La Nación, 29/03/1999
Los partidos políticos, como sus creadores, pueden enfermar y morir. Luchan por sobrevivir y a veces llegan a una verdadera esquizofrenia política al dividirse entre sus principios y la realidad. Dice Paul Valery, en una frase citada por R. Barre: es ésta: “Los partidos políticos modernos, para subsistir, traicionan aquello que los hizo existir”.
Hace diez años que el peronismo de fondo, humanista, social‑cristiano, nacionalista; con valores que privilegian la solidaridad más que el eficientismo superficial, se esta como esperando a sí mismo. Espera poder reencontrarse y autenticarse con su ideología, ahora que el esquema globalizante mercantilista, da muestras de sus carencias en lo cultural y social.
Así como el otro partido nacional, el radicalismo, centró su personalidad política en la defensa de la ley y del republicanismo; el partido peronista es el partido que recoge la inquietud social, el dolor de los sectores humildes. Los millones de votantes peronistas tienen una expectativa social. Y para bien de la democracia argentina, se está demostrando que el Partido puede ser algo no digitado por sus jefes. Un partido vive mientras sepa crearse jefes para las nuevas circunstancias.
El justicialismo aprendió la lección de realismo del gobierno de Menem y siente estar capacitado con sus grandes capitanes y gobernadores provinciales para enfrentar la nueva política que propone la realidad conservando el «bastión» económico conquistado durante el mandato menemista. El peronismo y el país, están ante el fin de una época. El desafío es sobrevivir sin traicionar las ideas que hicieron existir.
Urgencias economicistas
Es explicable que muchos sectores fuertes y significativos prefieran el continuismo de la gestión presidencial. Estamos ante una crisis de sistema y se trata de un sobresalto mundial. ‘ El temor a la improvisación es absolutamente justificable. De allí el deseo de modificar la norma provisoria, no precisamente constitucional, pero agregada por el poder constituyente, que impide al Presidente presentarse. El Presidente sólo podría haber intentado una interpretación favorable de la Corte si estuviésemos en un caos peligroso como el de Brasil. Pero es «víctima» de su buen gobierno: Argentina resiste con solidez monetaria, no hay caos ni fuga de capitales que exijan que «el piloto de tormentas» tenga que permanecer en el timón de todas maneras. No es el caso.
Pero más allá de la reelección, la ruptura en el peronismo es mucho más profunda que la mera lucha politiquera por el poder. En el peronismo hay un concepto y doctrina de Nación y de Estado que el gobierno de Menem no supo interpretar, ni en su comienzo ni en su final.
El economicismo urgente ocupó todos sus espacios de atención. Así, en el plano internacional, desde Malvinas a Irak, desde la política con Brasil a la docilidad pro‑norteamericana; la gestión gubernamental corrió absolutamente divorciada de ese «eje nacional» Roca‑Irigoyen‑Perón, síntesis ésta de una conducta de soberanía entendida como la voluntad autónoma de cómo queremos vivir, relacionando cultura, circunstancia mundial y proyecto comunitario.
Pragmatismo y principios
El peronismo esperó durante diez años signos de alivio que no se produjeron. Detrás de la aparente lucha por el poder hay mucho más: es la oposición de ese peronismo frustrado que vio la táctica impuesta por la crisis nacional y mundial de 1989 se establecía como una estrategia pragmática, sin ideología, contraria a los principios originales del movimiento.
El peronismo social, continentalista, rebelde ante las hegemonías, sin dejar de reconocer la extraordinaria conducción del Presidente Menem, no puede aceptar muchas de sus posiciones sino con un episodio táctico de un Movimiento que tiene una estrategia claramente distinta.
Todo anduvo bien para «el modelo» economicista (que innegablemente existe) hasta que el modelo dejó de ser éxito o esperanza de éxito con la crisis de México, Brasil, Sudeste asiático, Rusia, etc. No es el caso. Hoy, la invasión subcultural, la oposición entre economía, y trabajo, y la inseguridad que une al ejecutivo con el desocupado, exigen, no sólo en Argentina sino en todo el orbe occidental‑mercantilizador, un viraje profundo.
Los platos rotos
El gobierno del Presidente Menem cumplió su misión didáctica, y organizadora, pero hoy ya no tiene respuesta porque la crisis es tan global como la globalización del «modelo». Después de diez años, se ve que América Latina no fue llevada como socia plena por el Norte. El Norte consolidó sus grandes centros de poder, el Sur, como siempre, paga los platos rotos: Brasil, México, nuestra América, toda África, la Rusia degradada en el mercantilismo mafioso de hoy. La Argentina quedó como un islote salvado prodigiosamente por la firme conducción monetaria presidencial. Es admirable, pero es un islote de 36 millones de criptoeuropeos mal ubicados geopolíticamente (algo así como el Palazzo Pitti en Villa Caraza).
Por razones puramente economicistas, más que económicas, nos zambullimos en el “globalismo” como una insuperable fatalidad. Fuimos los campeones regionales. Así como Brasil durante la Segunda Guerra Mundial fue el campeón regional del antifascismo sin que los soldados que murieron en el frente de Italia supieran qué quería decir la palabra fascismo. La formidable Argentina legendaria, basada en la autonomía de su aventura de independencia, quedó como olvidada por sus dirigentes y por la opinión. Nos transformaron en un país adhesivo, seguidor de propuestas y de intereses de otros, a veces tan remotos como el de movilizar naves para atacar Irak. Esto quiere decir que estuvimos más presentes militarmente en el Golfo Pérsico que en el Atlántico Sur (con la explicación atrabiliaria de querer demostrarle al mundo que no somos “los rebeldes de siempre”).
Pero es una suerte contar con dos partidos nacionales.
Los capitanes del peronismo aprendieron la lección monetarista y macroeconómica, al igual que toda la oposición, incluida la izquierda del café La Paz. Esos capitanes del peronismo pueden hoy dar una respuesta social y cultural que la sociedad exige, sin alterar en profundo el beneficio de la estabilidad. Al mismo tiempo que tienen mucha mayor agilidad que el gobierno para enfrentar el problema crucial del productor argentino y de las pequeñas y medianas empresas; la falta de equilibrio entre el sistema nacional productivo y los poderes financieros internacionales. (La experiencia con Brasil es decisiva en este aspecto empresarial. Es un problema comercial pero que nos exige una postulación estratégica continental.) Además, los candidatos en liza tienen la ventaja de haber adquirido la imprescindible experiencia de gobierno adquirida desde puestos de comando y participando desde adentro en el histórico gobierno del Presidente Menem.