Maluli Vera, Hoy (Paraguay), 11/06/1989
Recibió el premio Rómulo Gallegos en 1987, máximo galardón literario de Hispanoamérica, Abel Posse estuvo en nuestro país para la presentación de su libro “Daimón” en la reciente edición de la Feria del Libro auspiciada por “El Lector”. En esta entrevista el escritor argentino reflexiona brevemente sobre la conquista cultural y espiritual de América, uno de los grandes temas de su trilogía del descubrimiento. Habla de un guerra de dioses y dice entre otros conceptos: “Lo grave para América ha sido la pérdida de sus dioses. Aunque España no ha podido asesinarlos”. Indudablemente, América, para Posse, es objeto de un profundo amor. Y ese sentimiento hacia nuestra tierra se ve reflejado a los largo y ancho de su obra. A través de un lenguaje desbordante, nunca exento de magia y poesía, cuenta la irreversible historia de nuestro origen.
A partir del siglo XIX muchos escritores conciben su obra cono un tríptico. Abel Posse también tiene una trilogía. Aunque en su caso se trata de una mera casualidad, como él mismo lo señala: «Yo nunca me propuse hacer un tríptico. Simplemente lo que yo necesitaba escribir lo puedo sintetizar en tres novelas sobre el tema de América, en tres novelas que absolutamente independientes entre sí pero que tengan la conexión común, que es el tema, el objetivo: América en distintas instancias».
De esta forma fue conformándose la trilogía del descubrimiento con Los perros del Paraíso, la etapa del descubrimiento, con el tema de Colón y el choque de culturas. La segunda es Daimón, la historia de Lope de Aguirre, el conquistador loco que en la novela sigue viviendo como un alma del mestizaje. «Es un poco la historia del conquistador conquistado, de la cultura conquistada». Y la tercera que aún está escribiendo se llamará Los heraldos negros, «tema de lo que se denominó la conquista espiritual, que en realidad es una guerra de dioses».
¿Por qué una guerra de dioses?
Se dijo alguna vez que la verdadera destrucción de una civilización es cuando se matan los dioses y no cuando se matan los hombres en una guerra. Lo grave para América ha sido la pérdida de sus dioses. Esos dioses han seguido viviendo fantasmalmente: España no logró asesinarlos. Y de la supervivencia de esos dioses nace una distorsión cultural de toda Iberoamérica, pero en particular de nuestro universo cultural del mestizado, que se resiste claramente al ingreso en el programa cultural y el programa de civilización europeo.
¿Es por eso que a «Los heraldos negros» lo ubica en las misiones jesuíticas?
Sí, sí, porque el proyecto de los jesuitas de idear la ciudad de Dios en la tierra me pareció un proyecto subreal, que eso lo vengan a ejecutar desde Europa en el único lugar donde el imperio no llegaba, o sea en el corazón de América, en Perú, en Paraguay, en la selva boliviana, en la selva argentina, en Mato Grosso incluso, para crear ahí con esa masa humana que consideraban invariable (como si fuera un hombre, un prehombre, o un hombre al que todavía le faltaba la cocción final para llegar a la condición humana completa), y con esa masa humana crear la ciudad de Dios en la tierra, el sueño justiniano.
¿Podría censurarse la misión de los jesuitas en América?
Yo no los censuro, yo destaco la curiosidad de ese proyecto. En la historia no se puede censurar nada porque la historia es irreversible. Las cosas pasan y hay que tener la humildad de comprender que la historia humana es lo que ha pasado, no lo que queremos que haya pasado. Ahora, en todo caso esa aventura es notable, y consecuencias espirituales en América creo que no dejó ninguna, pero me interesa como una manifestación agudizada del choque de culturas, porque es el aspecto ya no del choque de los estilos de vida, de las técnicas militares, de las formas de vida de un imperio qué se sobrepone a otro, sino que es el choque de dos cosmovisiones: la cosmovisión judeocristiana que traen los jesuitas a las misiones y la cosmovisión original americana, esa visión cósmica con un sentido del cuerpo distinto, con un sentido del rito y de los mágicos y de Dios, que es distinto. Ese choque me pareció que era muy interesante, me parece que es novelesco y que además es significativo.
El conflicto con Dios, pero desde otro ángulo, es una constante en «Daimón…» En el personaje Aguirre también se planteó mucho ese problema.
En Aguirre y en todas mis obras.
¿A usted se le ha planteado ese tipo de conflictos?. ¿Es católico?
Fui católico, como todo el mundo. Soy religioso pero no católico, no concentro mi religiosidad en el catolicismo. Pero la preocupación de lo religioso es la preocupación por el misterio del ser, por el mundo, en un sentido muy amplio. Se da en todas las civilizaciones y en todos los hombres, incluso en los ateos. Que un hombre se aproxime al misterio del ser a través de la ciencia, o se aproxime a través de una confesión dada, con una técnica ya segura de la aproximación de Dios, son opciones personales. Creo que lo religioso se basa solamente en la idea de dependencia del hombre de fuerzas superiores, y en ese sentido, sí, yo sería religioso.
En Daimón usted pinta el mundo que fue (y que es). Esa tierra exuberante, libre, intensa, desbordante, mágica. ¿Usted buscó deliberadamente ese lenguaje para que a través del mismo se tradujera la realidad del nuevo mundo?
Sí. Creo que la única estética de un escritor es su batalla por adquirir un lenguaje, no en el sentido meramente de la originalidad (o sea de distinguirse de otros escritores, porque ese es un torneo estúpido), sino el lenguaje en un sentido profundo, que es la puerta de conocimiento de una realidad.
La categoría, la forma, el mecanismo de aproximación a la realidad del lenguaje, tiene que posibilitar el acceso a la realidad sobre la cual se pretende hablar. Y allí ya el trabajo del lenguaje es único, es exclusivo de un escritor. Toda la literatura latinoamericana, sí tiene un acierto y si pudo llegar de algún modo a ese intento de definir la idiosincrasia y la naturaleza de nuestro continente, si lo pudo hacer es precisamente porque en todo caso sobrepuso la estética a principios éticos y a los mandatos ideológicos. Todo se hace desde una estética, y el lenguaje es un arma de conocimiento.
¿Usted trabajó primero el lenguaje?
Sí, en el sentido de posibilitarme un sistema de fantasía para interpretar la historia de una forma distinta, o sea, para no escribir una novela histórica tradicional sino para que la novela histórica se torne presente, para que viva nuestra época, ¿no?
Efectivamente usted juega mucho con el lenguaje. El suyo tiene mucho ritmo, mucha poesía…
Exactamente, yo utilicé varios elementos, entre ellos el puente poético, que abrevia, que sintetiza. Una metáfora puede ser más significativa que un largo análisis en la novela.
Su obra tiene muchos elementos cosmopolitas, sin embargo, el lenguaje es profundamente latinoamericano y a la vez universal. ¿Esa combinación la logró mediante su carrera diplomática, por el hecho de haber conocido otras realidades, no solamente a través de los libros sino el haber convivido con ellas?
Así es. Siempre he creído que lo que pasaba en Rusia era tan importante como lo que pasaba en Asunción, siempre he creído que Roa Jastos era pariente de Faulkner, nunca vi distancias en el fondo de mí mismo. Cuando leía, desde mi adolescencia, comprendía que las cosas estaban dichas más allá de las fronteras donde habían nacido. El donde la literatura es esa universalidad.
Se habla mucho de la literatura como búsqueda…¿de qué?
Es una búsqueda, como es la reflexión más profunda del ser. A pesar de que ahora tengamos olvidado al ser y a la reflexión, y vivamos en un mundo de superficialidad, de audiovisualidad, de politización de superficie, entonces ocurre que no comprendemos que la literatura no es un adorno estético, externo. La literatura es la conciencia de la existencia. Es la conciencia del amor. Es el momento en que el hombre es mucho más que una ciencia.
Erotismo y humor
Hay un pasaje lindísimo en su novela Daimón, cuando Aguirre escucha por primera vez a Gardel y se alía para siempre con el tango.
Ya en la ruina de él.
¿Ya en la ruina ?
Es en Manaos. Aguirre ve lo que llegó a ser ese Manaos europeo demencial del auge del caucho, y entonces en su ruina se siente expulsado, excluido. Y se identifica con el tango.
Escuchando «Mi noche triste”.
Mi noche triste (risas): Es un juego literario. Toda novela está escrita desde la clave del humor. Yo hablo muy seriamente de cosas que están escritas con mucho humor y que me hicieron reír cuando las escribí. Me parece que una gota de humor y un juego como ése ilumina mucho más que un análisis serio a veces, de las cosas.
Aguirre es un personaje de todos los tiempos en definitiva. Es el tirano, el cruel; el déspota.
Es un poco la historia del autocratismo cómo enfermedad política de América, entre otras cosas.
Lo que lo diferencia es que Aguirre es un héroe trágico, adquiere una dimensión trágica en la novela, al contrario de los tiranos de hoy. ¿Verdad? Pero en esencia son los mismos.
Claro, es una raíz, un estilo, la raíz del caudillismo español del condotiero renacentista, el guerrero.
El erotismo como centro de energía y el amor son una constante en su obra ¿no?
Sí, la constante en estas tres novelas americanas, es el erotismo. O sea, el impulso por la vida a través del erotismo. Todo renacimiento individual se produce a través del amor y del erotismo.
Y la lujuria.
Eso hay en Lope de Aguirre, que en América aprende eso. El viene como un represor y con una idea del cuerpo. Por eso es muy importante toda la parte en la que ellos descubren a las amazonas, a la mujer de América. Nada de eso es casual, toda esas son figuras poéticas novelísticas que elegí para expresar cosa que… Y Aguirre renace siempre en el erotismo, incluso al final se hace revolucionario y encuentra de nuevo el amor. Está la dicotomía esencial de todo hombre, de la raíz católica latinoamericana, incluyendo tos españoles e italianos, que es la ruptura tremenda de la noción de la mujer: la mujer del placer, la mujer de la familia, la idea de la madre y la idea de la prostituta, ello juega alternativamente en el que tiene dos novias, la monja y la mora, en la novela.
Democracia y cultura
Usted afirmó que la experiencia democrática es traumatizante. ¿Por qué?
Trauma quiere decir ruptura, golpe. Cuando uno parte del status quo de la sociedad autoritaria a una sociedad responsable que es la democrática, se produce un trauma y hay muchos peligros. Hay que saber manejarse.
Yo traté de decir que la democracia no es una avenida donde uno puede estar cómodo como si fuera eso que se llama tapis roulant, esas alfombras corredizas que lo llevan a uno en los supermercados de un punto a otro sin moverse. Democracia no es nada en sí sino un itinerario que hay que completar con nuestra participación. Esto es muy importante porque una democracia que no está participada activamente por los ciudadanos se transforma en una mera palabra sin contenido.
En la Argentina, ¿cómo cree que puede sobrevivir la cultura en una situación tan crítica?, ¿es un lujo? ¿no es un lujo?
Todo lo que hizo la Argentina, mi país, mi querido país, se lo debe a la cultura y la cultura es la que nace en las hora de ruptura, en las horas de crisis. En este momento la Argentina está viviendo una pequeña crisis -porque es pequeña- porque está consolidada la democracia para bien del país. Pero más que nunca se necesita la cultura porque es el apoyo justamente para salir incluso del paroxismo político, de esa exasperación de los políticos inmediatos. La cultura es la disciplina de la reflexión y la disciplina de la observación. Aprendemos a ver sí vemos cuadros, si no nos vemos ni los colores de la realidad. La cultura es una gran educación del cuerpo social.
Usted es un gran observador de la realidad, por ello puede captar tan profundamente el alma de los pueblos latinoamericanos, pero yendo un poco a lo personal, ¿cómo puede compatibilizar su carrera de diplomático y de escritor?
Hay muchas formas de esquizofrenia, una de ellas es la de vivir separado y dividido. La división que yo tengo es muy útil porque el trabajo diplomático es un trabajo de observación es un trabajo de conocimiento de pueblos y es muy especial. Aporta una visión real, moderada que yo creo que a un escritor le es muy útil. Porque a los escritores en general, al artista cuando está exclusivizado en su arte pierde esa relación, por más que quiera vivir en la calle, que no quiera vivir en lo que se llama la torre de marfil. En realidad, está siempre en una torre de marfil que es la de su estética, su personalidad, su actividad privilegiada.