Clarín – 15/06/72
En este año se recuerda el 30 aniversario de la desaparición de Arlt. Hace más de 40 que produjo lo más válido de su obra: la novela «Los siete Locos» ‑ «Los Lanzallamas». Constatamos cómo se afirma su literatura y hasta nos enteramos de los éxitos de sus primeras ediciones europeas. Es una especie de «larga marcha» de Roberto Arlt hacia el reconocimiento que merece. Las primeras escaramuzas fueron contra la tilinguería de sus tiempos: fue acusado de escribir mal, de ser grosero o exagerado. Hoy son pocos los que insisten en estas tonterías que inclinaron a ciertos críticos de su época a silenciar su obra.
A Tolstoi y a Proust también los acusaron de escribir mal. Se trata de los eternos gramáticos, esos que cuando uno les muestra la Catedral de Chartres hablan de una piedra sucia y rota que descubrieron en el arbotante. Son los eternos enanos que descubren el sol naciente a mediodía. Peores que sus detractores han sido quienes adoptaron una posición de comprensión paternalista y lo elogiaron lamentando sus exageraciones. Esa gente de módico buen sentido estético olvidaba que él arte no debe temer lo exagerado ‑como pensaba Flaubert‑ siempre que la exageración fuese continua y proporcional a si misma. Arlt cumple con esta curiosa indicación flaubertiana: en la angustia, en el amor, en la humillación y en el odio sus personajes son parejamente rabelesiahos. También son desmesurados los personajes de los Demonios de Dostoiesvsky o el callado sistema de imposibilidad de la obra kafniana.
Su lenguaje ha sido también criticado por la inexactitud, el uso de arcaísmos o de desafortunados neologismos. Pero en Arlt las palabras defectuosas se pierden en la cautivante fuerza de un estilo propio, de un aparato narrativo que responde rigurosamente a sus necesidades como creador. Esto es lo importante. Y ahora que muchos también quieren incluir al lenguaje como también quieren incluir al lenguaje como personaje de la obra literaria, habría que reconocer con justicia que el lenguaje de Arlt fue el octavo loco de la banda. Sin ese idioma ansioso, deforme, dúctil, hasta la contradicción, los otros siete se habrían desvanecido en una niebla gris, insignificante.
Pocos escritores alcanzaron en nuestro medio un decir desinhibido y liberado que los capacite para expresar con amplitud el panorama interior del hombre y sus circunstancias. La furia, la ira, la rebeldía, fueron los pilares en los que Arlt encontró apoyo para su gran embestida. Ese era su alcohol, su droga. Se hizo fuerte en la plaza sitiada de los rebeldes de su tiempo y desde allí proyectó una monstruosa y destructiva visión de la vida degradada que a él le tocaba poner a prueba en ese Buenos Aires de los años veinte. Esta conciencia de la degradación es uno de los temas de nuestro tiempo; lo interesante es que Arlt se adelantó casi diez años a autores como Louis Ferdinand Céline y Jean P. Sartre. Erdosain, el gran personaje arltiano, es pariente directo del protagonista del «Viaje al Fin de la Noche» y del Roquentin de «La Náusea». El tiempo ya nos demuestra que Erdosain es tal vez uno de los más intensos y logrados personajes representativos de la conciencia desgarrada de nuestro tiempo y de la angustia existencial, no solo en nuestras letras sino en las de todo el mundo.
El mencionado Sartre comparó a los críticos con las ratas: solo se acercan cuando saben muerto al león.
Esa curiosa fauna paraliteraria que agredió a Arlt hasta el punto que en el prólogo (ya célebre) de «Los Lanzallamas» se propone no enviar más sus libros a las secciones críticas, realiza ahora una sutilísima, y seguramente inocente, ofensiva para enturbiar la relación del creador Arlt con su público. Se pretende haber interpretado y encasillado su obra, de modo que corren lugares comunes desde puntos de vista sociológico, psicoanalítico y político, totalmente inadmisibles.
Lo más común es decir que Arlt es producto de la pequeño‑burguesía de los años veinte y a continuación permitirse la aplicación de dos o tres silogismos de uso como moneda corriente. El «establishment» (de izquierda y de derecha: los comodones que tienen todo explicado) pretende haber terminado con Arlt. Lo mete en el inocuo panteón de los héroes, de modo que ya casi no es necesario leer la obra o si se la lee resulta imposible, al lector desprevenido, despojarse de las anteojeras ideológicas, que evitarán el asombro, la convivencia pura y prístina, tal como debe ocurrir en el orden del arte. Pasa que, en estos tiempos de asesinos, se pretende matar a Arlt como artista para afiliarlo como cómplice político e ideológico.
Los intentos de secuestro padecidos por Arlt fueron varios. El más memorable fue el de los comunistas de su época: lograron afiliarlo unos meses y hasta consiguieron que se retracte en una polémica con Rodolfo Ghioldi. Lo que no lograron fue afiliar su obra, y esto lo reconoce con honestidad Raúl Larra en su memorable «Roberto Arlt el Torturado». El intento era como querer esconder un elefante en un ropero.
Arlt, como todo creador, desde Nietzsche hasta Lenin, vivió hasta la última consecuencia el compromiso con su verdad y prefirió quedarse solo con sus dudas, en este tiempo de desierto, o subirse en el cómodo ómnibus de las verdades masticadas por otros.
Desde su sensibilidad prodigiosa descubrió que tanto el capitalismo como el comunismo construían una sola Maquinaria: la sociedad de consumo, la tecnología anonadante. Esa Maquinaria devoraba tanto las buenas intenciones del humanismo burgués como la justicia socialista. Creaba un hombre vaciado, usado, degradado, que lejos de ser un señor de las cosas que creó, solamente es un oscuro sirviente a sueldo.
De aquí, entonces, la gran actualidad de su crítica y de su obra, su tema sigue siendo el nuestro, de todos los días. Su conciencia de la degradación, personificada por Erdosain, es más vigente que nunca. Mucho se equivocan quienes pretenden situarlo como un cronista de una época o como un escritor social (él mismo negó precisamente pertenecer a ese malentendido). Además de los pobres, por sobre todas las cosas le interesaban los pobres hombres de nuestra época.
Su rebeldía estuvo dedicada a denunciar la explotación materialista tanto como desenmascarar la degradación del hombre de la sociedad cosificada (del este y del oeste).
El merodeo de los críticos alrededor de su obra ni siquiera se acercó a los temas esenciales ‑y actuales‑ de Arlt. Un análisis minucioso del capitulo «El discurso del Astrólogo» de «Los Siete Locos» aclararía muchos aspectos de su cosmovisión. Es un texto ambiguo, construido en tono farsesco, donde los verdades y los disparates se tratan elusivamente. Recuerda “El Gran Inquisidor» de Dostoievski, no por el contenido y la profundidad, sino por el significado oscuro y por ser una neblinosa clave que juega en relación a toda la obra. El Astrólogo explica a Erdosain y otros miembros de la secta el sentido de la conspiración y el «modelo» del Estado teocrático que piensan crear con el apoyo económico proveniente de los prostíbulos que establecerá el Rufián Melancólico, un experto. Vista la farsa a contraluz, aparece el tema de la huida de los dioses y la necesidad de un reto no religioso «válido» que sustituya a las religiones muertas y devuelva el soplo divino a esa condición humana que, a la vuelta de los siglos, solo vino a dar una imagen mediocre y desdichada del hombre. “Es necesario, compréndanme, es absolutamente necesario que una religión sombría y enorme vuelva a inflamar el corazón de la humanidad”, dice el Astrólogo. “La felicidad está en quiebra porque el hombre carece de dioses y de fe”.
Presumiblemente estos atisbos impidieron que Arlt creyese solamente en la redención económica de nuestra humanidad, paso que consideraba imprescindible. Su toma de conciencia de la situación del hombre actual excedía el optimismo fácil de mucha gente de su época y le impidió concluir su obra con un «happy end» ya sea marxista u occidental y cristiano. Mucho antes de los progresos que llevarían a la bomba atómica, Arlt cultivaba una sólida creencia apocalíptica. Pensaba que el hombre podía autodestruirse con la tecnología. Estas convicciones, que ensombrecen no solo sus páginas sino también su vida personal, merecen un estudio serio. (Ya que los secuestros son en su caso inevitables, sería bueno que alguna vez le toque el turno a los teólogas, por lo menos se equilibraría la balanza.)
Antes de suicidarse, Erdosain (que también fue asesino) exclama «¡Yo te amo, Vida, a pesar de lo que te afearon los hombres!». Creo que esta frase es una síntesis del espíritu realmente constructivo de Arlt. La rebeldía es la respuesta justa ante la ruindad de la condición humana. La única aventura consiste en salvar metafísicamente a ese hombre gris vaciado, cosificado por las sociedades materialistas que el Astrólogo describe «moviéndose en los subterráneos de las gigantescas ciudades y aullando a las paredes de cemento: ¿(qué han hecho de nuestro dios?»
En esta causa justa se enroló Arlt con toda esa rebeldía de donde nacieron su estilo y conocimiento.
Como Nietzsche, como Rimbaud, parece más actual ahora que en su tiempo. Hay que exigir a esos carceleros que pretenden encerrarlo en el Panteón de razones envejecidas, que lo dejen correr libre en la conciencia de sus lectores.