La Nación, 29/10/1997
Estiman los especialistas que el tango se definió como música autónoma, desprendiéndose de sus influencias, la habanera, el candombe, la milonga criolla, hacia 1890.
Tangos como El Choclo, EL Entrerriano, El Porteñito son de la primera década del siglo.
Es increíble la rapidez con que se difundió el tango en París en aquellos tiempos felices de escasa velocidad de información y comunicaciones. Ya en 1907 la orquesta de la Guardia Republicana de Francia grabó varios «cilindros» de cera con tangos para la venta por encargo de la tienda Gath y Chaves. Es en ese año cuando los pioneros desconocidos llevan un germen del que París no se desembarazaría fácilmente. Prende con tal fuerza que ya en Le Fígaro del 10 de enero de 1911 se puede leer: «Lo que bailaremos este invierno será una danza argentina, el tango‑argentino… es graciosa, rítmica y variada».
Pero pronto se conoce en París el prostibulario origen del tango y se inicia la polémica. (En Inglaterra, victoriana, no ingresa en ningún salón aristocrático o burgués. En muchas ciudades alemanas directamente se lo prohíbe por resolución municipal.)
De modo que París, cuando aún el tango era música prohibida en Buenos Aires y Montevideo, se consolidó ‑desde los inicios‑como la tercera capital del tango. Es difícil explicarlo. Madrid y Roma, las capitales de nuestras masivas corrientes inmigratorias, fueron tan impermeables para el alma del tango como Varsovia o Toronto. Ivette, Francesita, Mimí Pinsón, Anclao en París o El Marne son algunos de tantos títulos que certifican el parentesco parisiense. (Nos costaría imaginar títulos como Piazza Navona, EL Manzanares o Anclao en Valencia.)
El eslabón perdido
Un documento precioso y extenso sobre los primeros pasos del tango en París fue publicado en la revista Renaissance Politique, Litteraire, Artistique del 10 de enero de 1914. Allí explican con lujo de detalles algo que los estudiosos argentinos desearían conocer y es un poco el «eslabón perdido» de la conexión del tango con Francia: «Es en el elegante salón Magic City (en la Gare d’Orsay) donde el tango argentino se presentó por primera vez, importado por auténticos argentinos con su carácter de originalidad curiosa y un poco salvaje. Estos iniciadores cuyos nombres ya no se recuerdan fueron sustituidos por arribistas e impostores». Luego explica que las orquestas que a partir de allí difunden el tango por todos los cafés‑concierto y thédansants de la ciudad están compuestas por patéticos gitanos con violín, mandolina y acordeón. Estas orchestrestziganes fueron las que mal o bien lo hicieron imponer como indiscutible en todos los ambientes mundanos o elegantes. Se robaron el tango de aquellos pioneros que seguramente son los enviados para efectuar las primeras grabaciones con la Guardia Republicana. (Arolas, creador fundamental del tango, viajó por primera vez a París en 1920, directamente importado de la cantina La Buseca de Avellaneda y del burdel de Bragado, en el que había formado un famoso trío con Tuegols y Zambonini. Su influencia es muy posterior.)
¿Quiénes fueron los pioneros que Robert Hénard, el autor del estudio citado, desconoce? Son nada menos que Alfredo Gobbi y Angel Villoldo, el autor de El Choclo.
Pasaporte a la legalidad
El triunfo del tango es total en esa década. Hasta hay un couler tango, apéritif tango y un tango champagne. Aparecen álbumes dedicados a Mistinguette y el tango. D’Annunzio se ve en caricatura bailando tango sobre un plato de maccarronis. Las críticas a la supuesta procacidad aumentan peligrosamente. Al punto que el poeta y académico Jean Richepin lo considera tema importante como para una reunión solemne y conjunta de los inmortales en la Academie de France e hiciera un extenso alegato en favor del tango como expresión folklórica y transprostibularia. Lo presentó como producto del alma popular. La defensa tuvo mucha repercusión. Desde entonces el tango pasó a la legalidad en Francia.
La esencia de esa música, su nostalgia, su sensualidad coincidieron con ese París de brillante decadencia, con esos Tiempos iluminados que describió Larreta. Era la música para ese fin de siglo que agonizaría hasta 1914. Coincidía con el lujo de aquellos argentinos, rodeados de espléndidas mujeres con largas boquillas, que obsesionaban al Louis Ferdinand Céline del Viaje hacia el fin de la noche. Con distintas alternativas, desde la presencia de Gardel con bombachas de seda (de gaucho húngaro), muy peinado a la gomina y cantando en el cabaret Florida, hasta las orquestas de Pizarro, de Bachicha y el actual retorno triunfante; el tango tuvo una presencia constante en París.
En la Argentina la resistencia continuaría. Enterándose del discurso de Richepin, Leopoldo Lugones, que desde su nacionalismo sólo veía autenticidad en lo hispánico‑criollo, lanzó su famosa diatriba contra el tango gringo y arrabalero: «El tango no es un baile nacional, como tampoco la prostitución que lo engendra… Cuando las damas del siglo XX bailan el tango saben, o deben saber que parecen prostitutas, porque esa es una danza de rameras».