La Prensa – 09/11/1980
Martín Heidegger fue tal vez quien con más persistencia y hondura (mayor que la de los mismos poetas) comprendió en nuestro siglo que la poesía no es una actividad optativa y prescindible.
La poesía, como equilibrado centro de la reflexión humana, es ineludible: sentimiento y concepto del existir (percepción del tiempo y del espacio); visión y pasión de la circunstancia; memoria; ubicación; intuición de ese ser que sostiene y trasciende la multiplicidad de los entes.
Esta necesaria actividad humana pudo tornarse olvidada, nublada, corrompida y hasta meramente «literaria»; pero su decadencia no significa que el hombre pueda escapar de la poética (los mitos, la religión, las propuestas políticas; todo responde al encuadramiento básico de la poética).
En un momento de la evolución ‑o involución‑ humana en que se tiende a olvidar la función poética en pos de la razón eficiente y cosificadora, cuyo extremo conlleva la clave de la sociedad industrial‑tecnológica de nuestro tiempo, Heidegger encontró en la voz de los poetas el camino de «retorno al centro» (perdido, según él, después de los grandes poetas filósofos presocráticos).
La meditación del llamado “Heidegger tardío» creció en torno a la alta lírica alemana: Hólderlin, Rilke, Trakl. En los últimos años de su vida, el filósofo de Freiburg llenó centenares de páginas aún inéditas comentando versos de Hólderlin; como es el caso del ensayo que comentamos: Poéticamente habita el hombre que con valentía e ingenuidad publicó «Ediciones La Ventana», de Rosario. Los versos de Hólderlin, altísima síntesis, sirven para la extensión meditativa de Heidegger quien concluye: «El poetizar es la capacidad fundamental del habitar humano… El poetizar edifica la esencia de habitar. Poetizar y habitar (el mundo, la vida) no se excluyen en modo alguno. Poetizar y habitar se pertenecen más bien mutuamente exigiéndose mutuamente uno a otro».
Bastan estos pasajes para comprender la importancia de la develación heideggeriana. Su análisis de lo poético es tal vez el más hondo desde los tiempos de Hegel. Su intención tiende a rescatarnos de nuestra inconciencia en torno a lo poético. Heidegger nos va llevando como un imperturbable guía por los más difíciles y oscuros pasos en busca de relaciones y correspondencias entre la vida y lo poético, hasta hacernos comprender que vida y poesía ‑más allá de lo literario‑ están íntimamente consustanciadas.
A partir de su lectura ya no es posible subestimar lo poético como un hecho exterior a nuestro existir. como un agregado cultural o estético. En su pensar la poesía recobra una gravedad que se olvidó en el trajinar culto rol y en el proceso decadente de creciente frivolización de lo literario. (Después de leer el ensayo de Heidegger nos resulta increíble que la poesía pueda ser entendida como método para la fama, para «los premios» o para asentar patéticamente opiniones y sentimientos). Hacer poesía, por el contrario, es la tarea mayor: es trabajar y refinar la conciencia del existir; es situarnos; moldear el destino; medir o sea relacionar valores tanto en inmediato como en relación a ese universo previo, infinito, apenas conocido.
Heidegger nos recuerda la indispensabilidad de la poesía. Sus conclusiones ‑y advertencias‑ deben interesar especialmente a los poetas en estos tiempos de particular oscuridad en torno al tema de la poesía y su destino en las sociedades industriales‑tecnológicas de nuestra época.