.
‑Cuando habla de cercanía…
‑‑Claro, como argentino me parecía que no existía ninguna novela sobre Guevara. Existían extraordinarias biografías que cubrían su vida pública. Como argentino tenía las posibilidades de conocer la gente, tanto del mundo político como de su infancia y adolescencia, que me podían orientar para alcanzar el alma de este personaje que ya está secuestrado por el mito.
‑Usted suele trabajar personajes históricos, ¿el Che estaba previsto?
‑No, sucede que cuando estaba viviendo en Praga, entre los años 90 y 96, se reveló ‑el año 93‑ que el Guevara vivió en esa ciudad seis meses. La figura de Guevara empezó a convertirse en una obsesión. Pensaba en la villa, en las caminatas que yo hacia como extranjero. Lo imaginé á él en el año 66 en los mismos lugares, caminando por las mismas calles disfrazado de un apacible burgués, viviendo un conflicto muy grave; haber sido un hombre derrotado en el Congo, pero que seguía creyendo que una confrontación final iba a liberar al hombre de una etapa mediocre, corno él consideraba que estábamos viviendo. Empecé a investigar y a recoger testimonios de quienes lo habían conocido y que habían pertenecido a la red del servicio soviético.
‑¿No teme que digan que mientras los mitos socialistas se derrumban usted se empecina en levantarlos?
‑Hay dos problemas. Está la ambigüedad y el malentendido de que escribir sobre Guevara es tratar de reivindicar un episodio político que él capitaneó; lo otro es el hecho indiscutible de que estamos ante una personalidad excepcional, un hombre honestísimo, ya que cualquier idea que hubiera defendido lo hizo con una honestidad raigal, visceral, y es en ese sentido en que me provocaba acercarme al personaje. La pasión del novelista es encontrar al personaje novelesco. Más allá de la política, encontré en él un personaje novelesco.
‑Pero el Che también es pensamiento político…
‑Mire, y esto es bastante inquietante, yo realmente creo que ante la crisis de la sociedad mercantilista, la crisis de América Latina, pese a su exitismo financiero y financierista, externo a la realidad de la sociedad, todas esas ideologías se van a recuperar con otros códigos políticos, con otras expresiones y van a tener una vigencia en el futuro. Es decir, no puedo imaginar un mundo que no sea socialista en el siglo XXI. Lo interesante es que la condición humana va a buscar el camino para sobrevivir. En ese sentido, personalmente, me interesó el pensamiento de Guevara, porque Guevara trascendía la política de su época.
‑¿Su novela incentiva el culto al mito de Guevara?
‑No, porque lo desmitifico. Me preocupa lo humano de él, no me introduzco en su vida privada, en sus amores, en la violencia. Me meto muy acusatoriamente ‑eso lo acaban de destacar en México‑, pongo al verdadero Guevara, incluso cuando aprieta el gatillo. Nunca hemos visto que los grandes héroes latinamomericano, como Bolívar o San Martín, sacan la espada. En cambio, en mi novela, desde la primera página, el Che descerraja un tiro sobre un prisionero. Me pareció que yo tenía que hacerlo y romper el mito, acabar definitivamente con la idea de que Guevara es un santo. No, el (Che era un guerrero, y un guerrero mata. Vanos a entendernos desde la primera página con eso. Después veremos cómo mata la sociedad a los que no son guerreros, o a los que lo son, de hambre o en el hospital,
‑¿No resultó un conflicto para Guevara alojar en su conciencia de revolucionario a un burgués?
‑Conflicto no, pero en la novela trata de jugar con ese burgués que él edificaba cada mañana ante el espejo, que vive bien y que además se burla de muchas cosas de la revolución: «mira, cómo está viviendo la gente en tu sociedad socialista, que tienen miedo de hablar en la calle, que no te miran a la cara, que tienen miles de dificultades y menos cosas que en Occidente». Es decir, él dialoga con el burgués que edifica para disfrazarse. Eso lo hago a largo de toda la novela, donde ese burgués no solamente es la máscara que se ponía para salir a la calle, sino también es un poco el burgués que es él mismo.
‑¿Guevara no tuvo la tentación de quedarse como burgués en vez de guerrillero?
‑Seguro le daban ganas de quedarse como burgués. Como guerrillero tiene que comer lagartijas, elefante, rinoceronte y gallinazos. Me imagino que, como él era un buen burgués, en el fondo, más de una vez querría estar en el pellejo del seudo español que inventaba. En la novela juego con esa idea.
‑¿Acaso ese juego le ha permitido caminar sin caer en el biografismo?
‑No sé si eso lo he logrado, pero la intención es precisamente salvar siempre la novela. Yo no soy un historiador, un biógrafo. Soy un escritor, y el escritor trata de ir tras de aquello que tiene materia novelesca, buscar que el personaje tenga alma y vida, que el monstruo de barro, el nuevo Adán que crea el escritor, tenga el soplo de vida. Evidentemente en la novela, aparte de ello, mezclo el burgués con el revolucionario.
‑En la novela se escuchan varias voces, incluso la de usted…
‑La novela es polifónica, escrita con una técnica de novela coral, en la que habla el héroe, el autor y los testigos. Hablan y van convergiendo en ciertos temas, los cuales se van aclarando desde una versión testimonial. Eso le da más fuerza al relato, para que no sea puramente imaginativo…
‑¿Es una trampa para el lector?
‑Es un técnica. La palabra más elegante para un escritor mejor que trampa es técnica… Aunque Borges lo llamaba truco. Ese es el truco para que el lector sienta en todo momento que el episodio es histórico, que es verdad. Cuadernos de Praga está construida no desde la perspectiva de un autor, sino desde el testimonio de mucha gente, y para eso he realizado una minuciosa investigación. Sólo así he tenido la posibilidad de ingresar al espíritu de Guevara.
‑Cuando acabé de leer su novela pensé que a García Márquez le hubiera gustado novelar sobre el Che…¿Usted se adelantó?
‑No, él va escribir sobre su amigo Castro. De muy buena versión sé que está escribiendo la biografía de Fidel. Escribir sobre Guevara es difícil sin ser argentino, porque tiene mucho de insolencia…
‑El Che también tenia su argentino dentro…
‑Sí, esa insolencia argentina, pero también era admirable. Es uno de los hombres más admirable del siglo. A nadie lo transforman en mito porque sí. Era un hombre de coraje, combatía en primera línea así estuviera quebrándose de enfermo. Eso me lo dijeron todos sus combatientes. No hubo uno solo que me dijera lo contrario,