Armando Chávez, El Excelsior, El Búho (México), Lunes 09 de Noviembre de 1998
En sus libros hay retratos descarnados, mordaces, hilarantes, del hombre. ¿Qué le inspira exactamente el ser humano?
Yo, como todos, me crié y viví en un mundo que privilegió al ser humano. Tuve la formación judeo-cristiana que afirma que el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, según la palabra de La Biblia. Todos hemos seguido en ese sentido, sean los socialistas, que hicieron todo el esfuerzo para que el ser humano viviera bien, adecuada y justicieramente, como el liberalismo, que creyó en el hombre como un ser creado a través de su libertad. Todos estaban en lo mismo. Ahora, por primera vez en la vida, empiezo a dudar del ser humano, cuando veo el daño ecológico, la deslealtad con los árboles, con las pequeñas plantas, con los tigres. Esta especie de bípedo inteligente, pero lamentable al lado de un tigre, un puma o un cóndor. Su espíritu de dominación lleva al exterminio, a la muerte.
Cuando uno sabe que por día se pierden unas cien especies en el mundo por la tecnología que creó el bípedo humano, empiezo a dudar de la condición humana, de la necesidad de que sobreviva. El hombre terminó de cortar su relación con la naturaleza y se transformó en el exterminador de la naturaleza. Las preguntas fundamentales son cómo buscar el retorno a su relación válida con la naturaleza. Estamos ante un ser pervertido, que tomó un mal camino, y la tecnología que estaba a su servicio ahora lo domina. Es el exacto retrato del monstruo de Frankenstein.
¿Cuál es su opinión de los escritores?
Los escritores son gente muy jactanciosa, faltos totalmente del sentido de la realidad, con una arrogancia intelectual versátil, porque pasan el tiempo y se dan cuenta que, lo que habían defendido hasta la muerte hoy, lo niegan mañana. Son muy antisociales, con una vida no muy agradable. No hacen agradable la vida de sus hijos ni de su familia. Como se consideran superiores, si se casan, después se divorcian, porque se enamoran de otra persona; tampoco trabajan para el estado y se transforman evidentemente en díscolos. Es una raza detestable. Una de las cosas que aprendí en los tantos años de literatura y de ver los medios literarios es detestar al escritor, saber que ocupa un lugar muy feo dentro de la zoología social.
¿Usted, personalmente, ha logrado superar esas limitaciones?
He sucumbido de una forma feroz a todo lo que digo, pero con el tiempo, inexorablemente, sobreviene, como la artritis, la sabiduría. Son dos cosas que traen los años, cierta artritis, incapacidad de moverse rápido, y sabiduría. Los ejercicios de sabiduría son lo que más me preocupan, porque Occidente es una cultura de la razón, no de la sabiduría. Soy cada vez más oriental. Desde esa visión más oriental me veo, a mí y a mis colegas, como verdaderos mamarrachos, histéricos, exigentes, incapaces del verdadero sacrificio, teóricos del amor, pero incapaces de darle un plato de sopa a nadie. Tengo la peor impresión de los escritores. He conocido, sin embargo, escritores extraordinarios, pero ya estaban iluminados por la sabiduría espiritual, por una dimensión distinta, que viene del espiritualismo, más que de la literatura o de ser escritores.
¿Entonces, qué valor le concede a los escritores, que cambian?
Ayudan a cambiar cuando piensan en profundo y forman parte de ese espíritu popular, colectivo, cuando son conciencia de toda la sociedad en determinado momento, cuando agregan conocimientos a la masa de conciencia colectiva. No se puede negar el trabajo del ensayista y del filósofo, no se puede negar el trabajo y la experiencia de sabiduría del poeta, son un concepto más alto del hombre. A fin de cuentas, la ciencia suprema de lo humano es la literatura y la poesía porque recogen qué es el amor, el dolor, el temor a Dios y a la muerte, el ansia de vida, la exaltación del sexo, toda la experiencia de los hombres. La literatura permanece siempre, aunque en cada generación creemos que acaba el libro. El libro emerge y permanece siempre: es la reflexión interior de cada ser humano. Quien se inicia en la lectura, se inicia realmente en una búsqueda de sí mismo, aunque inicialmente cree que se está divirtiendo con un primer libro de Salgari. El camino que comienza en Salgari o en Verne termina en Rilke, en Dante.
¿En su vida cotidiana es tan irónico y mordaz?
Sí, y me trae bastantes problemas, sobre todo políticos. Soy una persona que, si no me perdonasen, me hubieran fusilado. En mi país tuve la suerte de que los militares no leen un libro. O sea, le traían a un militar un libro, le aseguraban que decía cosas monstruosas, pero eran incapaces de leerlo. Por otra parte, hice una carrera rigurosa de diplomático, desde el primer escalón hasta el último, ascendiendo todos los grados, según la ley. Pero siempre fui considerado, por ese curioso trato que se le da al escritor de persona rara, de bueno, él está ahí, pero dejémoslo. Debo reconocer que me trataron mejor de lo que merecía mi insolencia. Siendo diplomático, visité en 1988 La Habana sin pedir autorización, en momentos en que mi gobierno no tenía buenas relaciones con Cuba. O sea, me dejan vivir como escritor. Eso es muy importante.
Usted que ha trabajado con la historia, que la ha tenido como materia viva, ¿en qué momento estamos?
Estamos en un momento de gran decadencia. Después de la implosión del sistema socialista soviético, estamos ante la implosión de un sistema muy perverso, un sistema internacional financista, que está fagocitándose a sí mismo, destruyéndose a sí mismo, destruyendo las naciones, el equilibrio que más o menos se mantuvo en una primera etapa del liberalismo. Hoy estamos en una economía enfrentada a la sociedad. Esto crea disturbios de carácter político tremendo. Estamos en una gran etapa de indecisión política y los políticos están superados por la realidad. Es un problema mundial gravísimo. Los políticos no controlan los grandes monstruos del financierismo mundial desatado. Se cumple de alguna manera lo que previó Marx: una tremenda acumulación final de capitales. Todos sentimos una tremenda decadencia por la pérdida de los valores de la vida. Esas sociedades triunfantes que se presentan en Occidente como vencedores de una lucha titánica contra el socialismo, en pocos años, en estos años, están ya cariadas, dañadas en lo profundo, con juventudes enfermas masivamente, juventudes desocupadas, imbecilizadas por el rock como una droga fácil, sin valores, sin sentido de la vida, los que se creían que habían asegurado el primer mundo, que eran los patrones del primer mundo, se encuentran con un cuarto mundo de viejos desocupados, de ejecutivos en crisis por la desocupación, por esa competitividad monstruosa que crean los seres humanos cuando llegan al paroxismo de quererse vender todo entre ellos. Esto es la gran decadencia y, a la vez, se crea una hegemonía mundial, a través de Estados Unidos, por cobardía.
Pienso que la única salvación son grandes agrupaciones regionales como verdaderos centros de poder: China, Japón, la India con su gran cultura, o el mundo árabe con su cultura. O Europa, que se decida por fin a asumir su espacio después de tantos años de mercado común, que sea una política común, no solamente un universo de tenderos y burócratas, como lo temió De Gaulle. Que Europa resuelva asumir esa posición, porque la hegemonía de Estados Unidos, desgraciadamente para ese gran país, lo lleva al suicidio, a transformarse poco a poco en fascismo agresivo.
Considero que estamos ante una gran decadencia, que tenemos que construir el retorno a un nuevo modelo de hombre. Es necesario en un mundo en que las estadísticas de Naciones Unidas prevén que dentro de poco, 20 años, habrá seis mil millones de habitantes en la Tierra, y de ésos, cinco mil millones van a estar en situación de penuria o de pobreza económica. Me parece que en el mundo va a haber que crear un socialismo adecuado. Occidente piensa que el socialismo es una etapa terminada, pero hay que recordar que el capitalismo se creó en cuatro siglos. El socialismo tiene una crisis en su primer round histórico, pero el mundo va a marchar hacia un socialismo profundo, una solidaridad, una forma racional de sobrevivir, sin que haya hombres y naciones divididas en agonizantes o millonarios. Miremos Africa, donde se está produciendo un genocidio callado, digno del más terrible nazismo. Es necesario un gran viraje mundial. Sospecho que, por ahora, no hay mentes políticas que lo puedan hacer. Mi visión es muy particular, muy solitaria.
Usted que vivió en Rusia, ¿presintió el término del socialismo?
Nunca, nadie lo presintió. Recuerdo Rusia como una gran potencia. Todo el mundo vivía, aunque había enormes dificultades de todo tipo en la vida social. Pero jamás nadie pensó que podía producirse una implosión con esa rapidez. Es un fenómeno todavía no explicado. Había elementos y socialismo equivocados, pero eso no quiere decir que sea el fin del socialismo: fue la quiebra de una aplicación indebida. Sin embargo, lo que veo ahora de Rusia es espantoso. Fui invitado, debido a una traducción masiva de un libro mío, a ir allá, pero no he querido viajar para no cambiar el recuerdo de un país organizado por el de un país de mafiosos y drogadictos.
Políticamente, ¿cómo se define?
Creo en una solución social del mundo a largo plazo, en una necesidad de regenerar positivamente al hombre. Creo que este hombre es el fin de una larga decadencia. La condición humana tiene que tener una exaltación, un retorno a su fuerza creadora. El hombre está totalmente herrumbrado. La posibilidad de una nueva vida, de un equilibrio social justo, es el gran desafío del nuevo milenio. Este hombre ya ha terminado, es un hombre aburrido, peligroso, lleno de poderes técnicos que no sabe manejar, creador de subcultura, no de cultura. Es creador de cosas, pero no de la superación humana en ningún sentido. Personalmente, soy un creador de ideas para ese despertar. Trato de trabajar con toda humildad en lo que me toca, trato de crear ideas para llamar la atención de que no estamos en un camino tranquilo, avanzamos por una selva oscura, perdidos como Dante, cuando inicia el canto de su comedia.
¿De qué manera su oficio de escritor está en contradicción con su carrera diplomática? ¿Qué conflictos existen entre la independencia del escritor y los compromisos del diplomático?
El diplomático se enriquece porque el escritor le trae un recuerdo de libertad fuera del mundo oficial, una visión diferente. Además, no me gustaría ser escritor todo el tiempo. Ser escritor o artista es un don maravilloso, con su ritmo, no es una profesión. El oficio de escritor transformado en profesión ha sido una barbaridad de este siglo. La mayoría de los escritores son seres que pueden crear con el ritmo que requiere su estética independientemente de la profesión que tengan. Así que dos profesiones se pueden ayudar mutuamente. Tengo 32 años de carrera diplomática, he aprendido el arte de robar las horas mutuamente. En mi caso, han sido muy tolerantes conmigo a través de los más variados gobiernos. Me han tratado bien, me han dejado espacio. Es una vieja tradición latinoamericana que hizo que Octavio Paz, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, y otros tantos escritores, hayan sido diplomáticos.
¿Cómo ha sido su relación con la censura? Algunos de sus libros tienen claras alusiones políticas.
Con la dictadura militar logré sobrevivir. Fui cónsul en Venecia, enviado antes de la dictadura. Me dejaron ahí durante cuatro años, los cuatro años terribles de la dictadura. En cuanto a lo literario, censuraron Los vogavantes, era una novela desesperada, muy porteña, de personajes en París y en España, en 1968, en esa gran crisis de la juventud del mundo. Yo pinto eso. Me dieron el premio Planeta e inmediatamente fue censurada.
Después, censuraron Daimon. Tuvieron que hacer dos ediciones, una para España y otra para Argentina, a la que sacaron el capítulo que, al final, parodia el golpe militar. Un investigador me regaló los folios de mi libro censurado, con las marcas de los censores. En Argentina censuraron unas tres o cuatro páginas, en el capítulo en que el verdugo se transforma en el coronel que da el golpe militar. Es demasiado claro del tema. El verdugo del siglo XVI tiene como heredero en el siglo XX a un coronel. Esto era muy duro, lo cortaron. En España fue prohibido el libro dos veces. Cuando Planeta lo quiso editar, tuvo que cortar dos páginas y pegar para que quedara más o menos. Me dijeron que era el libro más caro de la historia de la editorial. Con el tiempo, una censura se transforma casi en un premio. Casi tiene el mismo valor cuando uno dice, me dieron el premio literario Rómulo Gallegos o me censuró Franco. Es un honor, curioso y cómico. Son cosas de la vida y del mundo literario, cosa que no hay que tomar muy en serio.
¿Su interés por la figura de Ernesto Guevara es parte de un intento de proponer un paradigma para estos tiempos?
Guevara, más allá de los errores militares y de conceptos que pudiera tener, se sintió alimentado por ese motor de superación, de creación, del hombre nuevo, de creación del socialismo. Guevara es un paradigma. No quiere decir que lo que él haya logrado o no, tenga en sí mismo un valor, lo importante es que él mismo era un paradigma de una dimensión humana, de una voluntad de zafarse lo que está condenado a la ruina. Él es uno de esos personajes que dejan una gran lección de coraje humano, una gran imagen de vida, para cualquiera, independientemente de su posición política. Son gente definitiva que eligió y siguió lo que había elegido. En ese sentido son héroes, titanes. En una época en que corremos el riesgo de caer en lo gris, en el adocenamiento de una sociedad movida sólo por el interés y el dinero, es importante recordar el espíritu de un hombre que, pudiendo haberlo tenido todo, ni siquiera se ataba los cordones de los zapatos. Él nunca hubiera imaginado que el mundo iba a ser de los mercaderes, que sólo tendría sentido el dinero y el capital. Él no venció en su última guerra, pero sí en la de los símbolos. Para siempre será el símbolo eterno de la rebeldía, de la dignidad, de la lucha permanente. Perdió una batalla, pero ganó la enorme epopeya de la razón, de la orientación hacia la rebeldía creadora.
Su biografía de Guevara toma como punto de recuento la estancia en Praga. ¿Buscó esa nueva perspectiva para abordar de modo original una vida de la cual ya se ha escrito ampliamente?
Hasta hace poco se desconocía que Guevara, después del Congo y antes de su salto heroico a Bolivia, pasó una etapa fundamental en Praga. Allí se repuso físicamente y preparó su última gran aventura. Éste es un momento trascendental de su vida. Allí decidió, a pesar del revés del Congo, luchar de cualquier manera. Lo situé en esa ciudad maravillosa, caminando entre las nieblas, meditando, escribiendo, recordando su infancia, su pasado y, al mismo tiempo, solucionando puntos importantísimos de su visión política.
Traté de respetar la historia. Mi libro coincide en todo con las biografías, salvo en los aspectos mal intencionados de algunos libros que buscan disenciones políticas, episodios de politiquería contemporánea. Sobre él, en lo esencial, hay un conocimiento muy claro. Él era un hombre claro, es difícil encontrarle fisuras. Su existencia es como una parábola perfecta. Hay hechos reveladores. Por ejemplo, cuando joven se enamoró de una chica enormemente rica, de la familia más rica de Córdoba. Sin embargo, jamás se le ocurrió suspender su vida de aventurero por un matrimonio de conveniencia, de amor y conveniencia. Sintió que ingresar en ese momento en la burguesía hubiera sido el fin de algo que lo llamaba, pero todavía no tenía forma. Ésos son los episodios que tomé para mi libro, en qué medida algo poderoso, mágico, llevaba al Che hacia su destino.
¿Cómo dosificar la ficción a la hora de escribir una novela sobre hechos y personajes reales?
El aspecto ficcional en mi novela es para darle movimiento a su estancia en Praga, desde la visión histórica de su pensamiento y conducta, sin desviarme, sin poner ningún tipo de novedades sensacionales, sí viajando un poco por la intimidad, que siempre queda oculta por la extraordinaria personalidad pública que puede ser un comandante revolucionario. Es casi imposible suspender la fantasía cuando se escribe. Margarite Yourcenar, autora de ese libro extraordinario, Memorias de Adriano, dice que es imposible reconstruir exactamente cómo fue el monumento histórico, pero que ya es bastante si todos los ladrillos que utilizamos para reconstruir el monumento son verdaderos. Yo traté de que todos los ladrillos estuvieran absolutamente confirmados por biógrafos e historiadores. La novela, por su parte, suma la riqueza de aportar una reflexión sobre la duda, la intimidad, la soledad, la enfermedad, la relación con la muerte.
Esa mirada expectante que tiene ante la vida y el universo ¿lo ha llevado a una crisis profunda, a sentir deseos de escapar?
No. Me pasaron cosas terribles en la vida, he sufrido situaciones límite, pero siempre he sido del pensamiento de que nosotros estamos en un margen del juego cósmico, inefable e indefinible. Ésa ha sido mi respuesta permanente, saber que estoy, primero que tengo que celebrar, tener un momento de conciencia, celebrar que estoy vivo y lozano, gozar la existencia en todo momento y mientras sea posible y luego tratar de comprender que el misterio es inexplicable, por eso es misterio. Tampoco hay que someterse al misterio, hay que tratar de conducir la vida sin someterse al misterio. Pero jamás caí en la desesperación, ni siquiera en los momentos límite de la vida; la desesperación, como la desilusión, es otra.
El escepticismo es la justa comprensión de lo relativo de todas las cosas, uno evita caer en la desesperación, además ayuda mucho, en mi caso personal, el arte y la literatura. Todos los días de mi vida están en esa dimensión creadora, artística, modesta si se piensa de lo que estamos hablando, pero de todas maneras es una actividad de búsqueda de comprensión, de equilibrio.
Usted dijo que cada vez está más cerca de lo oriental, ¿ese acercamiento es una reacción a la cultura occidental?
La curiosidad intelectual me llevó al universo de Oriente. Tuve profesionales amigos que eran, como diría Herman Hesse, peregrinos de Oriente. Después viajé a Oriente, me interesó muchísimo el taoísmo y el budismo. Las filosofías de oriente han sido para mí una especie de reacción frente a esa especie de usina de ideas inútiles que crea Occidente, sociedad paroxística y dominadora. Encontré en la filosofía de Oriente un escepticismo ante la posibilidad de Dios y frente a la posibilidad de los hombres. Desde Oriente, desde esa visión, uno puede hacer una aproximación a esta especie de neurosis del pensamiento occidental, a ese paroxismo del individuo, del egoísmo desatado, del sentido de competitividad, de la creación en contra de la naturaleza, del problema ecológico creado por la tecnología.
Soy religioso, pero independiente. O sea, tuve una formación católica en mi infancia y después me acerqué por mis lecturas. La religión ha sido, por la ceguera de la modernidad y el positivismo, la proyección hacia una metafísica. En ese sentido, la religión, y las religiones en general, han sido una escuela de sabiduría, una escuela acendrada por muchos años. Una religión que yo podría suscribir sería el budismo, con sus escepticismos acerca de la existencia de Dios o su inexistencia, sus escepticismos acerca de la vida. Me parece que eso es lo que más cerca estaría de lo que pienso. Me interesa mucho además el taoísmo, como visión. También soy lector de La Biblia, por esa sabiduría extraordinaria que hay en muchos pasajes. Soy un heterodoxo absoluto.
Por su forma de referirse al poder, usted a veces no parece un hombre vinculado a la política.
El escritor tiene que gozar de una libertad casi anárquica. Es en la libertad donde el escritor encuentra su posibilidad máxima. Éste es un punto muy importante para el escritor: tener el coraje de seguir sus ideas, sus intuiciones, incluso cuando no están muy bien terminadas. Esto lleva a un enfrentamiento, verdaderamente. Hay escritores que se dedican exclusivamente a la dimensión estética de una obra, pero otros, en general novelistas, ensayistas y, como en mi caso, los de formación filosófica, de opinión, nos lleva a grandes discusiones. No soy solamente un autor de novelas históricas, también opino críticamente sobre el mundo en que vivo. Esto crea situaciones de conflicto para cualquier ciudadano, en cualquier momento. Borges decía: a ese escritor le tocaron, como a todos, malos tiempos. Ya no hay ni buenos ni malos tiempos para el que desafía. Para el que busca, siempre hay un encontronazo.
Texto proporcionado por Prensa Latina
El Búho, El Excelsior