Viviana Patiño Correa, El Altillo, 29/11/1996
Abel Posse, cordobés, abogado, diplomático, actualmente embajador argentino en Praga, se ha revelado en el cosmos de la narrativa hispanoamericana como un una voz potente y distinta. Autor de 10 novelas, ganador en 1987 del premio Rómulo Gallegos, con Los perros del Paraíso y en 1992 galardonado con el primer premio de la Comisión Española del V Centenario por El largo atardecer del caminante, su obra desbordada e iconoclasta, plantea un lúcido cuestionamiento del presente y pasado latinoamericanos. Al hablar de sus novelas nos dice: “Mis obras son literatura histórica, pero mis novelas no son históricas (…). Uso la historia para buscar nuevas significaciones y retornando a la contemporaneidad, tiento un análisis de la realidad actual a través del juego de anacronismos” (Revista literaria, 1988).
No es difícil develar una franca filiación entre don Ramón del Valle Inclán y Abel Posse. El maestro español eligió encauzar su crítica visión del mundo a través del “esperpento”, definido por el propio autor como “la realidad vista a través del espejo cóncavo de una lágrima”. Ambos autores coinciden en un férreo escepticismo, conjugado paradójicamente, con el más profundo de los dolores.
Aquel, por su España desgarrada y trágica, esté por una América que ve enferma de muerte, sin aún haber nacido. Se aúnan también en esa risa sensual y dionisíaca, tan poco frecuente en las narrativas hispánicas. La prosa desbordada, su sangrienta parodia y el sarcasmo propios de Abel Posse reconocen en don Ramón a su padre más legítimo. Posse no dijo “en lo profundo me identifico con escritores como él (Valle Inclán), más pánicos, donde el lenguaje adquiere una dimensión casi rabelesiana, donde lo farsesco responde a un mecanismo escéptico, pero de conocimiento profundo”.
Un recorrido por su obra, lo confirma. Los perros del paraíso, primer eslabón de la trilogía también integrada por Daimón y que habrá de completarse con Los heraldos negros, narra el descubrimiento de América. En su discurso de agradecimiento por la entrega del premio Rómulo Gallegos, expresó: “Busqué en el terceto de Isabel la Católica, Fernando de Aragón y Cristóbal Colón, los orígenes de un sueño grandioso e imperial que está en la base de nuestras actuales desdichas e indefiniciones. He querido plasmar un encuentro de civilizaciones que comenzó con un intercambio de regalos y terminó con un genocidio y guerra de dioses (…) Sólo quedan esos perros vagabundos que andan por los caminos de América como esperando la recreación del jardín arruinado”. Posse elige un momento histórico ideal: la llegada de Colón a un ambiente tropical-paradisíaco pero poblado por personas que vivieron en el período más perversamente represivo de nuestra muy cristiana cultura. Después de todo, qué es una novela sino una aventura de la imaginación. La España que Posse describe es cruel, opresora y necesaria. Los acontecimientos terminan siendo una demostración de esa necesidad. Todo esto con un lenguaje sexual, macabro y violento, que le hubiese costado la hoguera, pero manejado con tal hidalga proliferación de imágenes, que resulta imposible resistir la tentación. En Daimón, el novelista recupera, a partir de la figura de Lope de Aguirre, su visión de la conquista de América. La otredad del europeo “que se vuelve americano en el padecimiento”, se encarna en este oscuro y mítico conquistador. La novela recrea la leyenda de Lope en su frenética búsqueda del Dorado, haciendo deambular el fantasma del sanguinario conquistador a través de la historia de nuestro continente, “como un hilo del autocratismo en América” –según palabras del autor-, Aguirre recorre los caminos que van desde su muerte hasta la contemporánea Argentina del Proceso. En ambos personajes –Colón y Lope de Aguirre- late la avidez de encontrar algo trascendente, algo que valga más que sus vidas. Esta búsqueda de lo absoluto es el fundamental predicado de ambos protagonistas; “Creo que la búsqueda es uno de los elementos motores de la condición humana. La literatura refleja ese impulso de búsqueda que es original, y va de la búsqueda de Dios a la de un nuevo orden de vida” (Papeles para el diálogo, 1988).
Luego de dos formidables aproximaciones a lo esencial americano, representado por la búsqueda del Paraíso y del Dorado, Abel Posse devela otra faceta de su rica narrativa con Los demonios ocultos. Referida a las actividades subrepticias de los nazis en Hispanoamérica, esta novela nos cuenta cómo Lorca, hijo de un nazi y una española republicana, enhebra en la búsqueda de .su misterioso padre, indagaciones esotéricas, imágenes de una España conflictiva, la Argentina peronista y el inevitable París. De menos complejidad estructural que las anteriores, en esta obra se confirma una sostenida tensión a partir de un misterio, cuya real dimensión sólo se prefija al final, encauzado en moldes de novela casi policial. Con El largo atardecer del caminante, Posse recrea el destino secreto de uno de los hombres más extraordinarios de la conquista española. A pie, desnudo corno un indio, Alvar Núñez Cabeza de Vaca se lanza a la caminata más descomunal de la historia. Tras haber sido nombrado adelantado y gobernador del Río de la Plata, después de haber luchado en el Paraguay contra la poligamia y la esclavitud, el pasado, y -a diferencia de la historia, la novela nos dice no lo que fue, sino lo que pudo haber sido. La pasión según Eva, de 1994, es la íntima obra con que Posse nos impactó. La agonía del último año de vida de Eva es el eje a partir del que el autor rememora los pasos de su aventura. A partir de una estructura casi coral, que le permite una compleja y rica misión de la polémica protagonista. recorremos un camino que nace en la noche humilde de provincia, y que, tras recorrer escenarios de tango y corrupción, termina en la gran «fiesta del poder». En la narrativa de Abel Posse se recicla una constante metafísica, la búsqueda de lo superior, de lo primordial, de lo otro, traspasando las «pequeñas muertes» de Neruda. Posse se manifiesta a partir de un elenco de obsesiones primarias: Argentina, España, la sangre y la magia de la conquista de América, la perplejidad ante los modelos de sociedad que el mundo nos propone. La elección de protagonistas que padecen y mueren por el «pecado» de ser distintos, no conllevan necesariamente una propuesta teñida de escepticismo, ya que en todos ellos late la fuerza de esa América vigorosa que se alza por encima de luctuosas crónicas. Sus palabras, al recibir el premio más importante que en Latinoamérica se otorga a la novela, quedan resonando como pilares de una estética que sin duda ha dejado su impronta en la narrativa hispanoamericana contemporánea: «América Latina siempre apretada entre la represión y la subcultura, se creó un ágora de papel. Fue en la literatura donde nos mantuvimos vinculados y unidos, donde reencontramos una autenticidad detrás de la cortina de sonoras falsificaciones. Creo que no pecaría de injusto si afirmo que en este sentido, los escritores han sido pioneros en cumplir el ya improrrogable programa de continentalidad de Simón Bolívar. Sería triste dejar la escena sin haber intentado la aventura de América hasta la última consecuencia».