La Nación, 19/11/2008
Muere con Víctor Massuh un maestro de la reflexión y de los libros que osó la libertad de enfrentar los más arduos temas de nuestro tiempo.
Fue capaz de hacer filosofía con más libertad que la habitual en nuestra América, donde cierta timidez, las afiliaciones y el academicismo frenaron voces que se desplegaron con más libertad en la literatura y otras artes. Tal vez por influjo de su padre, emigrante del cercano Oriente y escritor allegado al pensamiento social baasista, Víctor en aquel Tucumán bucólico sintió el llamado del pensar. Ya a los dieciocho años escribió una apología de Rafael Barret, apóstol de revueltas libertarias.
Era el Tucumán de los poetas de La Carpa y de la universidad vital y abierta donde alternativamente enseñaron García Morente, Ortega y Gasset, Rodolfo Mondolfo, Roger Labrousse y muchos otros que se refugiaban de la Guerra Civil Española y de los horrores europeos. Era una transfusión de ideas. El aula seguía en las largas charlas en las noches calientes ante los refrescos y limonadas en los cafés de la plaza Independiente.
Víctor Massuh cursa la universidad, se casa con Mary Juri, su compañera de toda la vida, y se concentra en el pensamiento de la libertad, como aporía o utopía de difícil realización. Se recibe e inicia una larga carrera docente desde su provincia pasando por Córdoba, Buenos Aires, la Universidad del Sur fundada por su admirado Vicente Fatone. Luego Tubinga, Alemania, donde sigue la enseñanza de Otto Friedrich Bollnow.
Ya desde entonces su pensar se define en tres direcciones: la convicción de la unidad cultural de América latina y la necesidad de poner en valor un continente por entonces más desunido que ahora. Su obra en este campo es El llamado de la patria grande . En 1968 publica La libertad y la violencia, sobre el tema que empeñó su angustia y su reflexión con la misma intensidad de Albert Camus en su El hombre rebelde . Enfrenta la paradoja de esa libertad que suele nacer de violencias históricas, revoluciones, conspiraciones.
Massuh analiza el drama de los fines (nobles) y de los medios (criminales) como una lamentable invariante de la política. Por la fecha de su aparición, el libro es un vaticinio de la maldita Argentina de los 70, donde los que reclaman por una sociedad justa se vuelven criminales sin vacilar en recurrir al terrorismo y los que cumplen con defender el Estado no vacilan en torturar y matar.
La experiencia de Camus ante la guerra de Argelia es igualmente desesperante como la de nuestra Argentina para Massuh. Es una de las obras políticas más brillantes no sólo para la Argentina. Massuh anota todas las formas de violencia: Merleau Ponty, el marxismo, la «violencia instrumental» de Engels, la violencia igualitaria y total de Lenin, la violencia de Nietzsche, en Fanon, en Sorel, la violencia cultural colonizadora y hasta la violencia de la no violencia gandhiana y la violencia pastoral.
Su tercera y mayor reflexión está contenida en Nihilismo y experiencia extrema . Es un profundo pensar sobre el Nietzsche de «la muerte de un dios que debía morir» y a la vez la imprescindible nostalgia de lo divino. En suma: Massuh se atrevió a un camino pensante sin los complejos de la filosofía de su tiempo. Llevó su pensar a una verdadera experiencia extrema y libre, despojado de modas y de las convenciones políticas de turno. Se quedó solo en su tarea y en su verdad.
Lo recuerdo a Víctor Massuh como a un hombre de apariencia grave pero capaz de reír mucho de tontos y convencionales. Sabía reír. Sabía escuchar y era capaz del asombro por las ideas nuevas y por la gente capaz. Lo veo en largas caminatas para recoger castañas en el bosque de Fontainebleau, cuando presidía el Consejo Ejecutivo de la Unesco, o tomando mate con Mary en su departamento del Arco de Triunfo. Desde su puesto en la Unesco y su innegable prestigio luchó durante meses hasta obtener la libertad del doctor Jorge Taiana; incluso logró un reclamo decisivo del secretario general ante las autoridades militares argentinas.
En el lustro final de su vida padeció el embate del resentimiento nacional: el silencio hacia su persona y su obra y hasta el esforzado ninguneo de escamotearle la existencia académica. Una Argentina enana y activa se esmeró con él como con Lugones, con Arlt, con Favaloro, hasta con el mismo Borges antes de su fama internacional y con muchos otros.