La Nación, 22/01/2009
El poder nuclear de Irán y el avance Israelí
En Irak, en una conferencia de prensa -y de despedida- de George W. Bush, un periodista enardecido desmerece su profesión y le arroja sus zapatos con relativa puntería al presidente. Antes de llegar a la pared, el zapatazo era ya un símbolo mundial de repulsa y también una advertencia para Obama.
Más allá de la grosería política del periodista, se refleja la indignación profunda ante el redentorismo arrogante que deja a Irak con más de un millón de muertos y en demolición anárquica.
Robert Kagan, uno de los más duros asesores del presidente Bush, escribió en 2003 una síntesis extrema que divide a las naciones como signadas en su destino por el dios Marte y por la diosa Venus. Unas son poder; las otras, debilidad y modestia de ambiciones. Ese libro de Kagan, Poder y debilidad , fue el libreto simplista de ese gabinete imperial compuesto por Cheney, Rumsfeld, Rice, Rove, Perle y el mismo Kagan como figuras destacadas.
Ellos lograron convencer a George W. Bush de ser un trajano revivido, fijando un calendario bélico que pretendía un rediseño del poder medio-oriental, a partir de una segunda embestida contra Irak (la primera la comandó su padre en 1990), para asegurar definitivamente a Israel, manejar los intereses petroleros, impedir el desarrollo nuclear de Irán y castigar al talibanismo y los santuarios de Al Qaeda. En suma: una jugada imperial gigantesca.
Trajano, como los Bush, intentó dos guerras para dominar la Mesopotamia, regada por el Eufrates y el Tigris. Fracasó. Ese fue el límite de la máxima expansión imperial romana (117 d.C.). Hoy, la historia se repite. Estados Unidos se lanzó como el soñador que no ve el abismo pese a que el experimentado eje europeo franco-alemán se retrajo. Fue cuando Kagan firmó cientos de ejemplares de su libro en el que expresa algunas lúcidas insolencias como ésta: «Un nuevo orden kantiano europeo sólo podrá crearse bajo el paraguas militar de Estados Unidos, ejercido según las reglas del viejo orden hobbesiano». (Faltaría el elogio de un Leviatán en traje de fajina.)
Para los ideólogos que nombramos, un imperio tiene que ser esencialmente poder. No imaginan a Julio Cesar preocupado por los desmanes del Suburra o por las hambrunas de los campesinos de Puglia. Decidieron para Estados Unidos la dimensión marcial y dejaron a los europeos caritativamente ubicados en el ámbito de lo venusino: dedicados a consolidar su milenaria afinidad cultural, afirmando su moneda y sus intercambios, negándose a intervenciones militares de envergadura. En cuanto a la arrogancia de Bush y su gabinete bélico-bíblico, el fracaso está a la vista.
Obama es recibido casi mundialmente como un posible gran presidente, menos efusivamente al parecer, como emperador. Su perfil se ha ido definiendo durante la campaña. Obama convence con su inteligencia y su energía ante el desbarranque económico. Seduce a los intelectuales y progresistas. Se puede imaginar como muy capacitado para enfrentar los problemas de una nación destartalada por un capitalismo desviado e implacable: infraestructura, desprotección médica, incremento de pobreza y desempleo creciente, decadencia educativa, incertidumbre jubilatoria, y ahora una crisis financiera mundial, recesiva, cuyos daños son todavía incalculables.
Sin embargo, queda el lado imperial de la realidad de Estados Unidos (potencia que suele travestirse de afligida república ejemplar o como imperio benigno y amistoso). ¿Puede todavía aflojar su brazo marcial en las fronteras lejanas, en sus frentes de guerra y dejarse tentar por el viejo aislacionismo?
Presumo que será difícil para Obama estrenarse con toga imperial y ordenar, por ejemplo, concentrar fuerzas en el golfo Pérsico, en el caso de que se llegue a un desenlace extremo en lo que hace al armamento nuclear de Irán y la seguridad de Israel. Este es el tema más grave de la política mundial, porque el poderío atómico ubicaría al universo islámico en el lugar de superpotencia muy presumiblemente intransigente. Nada más grave en el panorama del poder mundial actual. Diría Ortega que «es el tema de nuestro tiempo».
Es probable que la reciente y espectacular acción de Israel en Gaza sea más que una represalia, y forme parte de una decisión estratégica de fuerza, expresada hacía Irán y también hacia su aliado fundamental, los Estados Unidos, cuyo nuevo presidente podría afirmar ideas de negociación contrarias a las hoy sustentadas por el sector israelí en el poder. La oportunidad del ataque -más que represalia- a pocos días de la asunción de Obama pudo hacer presumir las urgencias estratégicas y el estrecho margen que Israel cree tener ante el desarrollo nuclear iraní.
Un fuerte sector apoyaría la noción de un ataque preventivo de los centros de producción nuclear. Sería un ataque de gran envergadura y de incalculables consecuencias para el mundo.
Desde el enfrentamiento de 2006 en el sur de Líbano, entre Hezbollah y el ejército israelí, la relación de fuerzas militares cambió: en esa ocasión Hezbollah detuvo el avance militar israelí y apareció un poder misilístico modesto, pero eficiente. El extremismo islámico, con poder misilístico y nuclear, cambiaría la drôle de guerre que hemos conocido desde 1948 en Palestina.
Con el ataque a Gaza, Israel demuestra que su sobrevivencia lo obliga a «poner las ruedas delante del carro» del aliado estadounidense.
El terceto de línea extrema, Livni, Barak y Netanyhau, hoy sector dominante, están convencidos de que el progreso nuclear de Irán debería ser interrumpido como hace años, cuando se bombardeó la central nuclear de Irak construida con tecnología francesa.
Israel cree que la obtención del poder nuclear militar por Irán será una amenaza, porque el factor religioso extremista prevalecerá sobre la lógica de sobrevivencia.
El elemento religioso extremo y el odio acumulado impiden creer que Irán, obtenida la promoción a superpotencia nuclear, se adaptaría a la política de moderación de los miembros del club atómico, sabedores de que, en caso de atacar, tendrán una repuesta de exterminio. La línea dura israelí se inclinaría por el mencionado bombardeo de las instalaciones nucleares, como ocurriera contra Irak, antes de «la bomba». Se supone que el conflicto, basado en un irreconciliable odio seguirá y que Israel podría tener su mayor amenaza si pierde la supremacía atómica.
La pulsión religiosa aparece aquí con más fuerza que el cálculo. Hace poco murió Samuel Huntington, quien arriesgó que las guerras religiosas y culturales sustituirán el esquema hoy conocido. Según él los musulmanes podrían hacer prevalecer su fe sobre el reflejo de sobrevivencia. Más o menos como los cristianos de las Cruzadas y de la Conquista? Hasta ahora, el combate fue F16 o misil contra cimitarra y bomba casera. Ya empieza a ser misil contra misil y armamento nuclear.
Israel puede entender el tema, pero el Occidente modernista, con su dios en decadencia, probablemente tendería a aceptar promesas y negociaciones.
Pero más allá de lo militar, el fracaso reiterado de la política anglosajona en el cercano, mediano y lejano Oriente, tiene que ver con una interpretación eurocéntrica, laica, de la democracia, de la libertad y de la calidad de vida. Para los islamistas, israelíes, hindúes, budistas, etc., una democracia a la americana, laica y vacía de proyecciones metafísicas y espirituales, es un elemento menor de la existencia aunque importante.
Recuerdo la frase de un diplomático egipcio, musulmán sobre este tema: «Occidente traicionó sus dioses, nosotros todavía no.»
El autor es escritor y diplomático, ex ministro consejero en Israel