Línea, Buenos Aires, 06/2001
En este 2001, el primer año del siglo, se cierra un ciclo argentino. Estamos convocados a crearnos desde la política, una respuesta económica y de orden social y comunitario.
Argentina está en su mayor crisis. Pasa de la inseguridad y la anomia (como falta de valores y normas que encuadren la vida de una comunidad) a la anarquía del desgobierno, del no‑gobierno. La clase política está en quiebra y la economía financiera, de los economicistas, está en quiebra.
Todos sentimos como una enfermedad colectiva esta ineptitud que parece misteriosamente invencible. Pensamos estar en lo peor (y un optimista nos diría que cuando nos creemos en lo peor, sólo estamos a mitad de camino)…
Hemos apostado todas las cartas a las gestiones del Ministro de Economía; pero la generosidad financiera que obtiene al 14 por ciento o 16 por ciento de intereses, no puede ser señal de solución alguna.
Los argentinos están demorando enfrentarse con la realidad: la apuesta economicista, mantenida con obediencia y coherencia durante diez años, resultó inviable. La magnitud del endeudamiento y las circunstancias regionales e internacionales obligan a un claro y valiente reconocimiento de una situación catastrófica. Se cerró el ciclo que fue «de Cavallo a Cavallo».
El esfuerzo productivo (la extraordinaria cosecha y las exportaciones industriales) no alcanzan ni para aproximarnos a la horrorosa hipoteca financiera. Las cifras son siderales, los intereses de los préstamos demuestran nuestro desprestigio y la desconfianza rotunda de los inversores internacionales.
Esta renegociación no podrá ser solamente financiera y para evitar a los acreedores una crisis mundial. Tendrá que ser enérgica, considerando la realidad total de Argentina.
Estamos en un punto en que nos conviene más la quiebra que la agonía perversa, respetando el Sistema, que nos transforma en un país invivible. Se impone la necesidad de suspender nuestros compromisos internacionales y llamara una renegociación total de nuestro panorama.
El défault argentino ya se produjo, por imposibilidad racional, económica, de que semejante deuda increscente pueda compatibilizarse con las necesidades de sobrevida de la comunidad argentina. Lo que vivimos actualmente es el disimulo o la farsa entre nosotros y nuestros acreedores‑ de que estamos conteniendo y hasta superando el «riesgo de défault» de quiebra financiera internacional.
El défault argentino real está todavía ocultado en un juego de disimulo. Los acreedores exprimen nuestro último aliento al 14 por ciento. Nosotros, atemorizados, seguimos el juego. El disimulo lo pagan los desocupados, .la clase media empobrecida, y la caída cultural generalizada.
En la situación actual de préstamos a intereses usurarios y de subvenciones y barreras internacionales para nuestras exportaciones agrarias (caso de Estados Unidos y sobre todo de Europa), no declarar el défault, la quiebra, es peor que disimularla en beneficio de ese supuesto orden del Sistema mundial.
Pero, por cierto, para enfrentar esta situación se necesita mucho coraje y determinación; una clase dirigente nueva y una diplomacia capaz de crear apoyos continentales y negociar con coraje.
No deberíamos tener pruritos con lo que ya ocurrió: la economía argentina es inviable con la actual hipoteca financiera, pero Argentina es un país espléndido, rico y creativo. Hay que separar estos dos factores contradictorios. Para salvar la Argentina, como debemos patrióticamente hacerlo, tenemos que movilizarnos a partir de la declaración clara y honesta de que el sistema financiero internacional, en relación con Argentina, constituye una realidad perversa, que debe ser solucionada conjuntamente entre el deudor y el Sistema.
Sólo declarando el défault los cómodos acreedores despertarán de su sueño de Shylock, que creía tener el derecho de cobrarse su deuda cortando una rodaja de carne de su deudor:
Comprenderán que están ante una situación como la habida en Turquía, con el agravante de que podemos causar una crisis financiera de magnitud mundial. Argentina en quiebra pública exigiría toda la atención de los gozadores y guardianes del Sistema mundial de usura.
Sólo así comprenderán. Y seguramente se abrirán dos posibilidades, la más probable: que renegocien a muy largo plazo y estableciendo pautas serias y calculadas de las posibilidades de pago por parte de Argentina; o que no lo aprueben y nos condenen internacionalmente a soportar embargos y represalias.
Para el Occidente liberal‑economicista el fracaso de Argentina es su propio fracaso y el de instituciones como el FMI. Es verdad que Turquía tiene la ventaja o renta estratégica de estar ante Irán e Irak, como aliado de Occidente. Pero también es verdad que Argentina es la periferia de Europa en América. Equivaldría a declarar la inviabilidad de su filosofía globalizante.
Argentina demostró sobre su cuerpo, hoy en carne viva, la voluntad de salir por la puerta de la deuda‑eterna. No puede. No pudo. El nombramiento de Cavallo por sus mismos denostadores de la campaña de hace sólo un año, es la prueba de su sumisión hacia criterios economicistas que hoy ya causan un daño insuperable.
Argentina no causa el défault de su deuda. El mecanismo que lo origina es intrínsecamente perverso y más allá de la lógica de las matemáticas económicas, se imponen los valores de vida, dignidad y sobrevivencia en paz de una comunidad al borde del estallido.
La política del Estado debe apuntar a esta supremacía de razones existenciales.
Hacen mal nuestros ineptos políticos de jugar a un disimulo economicista que ya nos lleva al desastre y a la implosión.
El problema de la deuda externa multiplicada matemáticamente salió de la esfera de lo económico. Debe ser considerada y ubicada en relación a los problemas mayores: permanencia de la Nación, subsistencia y existencia de la comunidad argentina. La quiebra ya se produjo porque para disimular dicha quiebra, se recurre a un larguísimo y engorroso endeudamiento que hipoteca el desarrollo vital, básico, de la Nación.
Significa la condena a la parálisis. Y no se compensa el flujo insoportable de servicios y capital con la apertura de mercados o inversiones de producción según un proyecto argentino. ¡Ni siquiera se levantan los subsidios, como ocurre en Europa y Estados Unidos!
- La Política
Así las cosas, la situación límite ya no tiene sólo un lenguaje económico.
El problema afecta lógicamente a la comunidad en lo más profundo, en su desorientación cultural (crisis de valores) y en la evidencia de la inexistencia de conducción política.
La crisis ya superó a los políticos de la democracia boba y el demos, el pueblo, requiere una nueva clase dirigente ante ella.
No puede haber una política («democrática «), internacionalmente correcta y aplaudida, mientras crece una economía incorrecta, y más aún: catastrófica y criminalmente antidemocrática y antipopular.
Esto es lo que no entienden nuestros actuales políticos.
Poco a poco se configuran, como esbozo de un proyecto de acción, los grandes temas para el imprescindible Viraje:
‑ Negociación a largo plazo y según los intereses y posibilidades del disimulado défault actual.
Conciliar la deuda con el desarrollo de la comunidad. Y preferir en todo caso la comunidad argentina a la tranquilidad del Sistema financiero mundial.
‑ Al mismo tiempo crear una respuesta económica nacional, de subsistencia, trabajo y desarrollo, con las reformas monetarias y financieras que deban efectuarse ante la urgencia.
Hay que estar preparados a una economía de guerra para refundar un nuevo camino de prosperidad. Argentina está incólume en su potencial: territorio, riquezas y una población dotada para lo mejor. Su carencia es política: falta determinación y coraje.
‑ Definir y garantizar la esencia y los objetivos de calidad de vida de nuestra Argentina. Objetivos espirituales relacionados con una visión cultural iberoamericana, mediterránea, que nos hermana con Brasil, los países de MERCOSUR y nuestra Iberoamérica. Rechazar la subculturización invadente. Reforzar inmediatamente y priorizar el sistema educativo nacional.
‑ Se impone crear con Brasil un núcleo de política internacional autónoma; con una diplomacia y una estrategia sudamericana compartida y con poder militar minimamente disuasivo.
Es imprescindible crear un mercado regional, con el tiempo necesario para garantizar los factores productivos y las ventajas y desventajas de cada país.
Es ineludible postergar las negociaciones con el ALCA, según las fechas que exijan la consolidación regional desde el eje Brasil Argentina.
‑ Asegurar la paz y el orden público como primer mandato constitucional y ante la renuncia anárquica de la dirigencia política inoperante.
Al drama de la desocupación humillante se agrega el de la complacencia ante la criminalidad. Pagamos con policías muertos los errores de los «humanistas de la permisividad». El criminal armado debe ser reprimido con la energía tradicional de la Policía Federal, la de las provincias y la Gendarmería Nacional. Estos cuerpos deben ser apoyados en su acción y no frenados en beneficio del delincuente. Deben crearse adecuadas colonias penales con fines de recuperación del delincuente y de desarrollo en zonas difíciles. La delincuencia armada no es «social» o no social, es delincuencia, violencia criminal desencadenada. Primero el orden, después las disquisiciones sociológicas por justas que fueren.
III. La necesaria movilización
Como Brasil y tantos otros pueblos de América, también los argentinos ya tenemos dos pueblos: los que viven y los excluidos. De treinta y seis millones, unos seis pueden estar preocupados por la paridad del dólar, por viajar, prosperar, manejar buenos autos, tener carta de crédito, mandar el hijo a buenos centros de estudios. Son aspiraciones justas y legítimas que habría que no sólo mantener sino extender a todos como en los países escandinavos. Pero son sólo seis millones, supongamos, ante treinta millones que carecen de sus expectativas de justicia y de bienestar de clase media; que no pueden educar a sus hijos, que son afectados en su dignidad de independencia y trabajo, que viven con la espada de Damocles de perder el empleo o de no saber cómo aplicar sus cualidades y estudios. Las cosas han cambiado más allá de la tontería estadística de quienes siguen hablando de una economía imaginaria, de otra época argentina.
Es imperioso pensar en formas económicas alternativas que serán necesariamente impulsadas por un nuevo y muy enérgico motor político nacional.
Tal vez haya que crear una múltiple respuesta a la realidad, y sin dejar de respetar las expectativas de los seis millones de bienaventurados, con sus viajes, quintas y cartas de crédito. Pero lo esencial será crear una estructura movilizada y solidaria, en directa conexión con los sindicatos, para nuevas formas concretas de intercambio, nuevas empresas basadas en nuestra riqueza e ingenio artesanal, pero debidamente defendidas. Habrá que crear brigadas de jóvenes que se reformarán de la actual estupidización de discoteca y de marginalidad, en el ejercicio de la solidaridad activa, en todos los campos de la penuria argentina: la seguridad, fabricación de viviendas, asistencia de incapacitados, perfeccionamiento profesional y educativo. Será la gran oportunidad para ese voluntariado argentino de cuatro millones de personas y para las ONG dedicadas al bien común.
El voluntariado numeroso es la prueba de la salud espiritual de una Argentina que la dirigencia desconoce.
Esta gran movilización tendrá que aunar los factores básicos de la sociedad argentina: empresariado, fuerzas armadas, sindicatos, Iglesia, universidades, periodismo como elemento decisivo para esta movilización total.
Argentina es un país en disolución. El impacto ha sido muy grande y no es externo, esto es, por exclusiva causa de la crisis económica, por la coyuntura internacional o por la transformación en factoría para negocios extranjeros. El impacto es cultural. No procedemos como si fuera nuestra Argentina y como si ella no fuera una fabulosa máquina de vivir. Como una Ferrari testa rossa que un dueño cretinizado tuviese en el gallinero por no saber abrirle la puerta y ponerla en marcha.
Sólo una gran movilización, basada en lo positivo, en la justicia social, en una dimensión espiritual de la vida, podrá sacarnos de este clima nefasto de nación vencida y entregada. Sólo desde el espíritu y la voluntad de grandeza retornaremos a nuestro orgullo, a la alegría creadora del país que en cuarenta años logró ubicarse, en 1929, entre los siete países financieramente más fuertes del mundo (por delante de Japón, Italia, España o China).
Este país se probó no únicamente en dicho éxito económico, sino también en lo cultural (la aventura independiente de la Comisión de Energía Nuclear lanzada por Perón y coronada por Castro Madero, logró que seamos el país de Iberoamérica que realizó la hazaña de dominar el ciclo completo del combustible nuclear). En lo que hace la creatividad política, después de las bases de la sociedad de Roca los conservadores, se exigía un gran reajuste, una democratización social para integrar los desajustes del capitalismo fundacional.
Esa fue la tarea de Perón y del peronismo.
Terminado el ominoso ciclo decenal (de Cavallo a Cavallo), de error economicista que termina en la actual quiebra empresarial y en el real défault internacional, se impone lo que llamé el Gran Viraje, una mutación de la voluntad nacional, un renacimiento.
No puede darse este proceso de Movilización Nacional sin una masiva expresión de repudio como tiro de gracia a este sistema agónico y como concreta repulsa de la minioligarquía, del puesto público y de las candidaturas del indecoroso sistema político sustancialmente antidemocrático.
Debemos vencer con un golpe de democracia verdadera, mayoritaria, nacional, a esta farsa de ineptos dispuestos a entronizarse en el 2003 con el apoyo de su falsa democracia electoral, recomendada y sustentada por los factores del poder político y financiero externos, que sólo pretenden fagocitar lo que queda de esta Argentina arrodillada.
Es la democracia lacaya, que no enfrenta ni a los asesinos drogados ni a los ladrones. Que propicia una diplomacia de «relaciones carnales» (que en efecto se ejecutó descaradamente pero siempre recibiendo, como súcubo).
Sólo una mayoría indiscutible, como la que entronizó a Perón en el poder, podrá quebrar el abuso y la mediocridad del aparato partidista envilecido.
Hoy la fuerza nacional de protesta y movilización la encabezan los sindicatos de lucha, pero en realidad la alimenta la inmensa mayoría de argentinos perplejos o desesperados. Es una fuerza nacional informe, con espíritu justicialista‑cristiano‑nacional.
Corre más allá de las clases y los partidismos trasnochados, y tiene el grave riesgo de no plasmarse en una dirigencia adecuada y ser asediada por la minoría resentida y piantavotos del extremismo de izquierda o por la inercia partidaria burocrática con sus apoyos oportunistas para mantener el statu quo según los intereses dominantes.
IV.
No se puede salir de una situación de desocupación, de anomia nacional, de pérdida de comando de los entregados negocios argentinos sin el sacudón de una movilización política y espiritual. Lejos de mantenernos en la sola, aunque imprescindible, política subsistencia¡ y de solidaridad, debemos esbozar un proyecto de promoción creativa nacional, que apunte al bienestar, a la tradicional alegría del país ganador que siempre fuimos y a definir un nuevo horizonte de prepotencia creadora:
‑ Poner en valor millones de hectáreas para cultivos múltiples con formas cooperativas o individuales. Un caso eternamente pendiente como el plan del Bermejo y de los valles patagónicos. Urge una expansión agraria digna de pioneros.
‑ Hay que impulsar la pesquería, en contratos con países con poder financiero y naviero como España. Pero no permitir la actual depredación y robo por decenas de flotas que operan criminalmente en nuestro indefenso Atlántico.
‑ Se impone alentar y promover al máximo la inteligencia argentina, la investigación. Desarrollar la industria de alta tecnología, aeroespacial, nuclear Ejecutar con Brasil proyectos compartidos en esta materia, con su proyección a la estrategia y a la defensa continental.
‑ Urge recrear el Estado como centro ejecutor de la voluntad nacional y de la democracia, que es la voluntad del pueblo. El Estado es la Casa de todos, el espacio de la conciencia nacional en acción. El imprescindible órgano coordinador y ejecutor. Debemos definir la «un ¡pluralidad » política en torno a cinco o seis ideas directrices, de Estado.
‑ Manejarse con sabia independencia ante los sistemas y supersticiones de integración que en algunos casos, como el del ALCA, significaría la etapa final de nuestra transformación en factoría.
Así como en estos diez años hemos perdido el comando de negocios industriales como el del petróleo, los servicios, transportes, Aerolíneas, hidroelectricidad, etc., con increíble daño para nuestro empresariado; del mismo modo el ALCA significaría la pérdida del poder agrario argentino, de la propiedad agraria.
En este gravísimo tema de nuevo sometimiento, los políticos ni siquiera se informan de los peligros que manifiestan sus mismos economistas, como Roberto Alemann. Perderemos el negocio de la Patria: el agro.
‑ Argentina tiene que crear con Brasil y MERCOSUR sus modelos de autos, sus aviones, aviones militares, naves, trenes de alta velocidad, medicinas, sistemas educativos, imponer sus ventajas agrarias en la industria agroalimentaria con proyección mundial.
En sólo diez años nos hemos transformado en dóciles exportadores de inteligencia para las multinacionales o para los países creadores, los países vivos. Nosotros cultivamos el triste no ser.
Tenemos un melancólico ex‑empresariado que colocó sus dólares en el exterior pero se quedó vacío de poder. Se quedaron con el símbolo monetario, el dólar, pero los extranjeros, como los de la telefónica o de Aerolíneas o de YPF, se guardaron la realidad, el poder, el negocio real y vivo.
Vendimos los grandes negocios. Debemos recuperarlos.
Tenemos la suerte de la crisis para salir de esta callada y ominosa agonía. Es la hora de transformar la crisis en renacimiento, en refundación.