Página 12, 5/05/1989
Durante años los argentinos tuvieron en Monzón su máximo ídolo del boxeo. Fue un boxeador de época, como se suele decir de ciertos toreros. Era más peleador que estilista. Parecía que había aprendido solo lo necesario como para encauzar hacia los puños todo el resentimiento de una infancia miserable en un pueblo de Santa Fe. Los oponentes que derribaba le parecerían rostros diferentes de un solo enemigo que no trataba más que volver a hundirlo en la miseria de sus días de infancia. La rabia se le calmaba cuando el árbitro le levantaba la diestra vencedora.
Supo retirarse sin ser vencido. Era hábil: invirtió sus no pocos dólares en negocios bien administrados. Pasó de la notoriedad del ring a la de las revistas sensacionalistas. Apareció a1 lado de efímeras estrellas televisivas y bataclanas de moda. Ingresó en un mundo de champán fácil, chismes, romances publicitados.
Empezó a ser vendido como símbolo de lo masculino.
Es así como apareció en las fiestas internacionales de Regine v hasta hizo alguna temporada en el Lido de Paris. Delon, macho de celuloide, le facilitó el ingreso en Francia y Europa. Era su amigo, tal vez su admirador profundo. Ambos coincidían en que uno siempre le pegó alguna vez a sus mujeres (así lo declararon). Estarían seguros de que todas las mujeres siempre les dirían que si.
Hoy Monzón está en una sórdida cárcel de cemento y hierro. Duerme sobre una cama rígida. Empezó una Biblia (de las doce que le mandaron admiradores piadosos o salvacionistas). Su imperio se desmorona. Los mismos que lo endiosaron lo consideraron culpable antes que el juez se expida. Los medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión, fueron armando una especie de proceso paralelo, extrajudicial, pero aniquilador de su prestigio. En ese escandaloso e impúdico debate extra tribunalicio, el hecho del presunto asesinato de Alicia Muñiz pasó a ser motivo de un juicio mayor, más trascendente: el juicio a la Inveterada costumbre del machismo argentino. Machismo que es también hispánico, siciliano, iberoamericano. Una especie de lacra mundial, pero que parece reconcentrarse en torno a los latín lovers.
Emergente
Aparecieron mujeres y niños golpeados por todas partes. El fenómeno es alarmante en nuestros países, pero parece que también entre los supercivilizados escandinavos y germanos.
En Argentina las denuncias sobre maltratos «familiares» se multiplicaron asombrosamente. Es como si un oculto mundo de violencia y represión cotidianas emergiese ahora, gracias a la violencia cumbre de Monzón.
Monzón pasa a ser el símbolo de una colectiva toma de conciencia. La horrorosa muerte de Alicia Muñiz se torna también en símbolo: el martirológio cotidiano de las mujeres golpeadas.
El protagonista de todo esto está encerrado en la celda de la cárcel de Batán. Va retornando lentamente del sueño del triunfo a la realidad de los caídos, los marginales, los condenados de la Tierra. Nadie se libra de su pasado, es como un fantasma invencible. Le toca un aprendizaje ligado a la esencia de la palabra «democracia»: saber que la justicia puede vencer al poder.
La violencia de los puños lo había llevado a los dólares, las noches del Lido, la vida dulce. Esa misma violencia lo devuelve a los de abajo. En la cárcel seguramente ve reaparecer en él los reflejos de ese mundo que creyó perdido para siempre. Aprende nuevas palabras del lunfardo carcelario.
Sentado en el camastro, Monzón debe estar mirando sus puños. Seguramente intuye que Dios es, entre tantas cosas, preferentemente un bromista: nos castiga con nuestra propia ambición, con nuestros propios poderes.
Todas las mujeres le decían que sí, hasta que tropezó con una bella modelo católica (rara especie), sobrina de cura, que fue la que le dijo que no. Que no.
Y todo el machismo del campeón se vino abajo. Sus puños solo le sirvieron para destruir su propio imperio.