El País, 1/07/2002
Porque desde los orígenes impusimos la voluntad de independencia. De querer ser.
Un grupo de visionarios quiso la independencia. Cruzaron los desiertos, los pajonales ardientes, los barriales de aquellas tierras de los confines de Occidente y convergieron hacia Tucumán para fundar no sólo una Nación sino una gran Nación.
Vencieron la anarquía, la ignorancia y después de la Organización Nacional (que fue un gran pacto en torno a la voluntad de ser y de convivir en un Estado de Derecho), entre 1890 y 1920 se crea una república poderosa, abierta al mundo. Es un progreso armónico de voluntad de prosperidad, de cultura y de calidad de vida a la vez.
El aporte inmigracional europeo nos define. Irigoyen asume el poder para plasmar los derechos de los inmigrantes.
Cavallo, en su libro Volver a crecer, publica las estadísticas en las que Argentina figura muy por delante de Italia, España, Japón, Canadá. Estábamos en el G8 de entonces.
Buenos Aires se definió como la primera metrópolis de Iberoamérica: elegancia, inteligencia en su noche infinita de Discépolo y Arlt, la Universidad que era ya capaz de producir la mejor escuela de cirugía toráxica del mundo (Chutro, Arce, Taiana, los Finocchietto, Brea).
La fiesta de Buenos Aires. Los barrios profundos, el tango.
Éramos respetados internacionalmente. El Secretario de Estado norteamericano consultaba a nuestro Canciller, Saavedra Lamas, que obtendría el Premio Nobel en 1938. Ningún libro refleja este respeto y poder mundial de Argentina como Aquel auge del embajador Juan Archibaldo Lanús.
Con Irigoyen y con Perón nos negamos a ser carne de trinchera en guerras de otros, para otros. Éramos concientes del lugar que ocupábamos en el mundo y de la calidad de vida que teníamos. Éramos seguros, arrogantes. Estábamos orgullosos de esa espléndida máquina para vivir que es la Argentina. Privilegiábamos el talento más que el dinero; el ingenio era lo que mandaba en cualquier mesa de café. Ser rico era importante, pero ser inteligente merecía más respeto.
Cada café era un centro de extensión universitaria o algo así. Había que saber marxismo, Dostoyevsky, poesía, metafísica inglesa, taoísmo, Kamasutra, freudismo (al dedillo)…
¿Por qué caímos?
Después de Illia y del desastre del segundo peronismo, Argentina se desdibuja. Vamos perdiendo entusiasmo y esa noción de aventura. Sin duda con Krieger Vasena y Martínez de Hoz, luego con Cavallo, los mercaderes triunfan sobre el espíritu integral, poético y amplio, que había sido el signo de la aventura. Por la puerta del macroeconomicismo y por creer demasiado y privilegiar la razón económica, nos vamos transformando en un país de materialistas marginales. Cesa el pionerismo. Dejamos de ser creadores de nuestro primer mundo y pasamos a ser lacayos del primer mundo de los otros.
Dejamos de creernos capaces de terminar de implantar (con Brasil y Sudamérica) una gran nación, poderosa y soberana, independiente del pedestre materialismo anglosajón que pervierte al mundo desde 1945.
Dejamos de querer ser. Depusimos nuestro orgullo creador. No hay banderas en nuestras casas, ni escarapelas en las solapas.
Una clase dirigente liliputiense (con o sin botas) pretende contagiarnos que somos de segunda o de tercera. Los lacayos se adueñaron del Palacio llamado Argentina, expulsaron a los señores de la dignidad y de la creación. (¡Les sudan las manos cuando tienen que saludar al embajador del imperio!).
Cómo resucitamos y refundamos la República
Nuestra crisis, la modesta catástrofe económica que lloramos como el fin del mundo, es prueba de salud, visceral y profunda, de nuestro pueblo.
No servimos para la patria lacaya y mercantil que nos programó el financierismo. No nos van los zapatos chicos. Queremos ser.
El sistema mercantil-financierista, mal llamado liberal, estalló en un par de meses ante la perplejidad de los amos del mundo y los lacayos locales.
El pueblo es potro, es tigre. Tenemos suerte. Esta fiebre de crisis grande es la puerta de la refundación, del renacimiento.
Como dice Alain Touraine, lo de Argentina es símbolo de valor mundial: somos los primeros intoxicados por la antinaturalidad del mercantilismo sin Dios ni poesía, ni amor.
Con Cavallo hicimos la experiencia extrema de un mundo estúpidamente materialista e insolidario.
No estamos en la popa sino en la proa del Titanic del Occidente desviado de su tradición de espiritualidad.
Con Brasil, Mercosur y Sudamérica tenemos que consolidar un polo de poder cultural, político y económico que tenga como objetivo realizar esa gran revolución espiritual que el hombre –sepultado por las cosas y el consumismo- se adeuda.
Lo de Argentina no es un hecho provincial, marginal. Es un signo de proyección mundial. Un alzamiento ante un camino errado, una propuesta de vida para hombres-masa, no para personas, para herederos de la gran tradición espiritual de Occidente.
ABEL POSSE
Madrid, julio 2002