La Gaceta, 20/06/1999
Víctor Massuh, en Nihilismo y experiencia extrema, tal vez su libro más brillante y de los más importantes en nuestra escasa patria filosófica, define al nihilismo no como el cultivo y elogio de la Nada (pues esto sería hacer algo de nada) sino como la neurosis de la imposibilidad de creer.
¿Cómo se nos patentiza la Nada? ¿Cómo se evidencia la falta de creencias?
Massuh, veinticinco años después del citado libro, se despoja de todo academicismo filosófico y se interroga, en el llano de la angustia generalizada, sobre la sociedad occidental que nos toca vivir. Esta curiosa apariencia de triunfo y eficacia, una mera fachada que esconde un fracaso tan disimulado como el que llevó a la implosión del sistema socialista soviético en apenas meses. El pensador se lanza a la caza del nihilismo buscando sus virus en las formas más notorias del sistema. Como en el caso del sistema comunista, la corrosión está disimulada por estructuras del poder: la tecnología, las finanzas mundiales, la comunicación, la dupla democracia‑derechos humanos, en suma: las triunfales formas que se globalizan. Formas que vencen, se imponen, pero no convencen.
Massuh en su más reciente libro, Cara y Contracara ¿Una civilización a la deriva? (Emecé‑Buenos Aires), nos invita a seguirlo por peligrosas confluencias. Avanza hacia esas calladas contradicciones: el liberalismo de la Modernidad naufraga en un mercantilismo despiadado; la democracia y los derechos humanos se imponen arrasando las estructuras de la nación y del pueblo yugoslavo o dejando sin medicinas ni alimentos a los niños de Irak o de Cuba. Las libertades nos precipitan en un mundo soso (la libertad sexual de los jóvenes termina en una tristeza asexuada; la posibilidad de creer en lo que uno quiera, termina en un universo opaco, aburrido, sin creencias motoras; la cultura y la tecnología, adoptadas por el espíritu comercial y el poder financiero, se transforman en esa subcultura audiovisual degenerante y global o en una incontrolada productividad que afecta el orden ecológico).
Massuh no necesita agobiarnos con datos para señalarnos lo que todos tememos y conocemos. Desesperado, en Cara y Contracara comprueba la llegada, si no el triunfo; de ese nihilismo que ocupó a Nietzsche, a Marx, a Freud y a Heidegger, por caninos diferentes.
Occidente, en su largo desvío aristotélico, judeocristiano y racionalista, estuvo tal vez durante 2.400 años incubando este nihilismo que hoy se manifiesta en anomia generalizada y en un almacén de ideas prostituídas.
En Nihilismo y Experiencia Extrema, Massuh oponía ante el nihilismo un factor voluntario, algo así como un ingrediente de «serena pasión», una especie de ética de la autenticidad, que llamó experiencia extrema y que definía así: «La experiencia extrema se da en el seno de toda experiencia como voluntad de alcanzar su límite. Instala su tienda en el borde último que se extiende sobre la vida y la muerte, para salir desde allí a explorar lo desconocido… Podemos enfrentar al nihilismo contemporáneo si hacemos de la experiencia extrema la base de las restantes experiencias, la actitud que precede a todas las actitudes y las fundamenta.»
Hoy el nihilismo, como tara de la fe y atrofia de la voluntad de creer, lleva al filósofo a la comprobación de un avance del virus de disolución. Llegamos al fin de siglo con bombardeos humanistas, incremento global de la pobreza y un nuevo hegemonismo ante la inoperancia mundial, similar al que se viviera en Munich en 1938. (En 1899, en el otro fin de siglo, nos preparábamos a las grandes avenidas: por un lado los socialismos entusiastas que refundarían la Historia, como justicia universalizada; por el otro, el liberalismo y la aventura de la libertad, de la empresa y de la tecnología «para poner la naturaleza al servicio del hombre».)
Íbamos a manejar la famosa «realidad». Hoy, cien años después, la realidad nos sobreviene como una fatalidad. Massuh denuncia su gigantismo. Todo queda fuera de la medida humana.
La realidad no tiene rostro de imperios ni de hombres. Ya no la mueve Marx, Stalin, De Gaulle ni Gandhi. Es como un incontrolable viento atorbellinado: poder financiero a la velocidad de la luz, inundación subcultural mundializada, información como inabarcable océano derramado. Son como fuerzas geológicas, titanes indominables que transforman a los políticos en impotentes y balbuceantes peleles que fingen seguir comandando la realidad…
En Cara y Contracara, Massuh enfrenta la intemperie que tantos ocultan pero que todos sienten en sus soledades. Comprueba la presencia del nihilismo, como ausencia de creencias e ideas: la Revolución Francesa surgió del pensamiento enciclopedista; la norteamericana, del empirismo individualista inglés; las latinoamericanas, del Contrato social y de la volonté générale; la rusa, del marxismo; el occidentalismo tecnológico, del liberalismo… ¿Qué ideas hay detrás de los cambios actuales? ¿Dónde está la voluntad del hombre, el sentido del bien común? Massuh analiza dos fenómenos concordantes y contrapuestos: la implosión soviética a través del Archipiélago Gulag de Soljenitsyn y el Mayo del 68. El primer caso es el monolítico poder nacido de una revolución que toma el poder. El segundo, la permanencia y sobrevivencia de las ideas del 68 por no haber tomado el poder. Una especie de triunfo del racío taoísta.
Luego enfrenta el disimulado Gulag occidental, que Massuh supo ver con menos evidencia que el Gulag siberiano. Hoy analiza brillantemente esta universalidad falseada que vivimos y ese gigantismo económico del poder anónimo, donde el hombre queda tan instrumentado como en el peor momento del marxismo soviético.
Nos dice: «Hoy es preciso recuperar la vivencia del futuro como aventura, indeterminación y esperanza».
Se trata de un retorno a la experiencia extrema, a la pasión humana cuando ya la sociedad produce millones de seres culturalmente clonificados.
El filósofo está en la intemperie. Encarna la voz humana en el Kali‑Yuga occidental. Ya no habla de voluntad de poder sino de voluntad de futuro. Sigue jugando la carta de esa condición humana pervertida, pero al fin de cuentas su única apuesta vital posible.
La situación del filósofo de este magnífico Cara y Contracara se identifica con ese film de Marion Hansel que evoca con la última página del libro: la desesperada exhortación de la madre que comprende que el hijo que lleva en sus entrañas se niega a nacer, intuye que no debe ya nacer o que nacer significaría algo peor que la muerte.
La última voz del filósofo, como la de esa madre, es el reclamo por la voluntad de futuro.