La Patria Grande, 03/1997
Abel Posse desarrolla, con su característico estilo, un análisis sobre la estratégica alianza regional que la Argentina está realizando a través del Mercosur Embajador de carrera, vivió en Moscú, Venecia, París, Israel y Praga. Actualmente es presidente de la Asociación de Diplomáticos y autor de diez novelas, entre ellas Los perros del Paraíso, que obtuvo en 1987 el premio internacional Rómulo Gallegos, máximo galardón literario de Hispanoamérica; El largo atardecer del caminante, distinguida en 1992 con el primer premio de la Comisión Española del V Centenario y más recientemente, La pasión según Eva, que lleva innumerables ediciones.
Vivimos un tiempo nuevo y extremadamente peligroso. La paz externa está preñada de guerras y avasallamientos de naciones y pueblos. Celso Furtado observaba que hasta hace apenas un lustro podíamos interpretar el mundo político con los esquemas habituales heredados del siglo XXI y de la guerra fría. Tanto a la izquierda como a la derecha, las cosas parecían tristemente claras. Ahora los criterios de interpretación tienen que ser novedosos. La implosión del sistema soviético está significando algo así como la rotura de un enorme dique. El mundo se ve arrasado, no precisamente por la prepotencia de una nación, sino la acción casi desenmascarada de un sistema ‑tecnológico, industrial, comercial, financiero y subcultural- de un poder aterrador. Esta Gran Maquinaria avanzó en estos años con sus ideologías (falsas esencialmente) de democracia cosmética y de liberalismo economicista.
El colapso fue muy grande. Los pasos tácticos de Cuba, de China y las acciones del poder islámico, son muestras de que dicha Gran Maquinaria ya se sobrepone a las naciones y hasta utiliza las Naciones Unidas a su servicio.
Podemos afirmar que hoy no existe ya ni el «Principio de no intervención» ni de soberanías nacionales. La Gran Maquinaria intenta arrasar los nacionalismos, las naciones y las economías nacionales. Todo tiene que adaptarse a la nueva realidad, para preparar el campo para la monstruosa «aldea global» (cuya alcaldía seguramente no va a estar en el sur). Ante esta nueva y alarmante realidad se puede comprender la importancia que cobra la consolidación de grupos de naciones, la integración regional y la supervivencia de formas culturales diversas. Sin el instrumento del Estado, la cultura propia y la Nación, los pueblos quedan a la deriva. Hoy ‑desde el Norte‑ se propician formas democráticas vacuas y exteriores en todas las comunidades del mundo. Detrás de esta aparente amabilidad histórica, va la destrucción de las entidades nacionales, las formas populares y populistas, y la creación de esas «democracias bobas» que bogan a la deriva por el mundo de intereses internacionales, cambiando prolijamente de timoneros (sin timón) cada cinco o seis años.
Se comprende ante este nuevo panorama mundial, la importancia que adquiere la creación de entidades regionales como Mercosur.
Este organismo que surgió de intereses de integración económica ha crecido extraordinariamente en los últimos cuatro años. Triplicó su nivel de intercambio y une a cuatro países ‑Brasil, Paraguay, Argentina y Uruguay‑ con un total de 200 millones de habitantes que consolidan la potencia económica y cultural más importante del hemisferio sur.
Mercosur fue una sorpresa. El Norte está acostumbrado al fracaso de las iniciativas latinoamericanas que se desbandan como un sonoro vuelo de cotorras (Grupo Andino, ALALC, etc.). Esta vez la sorpresa es grande. En el Sur hay un grano que se transforma en montaña…
Mercosur podría transformarse, además, más allá de su actual dimensión económica, en una zona de poder regional, en un polo de poder. Basta pensar en la Amazonia, la Cuenca del Plata como la mayor reserva de agua dulce del mundo y que con sólo dos cosechas argentinas se podría alimentar por un año a toda la población mundial.
El complot político contra Mercosur, en parte basado en el explicable y obsoleto deseo de Estados Unidos de no tener al sur del Río Grande más que una nada de pueblos pintorescos y folklóricos, y economías y gobiernos dóciles para conformarse al concepto de «aldea global», se encontró con la novedad de que el caballo fue insujetable, ni los jinetes de la política dependiente pudieron con él.
Se abre una nueva etapa. Argentina ya no puede imaginarse un futuro nacional fuera del esquema de Mercosur. Y si Mercosur se consolida como factor de poder, la actual América latina a la deriva, asediada por el arrasamiento liberal economicista, encontraría la posibilidad de imponer su propia cultura; y otra noción no salvaje, peco sí solidaria, de la política.
Hay una guerra secreta entre los poderosos del Norte. Ya no rige Yalta. Los europeos al acercarse a Mercosur demuestran que ya no creen en esa doctrina Monroe que Estados Unidos trató de desenterrar en los últimos años: «América para los (norte) americanos».
La vitalidad de Mercosur es económica y sorprendió incluso a algunos de sus descreídos fundadores. Padecerá todavía agresiones y amenazas. Sólo vivirá si trasciende su osatura económico‑empresarial y se extiende a sus pueblos como posibilidad de preservar y legitimar su calidad de vida auténtica. Sin esto sería un fracaso más.
Hoy los pactos regionales se erigen en verdaderos «pactos de existencia» ante la aplanadora de las multinacionales y del nuevo poder mundial. Sin un Estado fuerte no hay defensa posible a una dominación que se inicia en la transculturización, en la destrucción de valores y con la invasión subcultural. Por eso Mercosur puede ser la posibilidad de crear una zona autónoma de resistencia.
Para eso debe transformarse en conciencia política, debe dotarse de un poder militar disuasorio propio (como el franco‑alemán, la India o China) y, sobre todo, debe convocar a sus pueblos a una batalla solidaria, a una gran reconstrucción educativa y social, pues de los 200 millones señalados, la mitad malvive en la penuria o la miseria.
Sin esta conciencia realmente revolucionaria, Mercosur sólo seria una aventura de mercados locales. Algo irrelevante.