El País, 1/10/1989
Tal vez forma parte definitivamente de la desesperación humana la tendencia a pensar que la realidad del mundo no es más que una metáfora, un bosque de símbolos (o una charada mayor, como en el caso de la Kabalá). La vida, la llamada realidad, pasa a ser nada más que mava, un juego de espejismos cuyo significado profundo debe ser desentrañado. Con diversa pasión y muerte, muchos hombres y sectas han pretendido la aventura de ese conocimiento. De modo que Cagliostro, el Papa Wojtyla, Gurdjieff, los atroces y tan sonoros pastores norteamericanos, los pai de macumba y hasta las echadoras de cartas de la Rambla Cataluña, aunque despreciándose o excluyéndose mutuamente, participan de una misma ambición: desentrañar el tejido de la transrealidad.
Nuestra historia, la cotidianidad, lo visible, no serían más que la resultante de poderes desconocidos, de un compló o de la voluntad de un Dios infantilmente apasionado por el juego de la escondida. Por tanto, lo serio, el verdadero sentido de nuestra vida, no puede ser otro que el de desentrañar las leyes del juego donde hemos caído por sólo nacer. Ésta es la tarea de iniciación de los teólogos, alquimistas, taumaturgos y ocultistas. En su nueva y tan abundante empresa, El péndulo de Foucault, Umberto Eco nos invita a un largo viaje por el universo ocultista de todo el Occidente judeo?cristiano. Prefiere la extensión a la intensidad, y este error de novelista no muy avezado (los narradores deberían hacer a veces un curso de ciencias de la administración) nos proporciona una larga visita guiada por las curiosas regiones metafísicas de los gnósticos, templarios, cátaros, assassini, umbandistas brasileños, buscadores de Graal, Rosacruces, kabalistas y los iniciados de la Sociedad de Thule.
Dominado, excedido o fascinado por el tema, Eco no alcanza a hacer respirar a los personajes. Ni Causalson, ni Garamon, ni Belbo, ni Diotallevi, ni el comisario De Angeós alcanzan a sostener la abundancia temática, el diluvio mágico. No tienen el soplo de vida para dejar de ser meros homunculf (para usar el lenguaje del caso) de los que se sirve el autor para hilvanar las secuencias del largo viaje hacia el universo de lo oculto.
El texto parece asfixiarse por exceso de datos. Alguna vez Borges afirmó que en algunos estilistas sospechosos se olía la proximidad del diccionario. En Eco se presume la computadora y cierto residuo profesora por abarcar y agotar el tema.
La novela y la poesía han sido los instrumentos más refinados para la reflexión y aproximación al misterio de la existencia. La realidad del mundo, de nuestra vida y la del Ser son el misterio. (¿Por qué existe el Ser y no más bien la Nada?) Una novela estructurada no en tomo a la vida misma sino a las metáforas metafísicas que los hombres crearon corre el serio riesgo de la imposibilidad de logro. Eco parece haber aceptado valientemente este desafío, pero fracasó. Heidegger escribió memorablemente que «el representar metafísico /y su lenguaje impide pensar la cuestión del Ser». En recientes declaraciones, Eco afirmó su admiración por Borges y Calvino. Éstos son dos verdaderos maestros de la economía literaria y enseñan que sólo es posible acercarse muy tangencialmente al misterio y que sería imposible pretender tomarlo por asalto.
Se puede ser un gran analista del fenómeno literario. Pero creer que desde el análisis se podría pasar a la creación por vía de síntesis, como parece creerlo Eco, es un error. Su libro, al carecer de la íntima vibración que podría infundirle el novelista-artista, deja de ser un ser vivo para transformarse en un Golem literario: un ser de vida ficticia.