Marcela Acuña, Revista Ercilla, 02/11/1998
El éxito del artista no se mide sólo en sus ventas, se basa en encontrar su propia voz; cuando ésta se escucha, significa que el camino elegido es el indicado. Abel Posse encontró en la novela histórica su propia voz. Primero desenterró el mito de Eva Perón, uno de sus grandes hitos de librería; y ahora lo hace con uno de los personajes que más fuerza ha tomado en los últimos años. La muerte, el misterio y los sueños que marcaron la vida del revolucionario Ernesto “Che” Guevara, se fueron presentando ante los ojos de este escritor y diplomático argentino -actualmente embajador en Perú, autor de once novelas, ganador del premio internacional Rómulo Gallegos con su novela Los perros del Paraíso. Acaba de visitar nuestro país, precisamente para asistir al lanzamiento de su obra sobre el «Che» Guevara.
¿Cómo nace una novela histórica?
Hay que hacerlo como las tragedias griegas. Uno, como escritor, debe dar un paso atrás, mantenerse en la sombra, dejar al protagonista en el centro del escenario y hacer hablar al público; el coro es el pueblo, el que ha vivido y combatido la aventura de estos grandes personajes. En este caso, el coro me enseñó esa parte desconocida en la vida del «Che” que transcurrió en Praga. Los cuadernos de Praga es una novela coral.
¿Qué relación tenía usted con Guevara?
En un comienzo sólo teórica y política. Luego, mi viaje a Cuba de 1988 y el contacto con la gente ligada a él me despertaron el interés por el misterio que rodeaba al personaje. Más tarde, el azar me llevó como embajador a Praga, ciudad donde pasó seis decisivos meses de su vida. Fue ahí cuando descubrí que, en un determinado momento, el «Che» se sintió el hombre elegido para revertir ese socialismo corrupto que veía en Oriente. El, al igual que Atlas, sintió el peso del mundo en su espalda.
¿Fue su propósito engrandecer la imagen del «Che”?
No fue mi intención. Creo que la novela tiene la facultad de engrandecerlo más pequeño.
¿Diría usted que Guevara fue el Quijote del siglo XX?
Es una analogía muy recurrente. Como imagen del luchador, ha sido adoptada por todos, y con mucha razón. Es la imagen del hombre que llegó al extremo. El que logra eso, que tiene esa grandeza, más allá del juicio político que cada uno de nosotros puede hacer de su aventura, más allá de la viabilidad de sus sueños -lo que era absolutamente importante-, es admirado por la gente. El no murió por el socialismo represivo; el murió por el ideal socialista que no se pudo cumplir. Es muy fácil decir que fue un loco que defendió al mundo. Pensó que podía ser trascendido ese instante histórico, de fracaso del socialismo burocrático o stalinista, por un socialismo más humano. Esa es la grandeza de Guevara.
¿Por qué el «Che» habla de un socialismo gris en Praga?
Praga es una ciudad con una gran cultura, que había tenido su apogeo durante el imperio austro-húngaro; era un universo muy rico. Primero fue golpeada por la invasión nazi, luego por el socialismo, que no le permitió vivir de acuerdo a lo que habían sido como pueblo. Bastaron seis meses para que Guevara anticipara el rupturismo interior que sufriría la Unión Soviética veinte años después.
¿Cree usted que el «Che» tendría hoy un lugar protagónico en el mundo?
Es difícil imaginarlo, él era o no era protagonista. Tuvo la posibilidad de ser dirigente, pero no quiso. De estar vivo, lo más probable es que hubiera imaginado una nueva aventara.
¿Puede ser ésa su principal diferencia con Fidel Castro? ¿El no ser dirigente?
Castro es el hombre de la realidad y Guevara el de los sueños. Son razas distintas de hombres. EL más grande de los hombres es aquel que intenta lo imposible, porque a veces logra que lo que no puede ser, sea.
¿Guevara dejó un legado o se le respeta más por el mito?
Es difícil saberlo, pero es un hombre que muere para transformarse en símbolo. Es la muerte en su cruz, pero es la muerte que va a ser vida, que va ser renacimiento de signos. Pese a no creer en ídolos ni en metafísica, él mismo pasa a ser un ente metafísico de convocatoria. Convoca al espíritu de rebeldía del hombre, a que no se conforme con su mediocridad.