Víctor Manuel Muñoz, Diario La Segunda (Chile), 1998
Acaba de aparecer en Chile “Los cuadernos de Praga”, la nueva novela del diplomático Abel Posse. Presenta a su compatriota revolucionario de una forma diferente a las biografías conocidas. Sobre la obra, el personaje y su actividad literaria, el autor conversó con “La Segunda”.
Es un hombre joven, de fácil sonrisa y palabra fluida, variada, siempre absorbente para quien le escucha. Es un cordobés (argentino) que se recibió de abogado en Buenos Aires. Es un diplomático de carrera desde 1965, y a través de su paso por Moscú, Lima (adonde ahora ha vuelto), Venecia, Tel Aviv y Praga ha recogido el conocimiento de la naturaleza humana y el espíritu y las formas de situaciones y anécdotas, que luego está dispuesto a vaciar generosamente con la nota precisa para cada circunstancia y la cuota de humor sin sarcasmo, que no puede dejar atrás cuando, por ejemplo, destapa sus opiniones en el inagotable y eterno «tema» de todos sus compatriotas, el fútbol.
Y es, por sobre todo, un exitoso escritor, autor de once novelas -varias de ellas traducidas a 16 idiomas-, y merecedor de altos galardones literarios. De una sencillez que desarma, no hace la menor mención a lo que de él han escrito críticos que, en resumen, lo consideran un auténtico renovador del relato histórico. O de lo que de él piensa «en voz alta» Camilo José Cela: «En su obra hay mucho talento, mucha sabiduría y mucha literatura…».
Es Abel Posse, que acaba de publicar su última novela, «Los Cuadernos de Praga», recién aparecida en Chile, por lo que estuvo dos días en Santiago. El libro fue escrito basado en los «Apuntes filosóficos y Cuadernos de Praga», de Ernesto «Che» Guevara, cuyas originales mecanografiados le fueron facilitados por Vlásek, el ex colaborador de la rama checa de la KGB que tuvo a su cargo la vigilancia de Guevara durante la estada de éste en el país.
¿Dónde están esos «Apuntes…»?
Pierre Kalfon, uno de sus biógrafos, asegura que no se puede saber dónde están. Presume que los tiene la segunda mujer de Guevara.
¿Cuándo y por qué le vino la tentación de escribir sobre él?
Se definió en Praga. El año 1994 me enteré de su estada. Guevara fue el último dirigente que creía en el socialismo. Desde 1988 me fui conectando en Cuba, con sus amigos y con políticos. Pero, nunca estuve con él. Desde un punto de vista editorial era arriesgado escribir sobre Guevara, por las cinco biografías ya publicadas. Pero esta fue, en palabras de Vargas Llosa, “un viaje entre líneas de la historia».
«Un Guevara sobre todo muy solo»
¿Y cómo es el Guevara de su novela? ¿Es para usted un personaje nietzscheano?
En la novela aparece un Guevara diferente del ahora mítico, mucho más personal e íntimo y, sobre todo, muy solo. Solo con sus dudas, sus recuerdos, sus horrores y, en última instancia, también solo en su visión revolucionaria, tan distinta del socialismo gris, triste y burocrático que encontró en 1965 en Praga. Sí, fue un personaje nietzscheano, con la voluntad de lo heroico para transformar todos los valores. Quería vivir una dimensión sublime; era su aristocratismo, su desprecio al burgués, el sentimiento medieval del caballero heroico. ¿Qué lo movió? ¿Su arrogancia, la disidencia?. Su tema central fue la muerte propia. A los tres años, tuvo la experiencia del ahogo físico. A los seis, la percepción de que se puede morir: Es el chico lector, que no va a clase todos los días. Al revés de Proust, es el chico que desafía la intemperie. Lo acompaña la madre, rebelde, dentro de un clima aristocratizante. Anotaba los libros que leía: poemas, diarios de guerra, discursos. Fue un cronista de sí mismo.
¿Hay en el libro sólo admiración por Guevara?
El libro es crítico. He tratado de humanizar el mito, barnizado por esa atroz perfección de prócer de colegio. Hay cosas muy duras: errores estratégicos, que deben reconocerse. El murió por la ilusión de un socialismo juvenil, idealista y trascendente. Fue a un campo minado para rescatar una idea. Trascendió. Fue un símbolo de la nobleza revolucionaria, intransigente. Traté de reconstituir todos los elementos, a través de material enviado desde Cuba. Hice un tejido, el de un novelista, controlado por el hecho histórico y por su vida íntima, con Tita Infanta, Tania, sus dos esposas.
Considerando su actividad diplomática, ¿en qué momento escribe?
Robando horas, se escribe siempre. Tengo cierta facilidad para la esquizofrenia, vivir en mundos divididos. El poeta y el diplomático. Este sirvió para que el poeta no tuviera esa «atroz libertad».