La Nación, 18/01/1995
Tal vez porque los argentinos provenimos de tantas mezclas y quebraduras étnicas e históricas, pese a nuestra lejanía austral y rala población, hemos producidos algunas importantes figuras de la galería de mitos contemporáneos.
En el mundo del deporte mundial bastaría señalar sólo dos hombres conocidos urbi et orbe. Maradona y Fangio (sin olvidar al creador de la escuela futbolística, Di Stefano, o lo que significa el nombre de De Vicenzo para todos los iniciados del golf del mundo).
Es en la literatura que hemos proporcionado la figura más relevante en las movidas aguas de las letras de este siglo: Jorge Luis Borges, que alienta escritores de todas las lenguas y hasta es el emblema de la oferta de suscripción de New York Review of Books con su caricatura hecha por Levine. Hasta ahora es el argentino con más trascendencia e importancia actuante de nuestra historia.
En la música el tanto sobrevive a todos sus competidores. Pero es como un personaje de sus letras: va de cuesta abajo hasta quedar anclado en Paris o en Tokio, el lugar de su última reencarnación. Es un corpus de melancolía mundial, que se reparte entre el chic decadente y la compadrada arrogante del bandoneón. Su ídolo fue Carlos Gardel.
En el campo de la política mundial nadie recuerda a nivel popular el apellido de nuestros presidentes (los violentamente militares o los buenazos de la democracia).
Pese al relieve que cobró el general Perón (conocido mundialmente por las más contradictorias razones), sin duda alguna la fama del apellido se la llevó Eva Perón, Evita, y más recientemente, el «Che» Guevara.
Estas tres figuras, Gardel, Eva y el «Che» tienen en común haber vivido en forma breve y brillante, pero los destaca y los une el haber tenido finales trágicos. Esto es importante para quien quiera ser ídolo: la vejez termina enmoheciendo el recuerdo del apogeo.
Sabato se burló, alguna vez, de los parsimoniosos, suizos, recordando la leyenda de Guillermo Tell. Este es un héroe mediocre, solo cantonal, por haber acertado a la manzana perversamente puesta sobre la cabeza de su hijo. (Esta exactitud tal vez funde el éxito de la afamada relojería helvética). Si hubiese errado, la comedia se habría transformado en tragedia. El héroe es trágico o se lo olvida. La tragedia está en la base de la cosmovisión Judeocristiana, que padecemos o gozamos…
El secreto existencial de Eva
De los tres mitos, Gardel es ya el menos interesante y sobrevive ya exclusivamente en la esfera latinoamericana. Es un ídolo del pueblo, plebeyo en el sentido estricto de la palabra. No se le conocen odios, pasiones o convicciones. Nos dejó su maravillosa voz‑tango. Algo único. Gardel no pretendió saltar del humildísimo surco de su clase. Su triunfo es exclusivamente el de su arte. En cambio los dos mitos políticos de fama mundial cruzaron a través de las clases sociales. Ambos surgieron o encarnaron lo que Max Scheler llamó «política del resentimiento».
Fueron rebeldes hasta la última consecuencia. El «Che» se alzo contra su clase, invadió el proletariado y quiso identificarse hasta con los indios de la selva boliviana. Es el mito revolucionario por antonomasia: su rostro con boina y barba es un logo que identifica tanto a los zapatistas de Chiapas como a los grupos subversivos palestinos.
Eva, Evita, tenía un origen social opuesto al del «Che», como sabemos. Su aventura (no militar) es tan fascinante como la de Guevara, y conlleva un anota feminista muy revulsiva para la época.
Desde su fuga de Junín, a los quince años, para «llevarse por delante el Buenos Aires de los machos», como alguna vez dijo, su carrera es increíble: poco más de una década después será recibida por Franco y un millón de personas en la plaza de Oriente; su audiencia con Pío Xll, el Papa Pacelli, tendrá ribetes inusitados. Y con Bidault, Auriol, De Gasperi, Roncalli, el general Marshall…
Coco Chanel la juzgó overdressed, pero con una indiscutible elegancia natural. Serge Lifar la vio sonreír mientras un chico que levantó llenaba de cada su blusa de Jacques Fath.
Evita embiste contra la oligarquía, pero elige como campo de batalla el Colón, donde se presentará con aquel increíble vestido de Dior…
Los argentinos tenemos hacia ella juicios muy cercanos: de santificación o de indignada vituperación. Llegó el momento de verla más allá de la política y del convencional esquema de odio o de amor.
Habrá que hacerlo con la distancia y el compromiso íntimo con que Sarmiento pudo acercarse, fascinado, al atroz y único gaucho Facundo.
Hoy Eva es un mito mundial. Un carácter, como se diría en inglés, de una de las más intensas, fulgurantes y breves aventuras humanas (y femeninas) de este siglo.
(Con todos nuestros defectos e incapacidades, algo debemos de tener los argentinos para producir tantas figuras de primer plano mundial).